¿Fronteras difuminadas? El auge de la virtualidad

La virtualidad no parece ser algo pasajero, sino que se extiende paulatinamente como la “nueva normalidad”; como la nueva forma de vida social y laboral.

Si antes nuestras vidas eran frenéticas, ahora lo son mucho más. Al trabajo compulsivo, el confinamiento y la desintegración social, se le suma el auge de la virtualidad.

A nadie parece importarle, pero en un reciente artículo, el profesor y escritor Jeffrey Pfeffer explica cómo el exceso de trabajo básicamente nos está matando.

En su libro titulado Muriendo por un salario, el académico de la Universidad de Stanford nos advertía sobre cómo el fenómeno del workaholic,o el trabajólico,es algo cada vez más común, desatendiéndose a sus consecuencias en nuestra calidad de vida.

Ahora, en casi siete meses de pandemia, el ritmo de vida se ha visto tan profundamente alterado, que resulta difícil pensar en una nueva normalidad.

¿Qué es la virtualidad? El complejo universo digital

En palabras simples, la virtualidad es la realidad construida por medio de las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC´s). El término se halla relacionado con el de “realidad virtual”, término acuñado en 1985 por el informático estadounidense Jaron Lanier.

Es común pensar que la virtualidad se opone a la realidad en la que usualmente nos movemos, pero ello puede inducir a error. El término “virtual” se deriva del latín virtualis, que a su vez es una traducción del griego δυνατόν, que significa “posible”.

Lo virtual, desde el pensamiento aristotélico como tomista, es aquello que tiene la capacidad de poner en movimiento, lo que permite hacer o experimentar algo en la realidad. En este sentido, lo virtual no es lo ficticio, sino el principio que permite que algo se haga real.

Es aquello que está contenido en una causa que tiene la capacidad de ser producido. Para Santo Tomás de Aquino, toda ciencia está contenida virtualmente en sus principios (S. Th. I, 1, 7), nuestra forma de conocer está virtualmente presente en los principios que la guían.

En este sentido, la virtualidad es precisada por Rosati (2010) de la siguiente manera: “La virtualidad no concierne algo abstracto, inmaterial, imaginario o irreal: ella testifica algo concreto, un principio de movimiento.” (párr. 26)

Así, la realidad construida por Internet y las TIC´s es una realidad que está contenida en la realidad actual, y se hace concreta en el momento en que empleamos los distintos dispositivos electrónicos.

De cierto es que la actual situación en que nos encontramos ha venido a complejizar y a diversificar aún más la realidad en que nos movemos, mostrándonos un amplio cúmulo de posibilidades de comunicación, interacción y experimentación.

¿Más allá de las fronteras? La aparente dimensión inmaterial de la virtualidad

Rosati, (2010) comenta cómo es común la tendencia a ver la realidad generada por Internet y las TIC´s como algo inmaterial. Ello de plano es un error, puesto que la realidad construida por Internet sigue requiriendo una base material para ser posible (cables, discos duros, centros de almacenamiento, etc).

Sin embargo, dicha sensación de inmaterialidad se da probablemente por tres elementos que caracterizan a Internet:

a)     Una desterritorialización. Es decir, la realidad construida por Internet y de la que participamos no requiere estar en un lugar y tiempo determinado, va más allá.

b)     Los objetos de Internet con los que interactuamos no parecen tener materia, ni estar en la realidad física.

c)     Al utilizar Internet, pareciese como si nuestros cuerpos no participaran de dicha experiencia.

Estas tres impresiones son falsas, en tanto Bruner (2015) desde la psicología cultural nos muestra que toda herramienta tecnológica implica trascender los límites biológicos y físicos impuestos por la naturaleza. Son como una especie de prótesis en que se conjuga nuestra biología y nuestra cultura.

Por ejemplo, los lentes que muchas personas emplean potencian la capacidad del sentido de la vista que usualmente no sería posible sin su uso. Los libros amplifican nuestra memoria, pensamiento, imaginación, así como las posibilidades de almacenar y transmitir información, conocimiento y sabiduría.

Los distintos medios de transporte permiten que podamos viajar más rápido y largo de lo que usualmente lo haríamos, y así podríamos continuar. Toda herramienta cultural conlleva una amplificación y complejización de nuestra humanidad, y ello no está exento de consecuencias positivas, pero también negativas.

Las bondades y las sombras de la virtualidad

De esta manera, y contextualizando en la presente situación, nadie pone en duda las ventajas y posibilidades que ofrece la virtualidad en el ámbito laboral, como sobre todo en el educativo.

Como docente e investigador, yo mismo he sido testigo de las potencialidades que ofrece la educación virtual o el e-learning. Pueden enriquecer y diversificar los procesos de enseñanza y aprendizaje que en otro momento se limitaban a estar presentes en un aula.

Sin embargo, toda tecnología nos sitúa ante la pregunta de cómo emplearla e integrarla en nuestra humanidad, y ello es también un problema moral.

Por ello, el pensador y escritor estadounidense Nicholas Carr apunta a que la tecnología puede desafiarnos y mejorarnos, o bien convertirnos en criaturas más pasivas.

La pandemia nos ha forzado a plantearnos esta cuestión, pues a raíz de la necesidad de digitalizar las distintas actividades de la vida para mantener al sistema socioeconómico funcionando, se está creando una nueva normalidad: la del mundo virtualizado.

El detalle es que las nuevas tecnologías son cada vez más autónomas, realizan más tareas por nosotros. Esto en sí no es un problema, pero si no somos prudentes con su uso, podemos despojarnos de nuestra capacidad de creación, de pensamiento profundo.

Podemos perder, sobre todo, la posibilidad de afrontar las dificultades de la vida que nos fuerzan a aprender de manera significativa.

Es fundamental entonces tener presente que ante la nueva normalidad que se está gestando, necesitamos estar atentos. Atentos a no convertirnos en esclavos de las herramientas que más bien deberían mejorar nuestra vida, nuestra humanidad e inclusive, nuestra vida espiritual.

Las fronteras traslapadas

Algo que Rosati (2010) pierde de vista es que si bien Internet y las TIC´s no generan una realidad inmaterial, en la actual situación, su uso masivo si está generando que las fronteras entre las distintas actividades de la vida se vuelvan inmateriales.

Una consecuencia que muchos podrán constatar es que con el vertiginoso uso de la virtualidad se han comenzado a difuminar las fronteras entre los distintos ámbitos de la vida.

El trabajo, la educación, la familia, la vida conyugal, afectiva, sexual y hasta la espiritualidad están contenidas en un solo lugar: nuestros hogares.

Antes de la pandemia, la mayoría de las personas tenían un lugar fijo de trabajo al cual desplazarse desde sus hogares; o al menos un horario laboral si se laboraba desde el hogar. Se tenía un lugar y horario para atender a los hijos que volvían del centro educativo, para visitar a la familia, y así sucesivamente.

La privacidad e intimidad del hogar se mantenían como un santuario, o al menos, como un refugio del agitado mundo social de hoy en día.

Ahora, sin embargo, todos estos ámbitos están comprimidos en el hogar. El trabajo para muchos se ha digitalizado, al igual que la educación de los hijos, la comunicación con los familiares, entre otras actividades.

¿Hacia dónde nos llevará este ritmo de vida cargado de actividades en el mundo digital? ¿Prevalecerá una vez mengüen la pandemia y el confinamiento?

Si no lo meditamos con cuidado, las bondades pueden ensombrecerse, y situarnos en una realidad que nos va a terminar desgajando de nuestra esencia.

Reestablecer las fronteras para seguir añorando el Paraíso

Ya sea por la obvia necesidad de sobrevivir o de llevar el sustento al hogar, es preocupante ver cómo la misma realidad nos demuestra que este agotador ritmo lapida la vida de millones de personas. Está generando un deterioro en la vida personal y social.

Los horizontes de la vida se estrechan, la cotidianeidad se convierte en una insoportable monotonía, sumado a la prisa y a la sobrecarga de ocupaciones que en última instancia laceran el alma, la duermen y alienan.

En Génesis 3:19, se nos afirma que Dios, tras la caída de Adán y Eva, les expulsó del Paraíso, maldiciendo al ser humano con las cargas del trabajo.

¿El uso que se hace de Internet y las TIC´s recrudece nuestra naturaleza caída o fomentan nuestra santificación?

¿De qué maneras el uso que se hace de estas tecnologías podría restarnos autonomía para pensar y experimentar la vida, nuestra humanidad, nuestra fe?

Son preguntas que resultan fundamentales para ayudarnos a comprender la actual situación. Préstese atención a que hago énfasis en su uso, no en las tecnologías como tales, que como se ha mencionado, presentan muchas posibilidades para mejorar nuestra calidad de vida.

Pero al uso que se haga de ellas debe prevalecer una sana prudencia, una madurada sabiduría que se deje guiar por la gracia de Dios.

Si queremos retornar al Paraíso, y alcanzar la salvación de nuestras almas, necesitamos también transformar nuestro mundo desde la libertad de los bautizados en Cristo.

Ello implica santificar nuestro uso de las nuevas tecnologías, no esclavizándonos a ellas, o en cuanto nos sea posible, cuidar nuestro silencio interior del avasallador ritmo de vida que se nos avecina.

Referencias bibliográficas

Barría, C. (2019). El trabajo está matando a la gente y a nadie le importa. BBC News Mundo. Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-47656050

Bruner, J. (2015). Actos de significado: más allá de la Revolución cognitiva. Alianza Editorial.

Rosati, M. (2010). ¿Qué significa la virtualidad de Internet? Recuperado de: https://razonpublica.com/iquignifica-la-virtualidad-de-internet/

Santo Tomás de Aquino. (Trad. en 2009). Suma de Teología. I parte, I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

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