Muchas personas, movidas por prejuicios, dirán que las advocaciones marianas pertenecen a la ignorancia, o a la religiosidad popular, pero nada podría ser más errado.
Contrario a esta desafortunada perspectiva, las advocaciones de la Santísima Virgen son más bien reflejo de una realidad espiritual que nos desborda. Una realidad en la que lo humano y lo divino se entrelazan en el amor.
Una realidad que nos mueve a la fe en el poder de Dios, quien otorgó a María la condición más perfecta de todas las creaturas: haber sido predestinada para ser su madre, y ser concebida sin la mancha del pecado original. Sin esa inclinación al mal que se anida en el corazón de cada ser humano al momento de insertarse en este mundo.
Ciertamente todo lo creado por Dios es bueno (Gn 1,31), pero a raíz de la caída de nuestros primeros padres (Gn 3), nuestra realidad se halla presa por el pecado.
Empero, la redención traída por Cristo, fruto de una entrega voluntaria y amorosa (Jn 10,18), restauró al ser humano, significándole el perdón de sus pecados y abriéndole las puertas del Cielo. Sin embargo, depende de cada persona abrir su alma a tan extraordinario amor, y aceptar por fe esta realidad para que los méritos de la redención de Cristo se hagan efectivos.
Si bien dicha redención se dio una sola vez para siempre, sus efectos continúan a lo largo del tiempo y del espacio, alcanzando a cada ser humano que se abre a su amor.
María como corredentora
“Me llamarán bienaventurada todas las generaciones,
porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso.”
(Lc 1, 48)
Bien lo afirmaba San Agustín: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti.”. Contrario a la perspectiva protestante, que niega la cooperación del ser humano en la obra de la redención, la Sagrada Escritura y Tradición de la Iglesia siempre han sostenido la necesidad de que el ser humano coopere a la gracia mediante la fe y las obras (St 2,20).
Así mismo lo sostuvo San Juan Pablo II en una audiencia impartida en 1997: “La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio.” (N.2)
Es decir, mediante una vida que dé frutos de amor, misericordia y entrega incondicional a la voluntad de Dios (Mt 7,15-20). En esta realidad espiritual es donde la Santísima Virgen es fundamental en la obra de la redención, y así, las advocaciones marianas.
San Juan Pablo II nos amplía este misterio: “…la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo.” (N. 2)
La participación de María en la obra redentora surge a partir de su maternidad divina. Es como lo planteó Garrigou-Lagrange: “el fundamento, la raíz y la fuente de todos los privilegios y gracias de María, ya le precedan como disposición, ya le acompañen o le sigan como consecuencia.” (1947, p. 34)
La Santísima Virgen, siendo la primera redimida por Cristo, es a su vez aquella que se encuentra más unida a Él. Por ello, a lo largo de la historia intercede continuamente por los seres humanos, en virtud de la gracia de su maternidad divina.
Las advocaciones: manifestación de la gracia plena
“Es tan hermosa que cuando se le ha visto,
aunque sea una vez, quisiera uno morirse para volver a verla.”
Santa Bernadette Soubirous
(1844-1879)
El término “advocación” proviene del latín advocare, y se refiere no sólo a invocar, sino a cómo algo se manifiesta en la historia, variando en su forma, pero manteniendo su esencia. Las advocaciones marianas son entonces la manifestación visible de una realidad invisible que se está dando en este instante; la realidad de nuestra salvación.
Las advocaciones son, por gracia de Dios, manifestaciones místicas de la Santísima Virgen en distintos lugares y momentos de la historia. Se trata de la misma María de Nazareth, la misma persona, pero transformada, plena en gracia.
Por ello, quienes han participado en las historias de cada manifestación mística de la Virgen coinciden en la experiencia extática que surge en ese encuentro. Más allá de ser un concepto teológico fundamental para la fe de cualquier católico, las advocaciones son una fuente de experiencia espiritual.
Cada advocación se inserta en el contexto sociocultural de la región donde hace visible su presencia, la cual lleva un propósito divino que responde a la salvación. Ya sea la Virgen del Carmen, de Guadalupe, Lourdes, y cientos más, cada una es imagen del misterio del amor divino en que se mueven la Santísima Virgen, los santos y las benditas almas del purgatorio.
Sin embargo, ella, en unión con Cristo y subordinada a Él, es corredentora en virtud de su predestinación como Madre de Dios. Recibió de su Divino Hijo una plenitud de gracia que supera a la de todos los santos en el cielo.
Así de inmenso, maravilloso y sublime es el regalo de Dios a través de aquella a quien eligió como su madre por la eternidad. Las advocaciones son las variadas formas en que dicho amor por la humanidad se manifiesta; misterio y belleza de Dios.
Referencias bibliográficas
Alastruey, G. (1947). Tratado de la Virgen Santísima. Biblioteca de Autores Cristianos
Santo Tomás de Aquino. (Trad. en 2009). Suma de Teología. I parte, I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.
Excelente trabajo. Como siempre. Informativo y sensible a la vez. Cuesta mucho encontrar esa combinación. Felicidades, por ello.