El Cónclave: bajo el silencio se reafirma la unidad apostólica

Un pontificado se ha acabado y tras el Cónclave, un nuevo sucesor de San Pedro tiene ahora que custodiar las llaves del Reino.

El Cónclave es siempre un acontecimiento solemne y riguroso, pero bajo la guía y escucha del Espíritu Santo, al cual invocan los cardenales en el silencio de la oración. Aislados del mundo y de cualquier influencia mundana, se disponen en cada Cónclave a elegir a quien va a sentarse en la silla de Pedro. Es un acontecimiento que recoge tradición: expresa la unidad y legitimidad de la sucesión apostólica.

Es una combinación de rituales y al mismo tiempo es un proceso espiritual. Cada vez que dicho suceso ocurre propicia en el mundo un impacto, pues el Papa es una influencia geopolítica y espiritual. El Cónclave esboza la belleza y riqueza de signos que afirman la presencia de Dios con su Iglesia, uno de estos elementos -por ejemplo- es el nombre a elegir por el nuevo Papa[1].

¿Por qué un nombre Papal? Significado e importancia

En las Escrituras el «nombre» es fundamental, pues atenúa un carácter de identidad, determina la misión y, además forja intimidad para establecer una relación: «Dios conoce a cada uno por su nombre[2]«. En el caso del Papa, este se cambia de nombre haciendo referencia al pasaje de Mt 16, 8, que descubre y determina el carácter y destino de quien lo porta, es parte de la esencia del ser.

Desde la palabra «Papa», ya el Pontífice puede distinguir lo que implica y significa este título. En primer lugar el anagrama «Petri Apostoli Potestatem Accipiens» (= el que recibe la potestad del Apóstol Pedro), porque él es el Vicario de Cristo. Es también la cabeza visible de la Iglesia, el obispo de Roma, y aquel que tiene el primado entre los hermanos obispos para confirmarlos en la fe.[3] 

En segundo lugar, es Pater y Pastor, pues el Papa es “Padre” de los cristianos y Pastor del rebaño del Buen Pastor[4]. Los Evangelios dan constancia de esta autoridad que Cristo le encomienda a Pedro y sus sucesores Mt 16, 16-19; Lc 22, 32; Jn 21, 15-17. Electo el nuevo sucesor de Pedro y, luego de haber aceptado el cargo tiene que elegir un nombre con el que identifique su Ministerio.

El pasado jueves 08 de mayo la fumata blanca y las campanadas de la Basílica de San Pedro anunciaban con júbilo al mundo, un nuevo Papa y, las preguntas resuenan: ¿quién es? ¿cuál será el nombre? A Simón, Jesús le impone el nombre de Pedro[5]; así mismo el Cardenal Robert Prevost se impone el nombre de León XIV.

Se sienta en la Cátedra de Pedro, símbolo de su Magisterio; es decir, de su enseñanza evangélica como sucesor de los Apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir al pueblo de Dios, guiándolo en la fe, esperanza y caridad. Siguiendo los pasos de San Pedro, quien inició su Ministerio en Jerusalén, lugar de la Iglesia naciente.

Después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés, el cenáculo se convirtió en su primera sede, luego pasó a Antioquía, donde se unieron paganos y judíos bajo la misma fe en Jesucristo recibiendo el nombre de cristianos por primera vez, para finalmente terminar su servicio en Roma, centro del «Orbis», con su martirio, convirtiéndose la tierra donde el Papa ejercerá su servicio a todas las Iglesias particulares en procura de la edificación y unidad del Pueblo de Dios.[6]

León XIV: una identidad delineada por un legado

León XIV es heredero de un legado de servicio paternal, custodio de una fe en un Dios amoroso y misericordioso. Reafirma la esperanza de una vida plenificada en Jesucristo. A su vez, su nombre es representación de antecesores que han utilizado el nombre León, distinguiéndose como personas determinadas, con firme autoridad doctrinal, moral y espiritual. Los León son defensores de la verdad y de la fe en Jesucristo, además de una notable sensibilidad y calidez pastoral. Son hombres promotores de la evangelización y renovadores, comprometidos abrazando la oración como senda para dirigir a la Iglesia, es signo de fortaleza.

Así lo ratificó León XIV en su primer discurso cuando fue presentado, dándonos un mensaje de unidad y de paz. Inició el saludo con la frase de Jesús resucitado: «La Paz esté con ustedes»[7], haciendo eco de una paz desarmada, pero perseverante en el amor incondicional de Dios. Hace un llamado a superar los miedos y caminar en unidad como Pueblo bajo la luz de Jesucristo, promoviendo una Iglesia cercana, misericordiosa y abierta siguiendo con el modelo del Papa Francisco. Proclama una Iglesia constructora de puentes que propicien el diálogo que acoja a todos, además de invitar a ser misioneros que proclamen el Evangelio con valentía y reafirma su compromiso con los sufrientes y, se resguarda bajo el amparo de María, para que ella interceda por la unidad y la paz.

Cada Pontífice pastorea a la Iglesia según el contexto histórico que se está viviendo. Cada Papa vivifica a la Iglesia respondiendo a la luz del Evangelio, pero entendiendo que son hombres con una experiencia ministerial particular y que eso le hace desarrollar actitudes propias que se manifiestan en el pontificado. Establecen así su sello personal como pastores, razón por la cual todo cristiano debe de mantenerse en oración junto a él, estrechando así la comunión como hermanos en Cristo. Hemos de fortalecerlo como líder para que enfrente los retos que impone su contexto histórico. Para que así todos caminen y forjen una senda hacia la santidad desde la Iglesia terrena hacia la Iglesia celeste.

[1] Cf. Jn 1, 42.

[2] cf. Jn 10, 3.

[3] cf. Lc 22, 32.

[4] cf. Jn 21, 15-17.

[5] cf. Jn 21, 15-17.

[6] Cf. BENEDICTO XVI., “Audiencia General Fiesta de la Cátedra de San Pedro”, Ciudad del Vaticano, Roma, miércoles 22 de febrero 2006.

[7] Jn 20, 21-23.

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