En un artículo publicado en octubre del año pasado, el cardenal Robert Sarah, actual prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, denunció en su intervención del 16 de octubre pasado durante el Sínodo de los Jóvenes, que “aguar” la doctrina moral de la Iglesia, sobre todo en el campo de la sexualidad, no logrará atraer a los jóvenes.
Paradójico, y quizás muy acertado, porque el problema va más allá del tema de la sexualidad; abarca al conjunto de la fe y la doctrina católica. Entre otras cosas, el cardenal afirmó que la Iglesia y sus pastores deben “proponer valientemente el ideal cristiano que corresponde a la doctrinal moral católica y no aguarlo, escondiendo la verdad para atraer a los jóvenes al seno de la Iglesia.” (párr. 2).
El artículo original, publicado en el Catholic Herald, puede hallarse en el siguiente enlace: https://catholicherald.co.uk/news/2018/10/16/cardinal-sarah-watering-down-church-teaching-wont-attract-young-people/ .
¿Por qué son tan relevantes sus palabras, aparte de políticamente incorrectas e incómodas para algunos? Porque apuntan a denunciar y a poner el descubierto -tal y como lo hacían los profetas bíblicos- las acciones y actitud de un creciente sector de católicos, quienes parecen querer vivir la fe sólo de nombre, sin exigencias morales y espirituales que tengan una repercusión real en sus vidas, sin renuncias que duelan, en fin.
Quieren vivir de una forma acomodaticia y, por ende, aguada, tibia, relativista, todo esto envuelto en un discurso que es como los algodones de azúcar: se disuelven en la boca y no llenan el estómago, dejando más hambre.
No es mi intención repartir bofetadas, ni condenar, pero sí ser claro, y reflexionar sobre esta preocupante situación de la que todos en algún momento hemos participado y sido cómplices, pues creo que lo denunciado por el cardenal se corresponde con la realidad de los hechos: existe un problema de tibieza y de liquidez en un sector cada vez mayor de la Iglesia, de un analfabetismo religioso que se traduce en una confusión y desconocimiento terrible de la doctrina.
Crece una apatía que es soporífera, y todo esto debe ser abordado y discutido. No es para menos, pues recientes estudios como el del Pew Research (2014) realizados en América Latina, demuestran una considerable y progresiva reducción en el número de quienes se consideran católicos. Ser católico, hoy en día, es para muchos un dilema, o algo indiferente, cuestión que traté en un artículo publicado hace un tiempo.
“Catolicismo beige” o “light”: dos caras del mismo problema
Hay varias formas de nombrar este fenómeno, que ha dado lugar a la conformación de una especie de catolicismo paralelo al catolicismo milenario de la Tradición y el Magisterio. Una de ellas es el término “catolicismo beige”, el cual fue acuñado por Robert Barron (2016), obispo auxiliar de Los Ángeles, EEUU, en un interesante artículo sobre el problema de un cristianismo excesivamente acomodado a la cultura.
El término “beige” alude a dicho color de una forma irónica y crítica; es lo que entenderíamos por un “catolicismo rosa”, suavecito, domesticado, que no sea incómodo para nadie. Es lo que se entiende también por “catolicismo light”; una fe superficial, apática y que no es asumida por la persona como la opción última, reduciéndose a ser sólo una pose.
En definitiva: es un cristianismo que quiere los goces de la resurrección sin la penitencia, el sacrificio y el sufrimiento de la cruz. Es un cristianismo que quiere una unión transformante con Dios sin esfuerzo constante, sin entregarse a su voluntad cuando las circunstancias son adversas.
Es un cristianismo que quiere una mística de palabras hermosas, pero sin amor y compromiso hacia el prójimo, en especial con los más necesitados y marginados.
En palabras del obispo, el “catolicismo beige” es el “dominio de la cultura prevaleciente sobre el catolicismo” (párr. 3), en el cual los católicos muestran dos tendencias en apariencia contrapuestas, pero unísonas: el estar muy acomodados a la cultura, y el ser excesivamente apologéticos.
Ambas tendencias son las dos actitudes extremistas que todo católico y en sí, todo cristiano debería evitar, en especial la primera. Desde las iniciativas del Concilio Vaticano II (1962-1965), se han sentado las bases para una mayor apertura de la Iglesia católica a un diálogo crítico con el mundo moderno.
Sin embargo, esto no significa tampoco una acomodación de la Iglesia a los vaivenes ideológicos del presente, como de hecho lo han malentendido muchos al leer los documentos conciliares. No significa una relativización del depósito de la fe, o depositum fidei, ni de la doctrina milenariamente construida a partir del mismo, sólo para adaptarse a la cultura posmoderna.
La pregunta, y Barron lo afirma, es cómo construir este diálogo, pues es una pregunta que ha estado vigente desde hace décadas, y que considero, no logrará responder en un buen tiempo.
¿Cómo dialogar con el mundo actual sin dejar de anunciar a Cristo y su revelación? Sin dejar de proclamar la verdad por Él anunciada en su mensaje de amor, misericordia, pero también de compromiso y exigencia de buscar una transformación radical del ser humano.
El Señor se relacionaba con todos; ricos y pobres, limpios de corazón y corrompidos, pero a todos, independientemente de su situación de vida, siempre los invitaba a la conversión (Mc 1:15; Mt 4:17; Jn 8:11). Siempre había una exigencia de entrega sincera y constante.
Varios son los ejemplos a los que podemos recurrir: desde San Pablo hasta San Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino, pero también Santa Hildegarda de Bingen, Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Todos hombres y mujeres, místicos y santos, que encarnaron en sí mismos lo mejor y más noble de su época, que supieron ver lo valioso de la cultura para llevarlo al encuentro con la verdad salvadora de Cristo y su Iglesia.
Sin embargo, todos ellos compartieron algo: tenían una experiencia y un conocimiento profundo de su fe, de sus contenidos y lo que implica llevarlos a la práctica. Casi que parece entonces como si nosotros no tuviéramos excusa, pues la época en que vivimos ha alcanzado un nivel de acceso a la información que ninguna de estas grandes figuras jamás hubiera soñado.
No tenemos excusa, de hecho, en buscar alcanzar esa experiencia y conocimiento de la fe, para así construir un encuentro potencialmente fructífero con la sociedad y la cultura en que nos desenvolvemos, como también de denunciar sus injusticias y sombras.
No se trata de renunciar a lo esencial e innegociable. De hecho, no renunciar a ello es la condición sine qua non para que pueda haber un diálogo de verdad, asentado sobre posturas claras y no escurridizas. Pero algo pasa, que obstaculiza a veces irremediablemente dichos esfuerzos, ante lo cual creo que la situación va más allá de la Iglesia misma: es un problema de la sociedad y la cultura como un todo.
No solamente los creyentes son tibios en sus creencias religiosas, sino las personas en general con sus convicciones políticas, morales, estéticas o artísticas, si es que tienen convicciones en primer lugar, pues lo que impera es la acomodación al vaivén de lo mainstream, de la cultura de masas, al frenesí de una civilización del espectáculo y del consumo que se están engullendo a sí misma.
Las personas, por el tipo de sociedad y cultura en que vivimos, tenemos que entablar una relación de negociación con ese contexto que es más difícil y complejo cuando sostenemos unas creencias religiosas y una fe que busca ser clara y en proceso de ser coherente.
Todo lo anterior es problemático, cuando es evidente que la cultura contemporánea más bien fomenta lo contrario: la desvinculación religiosa, el relativismo religioso, moral y filosófico y en sí, la liquidez en todas sus formas (Bauman, 2006). Por ende, para resolver dicho conflicto en el interior del alma, una salida fácil y menos estresante para muchos es lo “light”, acomodarse.
No aguar la doctrina, sino compartirla: la tarea de los laicos y los teólogos
Aguar la doctrina entonces es dejar de ser la sal de la tierra, es esconder la ciudad asentada en el monte, es tapar con un cajón la lámpara encendida (Mt 5:13-16). Retomando lo mencionado por el cardenal Sarah, tenemos dos formas de cristianismo: uno “beige” o “light”, y el cristianismo que tiene su mirada puesta en Cristo mismo.
De forma oportuna, la Comisión Teológica Internacional (2011) plantea que el teólogo debe cuestionar y plantear de manera crítica y constructiva las nuevas realidades, y es en este sentido que se hace necesario cuestionar e inquirir sobre el lugar de la fe y la doctrina católica, pues valorar su pertinencia sólo en función de su presencia social, su popularidad o su rentabilidad para la cultura mediática de masas es una postura burda y reduccionista.
Es un desacierto de consecuencias funestas, pero que lamentablemente se ha inmiscuido en la mentalidad de algunos sectores en la Iglesia, quienes creen que por ejemplo, “aguando” la doctrina moral y disimulando sus exigencias para “atraer” a las generaciones más jóvenes, será algo provechoso. Ello más bien podría interpretarse como un insulto a la inteligencia y potencial de la juventud como sector social.
En ese momento tanto la Iglesia como su doctrina dejan de ser pensadas en función de su aspiración última y mística, que son la salvación y el amor a Dios mismo, para ser pensadas en función de los estándares de la cultura mediática, de las tendencias colectivas o subjetivas de las personas; es una Iglesia remachada a la fuerza en la cultura del entretenimiento, todo con tal de no desencajar.
El gran problema, si se lo piensa en esos términos, es que entonces tampoco el arte, la filosofía y, en definitiva, las humanidades, son ya muy rentables a menos de que sean entretenidas y perpetúen el espectáculo en que se basa nuestra cultura.
Para unas sociedades cuyo mercado laboral está centrado en perpetuar el desarrollo tecnocientífico y una cultura de masas que ha entronizado el entretenimiento como “valor central”, cualquier tipo de aspiración última que se tome con seriedad es ya un problema que es mejor acallar. Insisto, el problema va más allá de la Iglesia misma, es un problema del ser humano contemporáneo.
La Iglesia terrenal o militante, que de acuerdo con la teología católica es aquella en la que nos encontramos todos nosotros los que estamos peregrinando en esta vida, necesaria e inevitablemente sufrirá el embate de todo esto que menciono, que para muchos de nosotros es una creciente descomposición social, cultural, moral y espiritual.
¿Cómo entablar un diálogo con unas sociedades que se están pudriendo? Con mayor razón hay que hacerlo, hay que plantear posibles caminos, espacios de encuentro, diálogo, debate y hasta conflictos que necesariamente tienen que darse para sanear aquello que está enfermo.
El Señor nunca escatimó en hablar con fuerza cuando tenía que hacerlo, y no por casualidad resucitó a un muerto como lo fue Lázaro (Jn 11:38-44), levantándose Él mismo de entre los muertos (Mt 28:1-20; Mc 16:1-20; Lc 24:1-43; Jn 20:1-29). La podredumbre y la muerte no son un obstáculo para iluminar con el amor y la verdad (Jn 8:12).
Referencias bibliográficas
Aciprensa. (2018, octubre 2018). Aguar la doctrina moral de la Iglesia no atraerá a jóvenes, dice Cardenal. Recuperado de: https://www.aciprensa.com/noticias/aguar-la-doctrina-moral-de-la-iglesia-no-atraera-a-jovenes-dice-cardenal-52800
Bauman (2000). Modernidad líquida. Sexta edición. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Chesterton, G.K. (2007). El pozo y los charcos. Madrid: EDIBESA.
Benedicto XVI. Comisión Teológica Internacional. (2011). La Teología hoy: perspectivas, principios y criterios. Recuperado de: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_sp.html
Hadro, M. (2016, julio 26). How to not be a ‘beige Catholic,’ according to Bishop Barron. Recuperado de: https://www.catholicnewsagency.com/news/how-to-not-be-a-beige-catholic-according-to-bishop-barron-37116
Fuentes, L. (2015). La tibieza de quien peca y reza: cambios en las creencias religiosas de Costa Rica. San José: SEBILA.
Fromm, E. (2007). El arte de amar. Buenos Aires: Paidós.
Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.