La religión en perspectiva católica

Los intelectuales ilustrados y positivistas de los siglos XVIII y XIX se equivocaron estrepitosamente: la religión no sólo no ha desaparecido, sino que se transforma.

Vana fue la soberbia y pomposidad de muchos que vaticinaban el fin de las religiones institucionalizadas y del llamado homo religiosus (Duch, 2012). Es decir, el ser humano como un ser natural y profundamente religioso, con una noción siempre presente de que existe una realidad que le trasciende.

Esto no es para menos. Smith (1962) afirmaba a mediados del siglo anterior que “el hombre encuentra en la religión algo que trasciende las acusaciones de sus críticos.” (p. 21)

No ha desaparecido nuestra capacidad de ser religiosos, de religarnos, de vincularnos y unirnos a Dios en la vida cotidiana, social y cultural. Pero sí están dándose transformaciones importantes que merecen ser constantemente analizadas desde la Teología católica, pues la Iglesia se ha visto afectada por esta situación.

Hablar hoy en día de la religión suscita intensos y acalorados debates, los cuales, más que ser un intento colectivo por comprender aquello íntimo a nosotros, son un mercado de voces, y a veces vociferaciones, que solo generan confusión.

A esto se le suma una reciente tendencia social y cultural a diferenciar religión de espiritualidad. Es una diferenciación y hasta oposición entre ambos términos que no sólo es falsa, sino absurda, pero es un fenómeno real que refleja por dónde va nuestro mundo.

Por ello, intentar ofrecer definiciones y posibles rutas de comprensión desde la perspectiva católica es siempre una tarea necesaria y provechosa para nuestra fe.

¿Qué es la religión? Algunas definiciones

Definir la religión es siempre una tarea compleja, y no exenta de ambigüedades. Dependiendo de cuáles aspectos se acentúen, variarán las definiciones de la religión, que vale decirlo, es connatural al ser humano, y es un fenómeno universal.

Ya desde mediados de la década de los sesenta del siglo anterior, Parsons (1964), prestigioso sociólogo norteamericano, nos enfatizaba este detalle fundamental: “La religión es tan universal como lo pueden ser el lenguaje o el tabú del incesto.” (p. 27)

Lo que no es universal es la definición de religión, y buena parte de nuestra comprensión nos ha sido heredada por la civilización occidental cristiana. Teniendo esto presente, la definición brindada por Guerra (2002) me parece una de las más precisas. Nos dice lo siguiente:

«Religión es el conjunto de creencias, celebraciones y normas ético-morales por medio de las cuales el ser intelectual reconoce, en clave simbólica, su vinculación con lo divino en la doble vertiente, a saber, la subjetiva y la objetivada o exteriorizada mediante diversas formas sociales e individuales.» (p. 26)

Cuando hablamos de religión, estamos hablando de aquello que es más íntimo y delicado para el ser humano; aquello que comprende las que yo llamo las “preguntas eternas”.

Es decir: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido de la vida, del amor, de la bondad, de la muerte como del sufrimiento?

Son preguntas cuyas respuestas atañen al conocimiento de la verdad, lo que no es igual a poseerla; cuidado con cruzar hacia el terreno del fundamentalismo.

Son interrogantes sobre las cuales la religión ha intentado dar una respuesta, y desde el cristianismo, son preguntas cuyas respuestas nos han sido reveladas por Dios a través de Jesucristo, pero cuyo contenido es siempre vivo e inagotable.

Sólo el ser humano es capaz de ser religioso

La religión, al menos la mayor parte de ellas, poseen un conjunto de afirmaciones o verdades sobre Dios, el ser humano y el universo que es necesario creer, e ir comprendiendo. A esto le acompañan un conjunto de leyes, preceptos ético-morales y celebraciones que rigen la vida y la conducta de quien los asume y practica.

Ahora bien, esto varía de religión a religión; en algunas se le ha dado más importancia a lo doctrinal y a lo intelectual, y no tanto a lo emocional o experiencial, o viceversa.

Acá la pluralidad es palpable. Como lo afirma Díaz (2004), encontramos desde religiones altamente institucionalizadas, con una doctrina y un cuerpo sacerdotal sofisticado, hasta religiones sin un sistema de creencias definido, sin templos ni sacerdotes, sin mayor organización.

Hallamos religiones que creen en un Dios único y personal, como el judaísmo, el cristianismo o el islam. Pero en otras, como el taoísmo o el budismo, se habla de una Realidad impersonal, o no se cree en la existencia de Dios.

En todo este extenso panorama, lo que sí es una realidad objetiva es que sólo el ser humano es capaz de ser religioso. Sólo nosotros somos plenamente conscientes de nuestra mortalidad, de nuestras limitaciones, de nuestra contingencia; no veremos eso en ninguna otra especie animal.

Las demás especies animales son también mortales o más que nosotros, pero ninguna manifiesta religiosidad porque no tienen capacidad de raciocinio ni consciencia de sí.

De esta forma, al ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra mortalidad, a lo largo de la historia la mayor parte de la humanidad ha reconocido su origen y dependencia de quien los cristianos llamamos Dios, o el Ser absolutamente trascendente e inmanente.

La religión y sus mediaciones: relacionándonos con Dios

Dios es Aquel que nos desborda, y está infinitamente más allá de nosotros, pero a la vez, nos es infinitamente más íntimo que nosotros mismos.

Por eso Eliade (1981), Guerra (2002), Panikkar (2007) y muchos otros, enfatizan en que la forma de expresar la trascendencia y profundidad de nuestra relación con Dios es a través del lenguaje simbólico y metafórico.

En la Iglesia católica, el dogma define y expresa una verdad revelada por Dios que se mantiene inmutable, comprenderla es ir asintiendo en su realidad. El detalle es que una vez ha sido aceptada de manera consciente, nuestra vivencia de dicha verdad a través de la fe da lugar a una inmensa variedad de expresiones simbólicas.

Por eso, para Velasco (2013), la categoría que mejor nos acerca a Dios es la de Misterio. Dios es, ante todo, Misterio que nos trasciende y nos envuelve (Hch 17,28). Guerra (2002) afirmará que:

“La única vía de acceso racional a lo divino y de expresión de lo mismo se nos abre gracias a los símbolos, producto de la analogía.” (p. 28)

No obstante, conviene tener presente que los símbolos no son absolutos; son mediaciones que permiten vivir y comprender un poco mejor el misterio de Dios.

Si no somos conscientes de su carácter relativo, corremos el riesgo de incurrir en una actitud intransigente que condena cualquier imagen o representación de Dios, cayendo en un fundamentalismo aniconista.

O bien, podemos correr el peligro de absolutizar dichas imágenes, cayendo así en la idolatría, un pecado condenado muy tempranamente en la historia de la salvación (Ex 20,4-6).

La perspectiva católica y apofática

Para evitarnos ambos extremos en nuestro entendimiento y vivencia de la religión, necesitamos una perspectiva católica, del griego καθολικός, es decir, a través del todo universal.

Dicha perspectiva católica es en última instancia apofática. Del griego ἀποφάσκω, el apofatismo ha sido de una de las corrientes de pensamiento más importantes en la Teología y la mística católicas.

Inicialmente desarrollada por San Agustín, y continuada por Pseudo-Dionisio Areopagita en el siglo VI d.C., plantea que es más lo que no sabemos de Dios, que aquello que podríamos saber.

Lo poco que sabemos ha sido por revelación suya, dada la absoluta trascendencia del Señor. Si bien podemos conocerle por medio de la racionalidad y de la Creación (Rovira Belloso 1996), en última instancia Dios es un Dios oculto (Is 45,15).

En este sentido, la perspectiva apofática nos permite tener una sana claridad de que todo símbolo o imagen de Dios son relativos, y en última instancia sólo expresan una diminuta parte de la trascendencia divina.

No ocurre así con los dogmas de fe, que por ser verdades reveladas por el mismo Dios son distintos en naturaleza a los símbolos e imágenes construidas por el ser humano que se emplean como vía de expresión.

Por ello es que, difícilmente, va a encontrarse uno a místicos o místicas de la Iglesia católica que cuestionaran o relativizaran los dogmas de fe. Al contrario, vivieron tan profundamente las verdades reveladas que se transfiguraron con Cristo, y llevaron al límite la capacidad comunicativa del lenguaje.

Lo anterior vuelve innecesaria cualquier discusión donde se pretenda relativizar la verdad que el dogma transmite, o donde se busque plantear una hipotética evolución de los dogmas como meras producciones humanas, sujetas a la evolución histórica y sociocultural.

Quienes plantean esto simplemente no han entendido el concepto de la Revelación, ni lo han vivido como experiencia de encuentro con el Dios vivo. De ahí el absurdo, pero también gravedad de la herejía modernista, fuertemente condenada por el Papa San Pío X en el decreto Lamentabili y en la encíclica Pascendi dominici gregis, ambos promulgados en 1907.

La dimensión interna y externa de lo religioso

El recorrido que hemos hecho hasta ahora nos muestra cómo la religión entonces posee dos dimensiones fundamentales, veamos cuáles son:

  • Subjetiva o interior: Se refiere a la fe, las creencias y la experiencia personal. Esta puede manifestarse a través de acciones externas como oraciones, posturas corporales, gestos, etc.
  • Objetivada: Trata de la dimensión externa de lo religioso que podemos apreciarla en los libros sagrados, templos, imágenes, estatuas, sitios de peregrinación, entre otros.

En otras palabras, la religión posee una dimensión interna que se refiere a todo aquello que constituye nuestra experiencia de Dios, personal y grupalmente. Por otra parte, la dimensión externa comprende la manifestación histórica de todo ese conjunto de experiencias de Dios que han ido moldeando a las sociedades.  

Por otra parte, Del C. Fuentes (2018) nos ofrece esta rica y concisa definición de lo que es la religión, a la cual considera como:

«El conjunto de instituciones que formulan, organizan, administran o coordinan el instrumental de teorías, doctrinas, dogmas, preceptos, normas, signos, ritos, símbolos, celebraciones o devociones, en torno a una creencia trascendental y a través de las cuales se conservan, cultivan o expresan colectivamente las experiencias espirituales personales.» (p. 110)

Es una definición similar en muchos aspectos a la brindada por Guerra (2002), y en sí, más sistemática. Pero es interesante notar cómo este autor, en el estudio bibliográfico que realizó desde la Psicología de la religión, afirma que la mayoría de los trabajos realizados hoy en día incurren en esta oposición entre religión y espiritualidad.

La religión: necesaria y perenne

A la creciente confusión y analfabetismo religioso de nuestra época han contribuido en buena parte los fenómenos de la des-institucionalización y la privatización religiosa. Ambos básicamente consisten en que un creciente sector de las sociedades ya no se identifica con las religiones tradicionales e institucionales.

Ya no se busca ahí a Dios, ni el sentido de la vida, sino que ahora se persiguen formas alternativas de religiosidad que no impliquen la aceptación de creencias, la pertenencia a una comunidad de fe, la participación en las celebraciones litúrgicas, entre otras (Cornejo, 2012).

A estas formas alternativas de religiosidad, más individualistas, líquidas y ambiguas que compartidas, consistentes y claras, se les ha venido a llamar “espiritualidad” o “espiritualidades”.

Sin embargo, tanto en una como en otra definición podemos notar que la espiritualidad está siempre presente en la religión, es intrínseca a lo religioso. El cristianismo, entendido como religión revelada, fundada en un acontecimiento histórico como lo fue la revelación de Dios en Jesucristo, posee una intensa dimensión mística y espiritual.

Sin embargo, si algo ha enfatizado la Teología católica en el siglo XX es que esa dimensión espiritual que se asume a través de la fe es fruto tanto de un don divino como de una decisión consciente.

 En su magistral homilía impartida en Ratisbona durante el 2006, el ahora Papa emérito Benedicto XVI afirmó que creer en Dios es nuestra opción fundamental. Es nuestro ser y estar en el mundo. En este sentido, nos compartió una reflexión con la que podemos continuar hacia nuestro estudio de la espiritualidad:

“Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin Él no cuadran.”

(Homilía en Ratisbona, 12/9/06)

Referencias bibliográficas

Cornejo, M. (2012). Religión y espiritualidad, ¿dos modelos enfrentados? Revista Internacional de Sociología 70(2), 327-346.

Del C. Fuentes, L. (2018). La religiosidad y la espiritualidad, ¿son conceptos teóricos independientes? Revista de Psicología 14(28), 109-119.

Díaz, C. (2004). Manual de Historia de las Religiones. 5ta edición. Desclée de Brower.

Duch, L. (2012). La religión en el siglo XXI. Siruela.

Eliade, M. (1981). Lo sagrado y lo profano. Guadarrama.

Guerra, M. (2002). Historia de las religiones. Biblioteca de Autores Cristianos

Smith, W. (1962). El sentido y el fin de la religión. Kairós.

Velasco, J.M. (2013). Las imágenes de Dios: aproximación desde una fenomenología de la religión de orientación filosófica. En Bernabé, C. (Ed.) (2013). Los rostros de Dios: imágenes y experiencias de lo divino en la Biblia. Asociación Bíblica Española.

Parsons, T. (1964). Introduction. En Weber, M. (Trad. en 1964). The Sociology of Religion. Beacon Press.

Panikkar, R. (2007). La mística: experiencia plena de la vida. Editorial Herder.

Rovira Belloso, J. (1996). Introducción a la Teología. Biblioteca de Autores Cristianos.

3 comentarios en “La religión en perspectiva católica”

    1. MET. Marco Quesada

      Saludos
      Muchas gracias por tomarse el tiempo de leerlo, y de compartir sus impresiones. Son las cuestiones esenciales para el ser humano, y por ello, merecen la pena el esfuerzo y la dedicación.

      Dios le bendiga

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