El Papa que necesitamos, no el que queremos

Más allá del Cónclave que elegirá al nuevo Papa y el mundanal ruido de la opinión pública, será el Papa que necesitamos, no el que queremos.

Cuenta una anécdota que un día, San Martín de Porres se encontraba barriendo cuando un hermano se le acercó y le preguntó algo trascendental. Curioso, el hermano le preguntó: San Martín, ¿qué harías si Nuestro Señor Jesucristo volviera hoy mismo? El santo, también llamado Fray Escoba, meditó la pregunta durante unos breves momentos, y de manera simple y profunda le respondió: “Seguiría barriendo”.

Esta aleccionadora anécdota de un gran santo de la Iglesia nos puede ayudar a comprender mejor cuál ha de ser nuestra actitud ante lo que se avecina, como ya lo veremos. En estos días previos al Cónclave que hoy inicia, ensordecedor ha sido el ruido en las redes sociales, como en distintos medios de comunicación. Un ruido en el que no se distingue una voz unificada y armoniosa, sino que, como un mosquero, todo lo invade y lo contamina.

Es el ruido de la ansiosa especulación sobre quién será el próximo Papa que no se detendrá. No hasta saberse quien se asomará por el balcón de la Basílica de San Pedro. Sumado a las interminables especulaciones se encuentra la ola de alabanzas a Francisco y lo que se va discerniendo como su legado. Un sector de la Iglesia, manifiestamente progresista o aperturista espera que el próximo Papa continúe su línea. Pero como lo hemos también apreciado, no menos ruidosas son las sórdidas críticas que se han disparado en estos días contra el Papa argentino.

Críticas muchas de ellas que faltan a la caridad, y que bien le vendría a muchos hacer un buen examen de consciencia, y frecuentar el sacramento de la confesión. Son críticas que se desataron de tal forma como si hubiesen estado mucho tiempo reprimidas o soterradas. Pero nos permiten entrever lo que realmente está en el alma de muchos católicos.

El Papa que se quiere

Las redes sociales han dado un gran poder de expresión a millones de personas; un espacio para manifestar toda clase de opiniones sobre variados temas. Pero como todo poder, conlleva una gran madurez y responsabilidad para ser ejercido con sabiduría. Sabiduría es lo que menos ha visto uno en estos días previos al Cónclave por parte de muchas almas. Almas que se avientan a opinar sin prudencia ni censura alguna sobre el Papa Francisco, sobre cómo ha de ser el nuevo Papa, sobre qué necesita la Iglesia, etc, etc. Lo que se evidencia es que cada sector de la Iglesia no hace sino proyectar su ideario papal en el foro de las redes sociales.

Los progresistas quieren un Papa que no solo continúe la línea de Francisco, sino que lo haga de una forma más radical. Es decir, impulsar las reformas del Concilio Vaticano II de una manera que no lo hicieron sus predecesores. Todo esto so pena de provocar un cisma y una fragmentación sin precedentes en la Iglesia como ya lo advierten varios cardenales.

Los conservadores por su parte quieren un Papa que en líneas generales, no rompa con las iniciativas que Francisco implementó. Pero que a diferencia de este, profese una mayor claridad doctrinal, como también no se comprometa con el espíritu de la época. Sumado a esto, se anhela un pontífice que haga las paces con la Sagrada Tradición, especialmente con la preconciliar.

Finalmente, los tradicionalistas quieren un Papa que no solo descontinúe las iniciativas de Francisco, sino que las derogue. Se anhela una restauración preconciliar sobre todo en materia litúrgica como en lo que respecta a la gobernanza de la Iglesia. Se pide un Papa que reafirme con fuerza la identidad católica, sin ambigüedades; con toda su dosis de verdad revelada como así lo profesaron nuestros antepasados.

Una división que hiere y es desoladora

Este es, grosso modo, el ideario papal de cada uno de los tres grandes sectores que solemos reconocer en la Iglesia. Sectores que vale decirlo, se comenzaron a formar de manera más explícita luego del Concilio Vaticano II, especialmente los tradicionalistas. Aunque son el sector más pequeño en la Iglesia, es el que más dificultades y marginación ha experimentado en la época posconciliar. De ahí que a través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación se hayan convertido en el sector que más influencia ha ido ganando en los últimos años en un creciente número de católicos.

Evidentemente son más las demandas y los ideales sobre el próximo Papa que distinguen a cada uno de estos sectores eclesiales. Esto es apenas un esbozo, sujeto al cuestionamiento y a la amplitud. No pretendo presentar un panorama sucinto y totalmente esclarecedor. Sin embargo, podemos identificar muy bien qué caracteriza a cada sector eclesial en el ideal de Papa que anhelan. Y es aquí también donde se constata lo dividida y fragmentada que está la Iglesia.

Es un hecho que Francisco implementó varias iniciativas evangélicas encomiables. Y, como lo plantee en un artículo anterior, todas ellas merecen un estudio serio y profundo durante los próximos años. No obstante, y por honestidad intelectual, también hemos de reconocer que dejó una Iglesia más polarizada y dividida. Era inevitable. Tanto su peculiar estilo pastoral, como su proceder a nivel doctrinal y de gobernanza intensificaron las divisiones que se han venido formando en la Iglesia durante las últimas décadas.

El crispado y ruidoso ambiente previo al Cónclave no es sino una clarísima evidencia de esta dolorosa y por momentos, desoladora realidad. Una que considero, es permitida por el Señor para mayor purificación de su Iglesia.

El Papa que se necesita

Volvamos entonces a la anécdota de San Martín de Porres. ¿Cómo seguir barriendo ante esta compleja e incierta realidad? ¿Cómo seguir barriendo independientemente de quien sea elegido Papa? Ahí está la que creo, es la clave para que todos los bautizados comprendamos cuál ha de ser nuestra actitud y nuestro accionar en este momento trascendental que estamos viviendo.

Más allá de quien será elegido nuevo sucesor de San Pedro, necesitamos como San Martín, continuar nuestra vida espiritual. Necesitamos seguir luchando el buen combate (2 Tm 4,7). El combate por nuestra santificación y salvación final; esa es nuestra responsabilidad y es lo que sí podemos controlar: seguir barriendo, aunque hoy venga el mismísimo Señor. Aunque sea elegido uno u otro Papa. Da igual.

Cuando se comprende esto desde la fe, se constata con la gracia divina que en última instancia, es irrelevante quien será elegido Papa. Porque será el Papa que necesita la Iglesia; será el Papa que Dios permite y concede según sus designios, no según lo que quieren unos u otros. Nada podemos hacer para intervenir directa y materialmente en dicha elección. Vana y absurda es la ilusión que nos tienta a creer lo contrario, especialmente para nosotros los laicos. Nos expone a caer en la soberbia, y en la ilusión egocéntrica de que la Iglesia cambiará su rumbo por lo que podamos pensar o decir.

Reconozco la dureza de estas palabras, pero ¿cómo sacudir a las almas que se han dejado llevar por este espejismo? ¿Cómo hacer entender a muchos que ningún poder nos ha dado el Señor para incidir de manera directa y material en quien sea elegido Papa?

Seguir barriendo, seguir combatiendo

No existe en la Iglesia medio alguno para que los laicos participemos en el Cónclave. Eso le compete al Colegio cardenalicio y se acabó la historia. Está fuera de nuestras manos. Sin embargo, observo con congoja cómo muchos católicos caen en esta trampa, especialmente en las redes sociales. Muchos evangelizadores católicos, tanto laicos como clérigos, han contribuido a alimentar esta ilusión que nos ha llevado a tan deplorable polarización ideológica.

Por ello, que de esta peligrosa ilusión nos libre Dios. Lo que sí podemos hacer es orar incesantemente al Señor para que asista con su gracia a nuestros pastores. A aquellos que sí tienen el poder de elegir al próximo Papa, para que procedan movidos por la sabiduría divina, y no por las intrigas y disputas del poder. Ante todo, hemos de orar al Señor para que conceda a su Iglesia el Papa que ella necesita en este momento histórico. Más allá de vanas predicciones apocalípticas, críticas tóxicas y sórdidos sensacionalismos espiritualistas.

Necesitamos orar y recordar que Dios es el Señor de la historia. Es Él quien conduce a su Iglesia con mano firme, pero oculta. La unidad de la Iglesia permanecerá a pesar de todo (Ef 4,3-6). Por ello, sigamos el ejemplo de San Martín y tantos santos, manteniendo nuestras lámparas encendidas como lo pide el Señor (Sal 18, 28-50; Mt 25,1-13).

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