La misericordia: el abrazo del Padre a la miseria humana
La misericordia divina es la revelación transformante del amor de Dios ante la fragilidad y la miseria humana ocasionadas por el pecado.
La pequeñez y la majestad: una amistad entrelazada por la Misericordia
La misericordia es la virtud de dar el corazón al que se encuentra lejos del amor (en la miseria), es decir, en el pecado. Ella es la imagen tangible del amor de Dios Padre manifestado en el corazón de Jesús, traspasado en la cruz.
Por tanto, es revelación del amor inclaudicable de Dios, quien se compadece del agobio ante la tragedia del pecado. Pecado que ensombrece y vacía el corazón del ser humano, apartándolo de su ser como hijo amado.
El pecado ocasiona una enemistad entre Dios Creador y su criatura; la esperanza ante esta ruptura se encuentra en la gracia de la misericordia. Gracia que es conferida a través de la experiencia personal y comunitaria de la que las Sagradas Escrituras dan testimonio.
Por ello, la grandeza y la majestad divina se unen en amistad con la pequeñez humana, donde el corazón de ambos, tanto de Dios Padre como del ser humano se abren[1].
Se permiten el abrazo entre Padre e Hijo, prevaleciendo un coloquio constante y permanente en el respeto. Diálogo que no impide expresar de manera auténtica las fragilidades humanas, así como también Dios corre el velo y da a conocer los bienes de su Reino. Bienes a los que el cristiano, y todo aquel que crea en Él, es llamado a participar, instruyendo el Señor cómo nos podemos dirigir a Él[2].
Surge entonces la cuestión: ¿cómo la pequeñez humana puede exaltar la majestad de Dios?[3] Permaneciendo siempre presente en Dios[4], así como ir juntos al caminar, pues el ser humano es la criatura más amada.
La misericordia divina: inquebrantable
La misericordia divina es una muestra de que ninguna barrera es inquebrantable para Dios, pues Él “es un espíritu infinitamente sutil”[5], ya que es el Creador de todo cuanto existe[6].
Esto conlleva la gloria de Dios Padre y Creador[7], por ello la constancia en la oración es indispensable en la vida de fe. En la oración germinan los frutos del encuentro que incluso en la perseverancia de los momentos adversos de la vida, admiten confesar la grandeza de Dios[8].
“Para el hombre de fe que canta, reza y medita con las Sagradas Escrituras, todos son motivos para esperar y confiar en el Señor. Para Él los atributos del Señor, como el poder, la sabiduría y grandeza, son evidentes, «pues como es su grandeza así es su misericordia»»[9][10].
El saber de Dios se acrecienta en la oración, contribuyendo a degustar la magnificencia de las cosas y a fortalecer la comunión con el Padre. Todo esto siendo conscientes de las propias debilidades humanas[11].
A pesar de ello, al ser la criatura amada, Dios va moldeando al ser humano[12], esta es la obra excepcional y, por ese motivo es digno de gozar de las bondades divinas, otorgándole dignidad al punto que fue creado a “imagen y semejanza del Creador”[13].
Dios se revela continuamente
A lo largo de las Sagradas Escrituras Dios se va mostrando al ser humano; de ahí el significado del término epifanía (del griego επιφάνεια). Todo el acontecer bíblico es la acción reveladora de Yahveh, que aparece para socorrer a su pueblo que clama y que en el acontecimiento de Cristo se ve manifiesto este obrar[14]: «Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación: pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad»[15].
En los textos veterotestamentarios la grandeza de Dios tiene su epifanía en varios acontecimientos. Desde la Creación[16], la liberación del pueblo de Israel por parte de Moisés[17], el anuncio del profeta Natán a David[18] sobre su hijo Salomón[19], hasta el canto de los Salmos[20].
Este pensamiento fue asumido íntegramente en el Nuevo Testamento[21]. En este sentido, la marca del pecado promueve una concepción despreciable sobre el ser humano[22], en donde su único destino aparentemente es la muerte[23]. Es un juicio que tiene como veredicto “pesar de Dios” [24] y, por ende, no es merecedor de salvación alejándolo cada vez más de Dios[25].
La misericordia es revelada
Sin embargo, es aquí donde la grandeza de Dios responde ante este frívolo panorama con su misericordia, realizada en la Encarnación de Jesús[26] y culminada en el Misterio Pascual. El anhelo de Dios es acoger al pecador y sanar sus heridas; de este modo la persona restaurada en su dignidad puede estar con su oído atento a la escucha de la voluntad divina[27], es decir, seguir el camino de la santidad[28].
En la predicación de Jesús el lenguaje utilizado es el de la misericordia, invitando al creyente a vivir en el misterio trinitario. Misterio del que es participe por el Bautismo. Jesucristo en su persona y su obrar, encarna y personifica la acción misericordiosa; la hace visible, y desde ahí va dando a conocer al Padre. El rostro de Cristo descubre el don del amor misericordioso, en procura de la redención para que exprese la sublimidad de su vocación. El fin es que el ser humano viva la plenitud de su dignidad como persona e hijo de Dios.
Debido a este actuar divino es menester comprender que la epifanía de Dios en la vida es una experiencia real y verdadera. Una en la que el ser humano va escrutando su voluntad a través del diálogo constante y perseverante que se da en la oración.
Oración en la que se contempla al crucificado es como se hace legible el amor del Padre. Cristo, al entregarse en la cruz, es como Dios se compadece de la miseria de la persona, y abraza toda la fragilidad de la naturaleza humana.
Fragilidad que se manifiesta en el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, etc. El de Dios es un amor enérgico ante las limitaciones y fragilidades del ser humano. Limitaciones físicas y morales en las que se hace realidad tangible el amor inagotable del Padre por medio de su Hijo Jesucristo.
La presencia de Dios es amor y misericordia
La presencia de Dios se manifiesta, de esta forma, en el amor y la misericordia, convirtiéndose además en la exigencia de apertura hacia un camino de conversión. Uno donde el corazón endurecido y vacío acepta la gracia divina como la guía de su vida, en procura de reconciliarse con su Padre y, gozar de sus bondades en su Reino[29].
La riqueza que se haya en el tesoro de la gracia de la misericordia es la alegría de la acogida. Es una actitud que dignifica a la persona, siendo ésta el bien más preciado, anteponiéndolo al mal que degrada al hombre.
El Papa Francisco afirma que: “El amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona para comprender su deseo más recóndito, y que debe de tener el primado sobre todo”[30].
Es la mirada que compadece al pecador más no al pecado, un juicio que no acusa, sino que prima la piedad y la compasión. Dirá San Pablo que es: “un veredicto de perdón, que conlleva a la esperanza hacia el “camino de la caridad”[31]. Implica que la persona se abandone en la confianza del amor paternal de Dios, el cual acompaña a su hijo en el andar de la vida[32].
Contemplar la cruz es profundizar en la miseria a la cual es arrastrada la persona por el pecado hasta condenarla a la muerte.
No obstante, al mismo tiempo es ahondar en el querer divino; en el símbolo escatológico que anuncia la vida y la trascendencia. Uno que revela que el crucificado ha resucitado, es el gozo de vivir en libertad y plenitud.
¿Qué hacer ante la misericordia que se revela?
Ante esta revelación se exige por parte del cristiano una actitud de humildad, porque la reparación del pecado requiere “desnudarse” ante Dios y exponer las heridas del mal. Un mal causado por el pecado, siendo necesaria la contrición del corazón como un acto fundamental para la apertura de la misericordia.
Incluso el propio Jesucristo lo dirá en la cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”[33].
Sin duda alguna el perdón es la llave que abre la puerta hacia el encuentro; para vivir en la alegría del amor.
Para vivir en la felicidad, es decir deleitarse en el gozo de ser un hijo amado por el Dios Padre: “Revístete de alegría, que encuentra siempre delante de Dios y siempre le es agradable y complácete en ella, porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza. Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría»[34].
Perdonar es así, un imperativo en la vida de fe. Sanar por completo el corazón es necesario para que se pueda vivir en gracia[35], por lo que se puede decir que el perdón reviste a la persona para la nueva vida.
El perdón exalta la acción misericordiosa ya que cada vez que se perdona tanto al hermano como a sí mismo se muestra la mirada compasiva. Es la mirada de Dios, tal y como lo hizo en su plan de Redención, para con la humanidad. Un cristiano siempre ha de tener la misma actitud de la pecadora que perfuma los pies de Jesús[36], postrarse de rodillas y dejarse abrazar por la misericordia.
Bien afirma el Papa Francisco lo siguiente: “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón, por este motivo es que ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre Celeste, un amor incondicionado e inmerecido”[37].
La reconciliación misericordiosa y sacramental
En conclusión, el perdón acopla el designio divino con aquellas necesidades requeridas en la perseverancia de alcanzar los bienes del Reino. Para regocijarse en el gozo del abrazo filial y fraterno entre el Padre y el Hijo, tal y como lo expresa la fórmula de absolución.
En el Sacramento de Reconciliación se recita lo siguiente: “Dios, Padre Misericordioso que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda por el Ministerio de la Iglesia el perdón y la paz”[38].
El reconciliarse limpiando y sanando el corazón restaura la identidad de hijo de Dios recibida en el Bautismo. Por ende, el amor del Padre es capaz de irrumpir la condición de pecado y liberar de esas ataduras a su criatura más amada. Es así como precede y prevalece ante todo la grandeza de Dios[39].
Claves de lectura desde la misericordia
Se ofrecen para la reflexión tres claves de lectura para la vida de oración y meditación.
1) La Misericordia como Abrazo Paternal. La misericordia es el amor compasivo y redentor de Dios hacia la humanidad pecadora. Este abrazo amoroso se manifiesta a través del perdón, la compasión y la disposición de Dios para acoger y sanar a aquellos que se acercan a Él con humildad y contrición.
2) La Revelación de la Misericordia en la Historia Sagrada. A lo largo de la historia bíblica, desde el Antiguo Testamento hasta la Encarnación de Cristo, Dios revela su misericordia. Esta revelación se presenta como un elemento clave en la relación entre Dios y la humanidad, mostrando su grandeza al manifestar su amor compasivo incluso en medio de la miseria humana.
3) El perdón y la reconciliación como camino hacia la gracia. El perdón es un acto que libera y restaura, permitiendo que la persona se acerque nuevamente a la gracia de Dios. El perdón, tanto recibido como otorgado, es esencial para experimentar la plenitud de la relación con Dios y vivir en la alegría del amor divino.
Referencias bibliográficas
[1] Cf. Hab 2, 20; Sof 1, 7.
[2] Cf. Heb 1, 1-2.
[3] Cf. Sal 8, 2; Is 40, 25-26; Bar 3, 32-35
[4] Cf. Sal 139, 7-12
[5] Vílchez J., “Vosotros, cuando oréis decid: Padre Nuestro”, Editorial Verbo divino, Navarra, 2001, p. 14
[6] Cf. Sal 11, 25; Hech. 17, 25.27-28.
[7] Cf. Vílchez J., “Vosotros, cuando oréis decid: Padre Nuestro”, Editorial Verbo Divino, Navarra, 2001, p.15-16. En cuanto a este aspecto de «la capacidad de admiración y asombro», hay que resaltar una observación muy importante que expone Vílchez J., al decir que esta capacidad de admiración y asombro es propia de todo individuo de cualquier época, sin embargo, el hombre actual puede sentirse asombrado de la grandeza de la obra creadora, pero en general se queda ahí, mientras que el hombre antiguo y, más precisamente el del ambiente bíblico admira la obra que ve y ensalza, alaba a su Creador en el que cree sin esfuerzo (cf. Eclo 18, 1-5; 43, 27-30)
[8] Cf. Tob 12, 6
[9] Cf. Eclo 2, 18
[10] Cf. Vílchez J., “Vosotros cuando oréis decid: Padre Nuestro”, Editorial Verbo Divino, Navarra, 2001, p. 17.
[11] cf. Is 6, 5.
[12] cf. Gn 2, 7; Job 10, 3. 8-9.
[13] Cf. Gn 1, 26-27.
[14] Cf. 2 Tes 2 8; 1 Tim 6, 14; 2 Tim 4, 1-8; Tit 2, 13.
[15] Misal Romano Prefacio II, Fiesta de la Epifanía.
[16] Cf. Gen 1, 1-2; Sal 139, 13-14; Hev 3, 4.
[17] Cf. Dt 32, 3. La oración que se convertirá en regla de vida para David.
[18] Cf. 1 Cron 29, 10-13.
[19] Cf. 2 Sam 7, 21-22
[20] cf. Sal 150, 1-2; Sal 145, 1-7; Eclo 39, 15. Todo himno es un instrumento que alaba la Majestad divina
[21] Cf. Jds 24-25
[22] cf. Sal 22, 7; Job 25, 4-6
[23] cf. Sal 103, 14-16
[24] cf. Gn 6, 5-7
[25] cf. Jer 17, 5
[26] cf. Sal 33, 13-15; Job 34, 21; is 49, 15m; Sal 139 ,13-16
[27] cf. Hech 22, 19
[28] cf. Pe 1, 15-16.
[29] cf. Juan Pablo II, Dives in Misericordia”, Roma, 1980, nn. 2-3.
[30] Papa Francisco, “Carta Apostólica Misera et Misericordia”, Roma, 2016, n. 1.
[31] cf. Ef 5, 2.
[32] cf. Lc 7, 47.
[33] Lc 23, 34.
[34] Papa Francisco, “Carta Apostólica Misera et Misericordia”, Roma, 2016, n. 3. Además cf. Flp 4, 4.
[35] cf. Ap 3, 20.
[36] cf. Lc 7, 36-50.
[37] Papa Francisco, “Carta Apostólica Misera et Misericordia”, Roma, 2016, n. 2.
[38] Ritual de la Penitencia 102.
[39] cf. 1 Co 13, 7
Licenciada en Teología por la Universidad Católica de Costa Rica y especialista en el idioma hebreo por el Instituto Bíblico de Jerusalén. Ha impartido cursos sobre Sagrada Escritura y oración en distintas comunidades. Como laica, esposa y madre de familia, Gaby integra su apasionada vocación teológica con su vida familiar, comunitaria y eclesial, sirviendo como un referente en cuestiones de fe para muchas personas.