La Tradición en la Iglesia católica: Parte I

Pensar hoy en día en vivir la fe o la espiritualidad desde una tradición religiosa puede resultar para muchos un tanto desfasado, vetusto, coercitivo o hasta indiferente. No es nada sorpresivo, pues las nuestras son sociedades con una precaria memoria histórica.

Ahora nada dura, pues se dice, todo está en constante cambio, la mayoría de las veces sin ningún rumbo, y es este un fenómeno que cada vez está infiltrándose más en la Iglesia católica. Por ejemplo, un reciente sondeo llevado a cabo durante el 2017 en Inglaterra y Gales mostró algo interesante que ilustra lo anterior.

Se halló que, salvo contadas excepciones en algunos sectores de jóvenes más “tradicionalistas”, la mayor parte de las nuevas generaciones de católicos no tienen un sentido de continuidad con el pasado de la Iglesia, y prefieren que esta se adapte a las tendencias sociales e ideológicas de hoy.

Ello recuerda mucho a la “Modernidad líquida” de la que habla Bauman (2006), término icónico para distinguir a nuestra época, caracterizada por una liquidez que marca el devenir cotidiano y el tejido de nuestras relaciones con los demás, con nosotros mismos, y con todo el bagaje histórico, cultural y religioso que nos precede.

El sociólogo polaco se refiere lo explica de la siguiente forma:

La sociedad que ingresa al siglo XXI no es menos “moderna” que la que ingresó al siglo XX; a lo sumo, se puede decir que es moderna de manera diferente. Lo que la hace tan moderna como la de un siglo atrás es lo que diferencia a la modernidad de cualquier otra forma histórica de cohabitación humana: la compulsiva, obsesiva, continua, irrefrenable y eternamente incompleta modernización. (p. 33)

Ante semejante vorágine del cambio por el cambio, es necesario recordar la importancia que mantiene la Tradición de la Iglesia, que desde siempre se ha revelado como un peñasco de esperanza, capaz de resistir los embates del tiempo y de lo incierto.

Tras un siglo marcado por dos guerras mundiales y una guerra fría, las nuestras se han llegado a convertir en unas sociedades de mercado, globalizadas, donde lo que importa no son ya las creencias, las convicciones o las ideas perennes, sino el individuo en tanto consumidor. Es un panorama complejo, pero afirmo con contundencia, también esperanzador.

La Tradición en la Iglesia católica: algunas precisiones sobre sus orígenes

Junto a la Sagrada Escritura y el Magisterio, la Tradición es uno de los tres pilares de toda teología que se considere católica. Los orígenes mismos de la Tradición se remontan a Jesús y su grupo de discípulos, quienes fueron ante todo testigos del Señor durante el tiempo en que convivieron con Él.

Aguirre y Rodríguez (2000) afirman que “en la peculiar relación de los discípulos con Jesús y su palabra se encuentra el presupuesto y la exigencia de la formación de una tradición” (p. 28).

Tanto Jesús como sus discípulos se desenvolvieron en una cultura de la memoria y la transmisión como es característico del pueblo judío. Era común que los alumnos de escuelas rabínicas aprendieran por transmisión oral los dichos y hechos de sus maestros.

Algo similar ocurrió de manera similar con Jesús y sus discípulos, quienes fueron aprendiendo de memoria los dichos y hechos del Señor hasta que posteriormente se fueron poniendo por escrito en los textos que conforman el Nuevo Testamento.

Por ello, la naciente tradición en el grupo de Jesús nunca fue estática, sino que evolucionó a lo largo del tiempo, distinguiéndose una comunidad prepascual judía y una pospascual que posteriormente se relaciona con el mundo grecorromano.

Se trata de la misma comunidad; una comunidad antes de la Pasión-Muerte-Resurrección de Jesucristo, y otra después de ésta. Ante esto, es interesante lo que afirman ambos autores:

Entre la comunidad prepascual y la pospascual hay una relación de continuidad/discontinuidad. Continuidad porque se trata del mismo grupo de personas, cuya estrecha relación con Jesús antes de Pascua implicaba ya una cierta fe en él, de modo que el encuentro con el Resucitado es un re-conocimiento.

No obstante, también hubo cierta discontinuidad, porque son los mismos, pero no son iguales; han sido transformados por la experiencia del Resucitado, han cambiado y han descubierto una nueva luz que les ilumina toda su vida anterior con el maestro (Aguirre y Rodríguez, 2000, p. 30).

La resurrección de Jesús, el encuentro con Él por parte de sus discípulos y su re-conocimiento como el Cristo, el Hijo de Dios vivo, así como la fe/adhesión a su persona, son los acontecimientos que generan la formación de una tradición que ya estaba implícita antes de Pascua.

La gran pregunta no es entonces si Jesús fundó una Iglesia, creo que la respuesta es más que afirmativa, clara y alcanza su plenitud desde la fe. Hay que ir más allá y preguntarse en qué medida la Iglesia mantiene continuidad o discontinuidad con la persona de Jesucristo, al cual debe volver constantemente, pues aparte de ser su fundamento, es su referente crítico y su horizonte a lo largo de todas las épocas.

El término «Tradición»: la transmisión del fuego

El gran escritor inglés G.K. Chesterton (2007) decía que la Tradición es la transmisión del fuego, no de las cenizas. Hermosa metáfora que es como un bálsamo ante el relativismo y las excentricidades ideológicas de esta época, ante las cuales sucumben muchos católicos y otros cristianos.

No por casualidad, Chesterton afirmaba que quienes abandonan la tradición de la verdad no escapan hacia algo llamado “libertad”, sólo escapan hacia algo que llamamos “moda”. Esto lo dijo a mediados de la década de los ´30, pero su actualidad es sorprendente, va directo al corazón de la situación del ser humano contemporáneo.

“Tradición” en este sentido, viene de la palabra latina “traditio”, sustantivo del verbo “tradere”, cuyo significado es “transmitir”. En griego παραδοῦναι contiene el mismo significado: “transmitir”, “entregar”.

Yves Congar (1964/2004), uno de los teólogos más conocidos del siglo XX, nos afirma que, en su sentido más básico, la Tradición y su transmisión “es el principio mismo de toda la economía de la salvación” (p. 10). Es en el envío de Cristo y del Espíritu Santo -nos dice Congar- donde se haya el fundamento de la Iglesia (Jn 20:21-23; Lc 22:29; 1 Cor 3:23).

Sin embargo, ya incluso antes de Pascua hay un envío de los discípulos por parte de Jesús (Mt 10:1-40; Mc 6:7-13; Lc 9:1-6), por lo cual, teológicamente, el κήρυγμα o kerigma (“anuncio”) de la Buena Nueva, viene precedido por un núcleo de tradición que ha continuado su desarrollo.

Así, el testimonio de encuentro con el Resucitado y la preservación de sus enseñanzas en la memoria son la fuente no sólo de la Tradición, sino de la liberación del ser humano del pecado que lo carcome. Pecado que lo escinde de sí mismo, y lo desconecta de su verdadera dignidad y naturaleza, abiertas a la gracia del amor de Dios.

De esta forma, lo que conocemos como la Tradición apostólica hunde sus raíces en Jesús mismo y sus apóstoles. Según Brown (1986), es a partir de las Cartas pastorales (Tito, Primera y Segunda Cartas a Timoteo) donde se aprecia cómo la Iglesia muestra una mayor organización y estructura, al ser mayor la consciencia de que es necesario transmitir el fuego (2 Tim 2:2), hasta la Segunda Venida de Cristo.

El fuego no sólo hay que transmitirlo, sino también protegerlo de quienes siempre han querido extinguirlo, o usarlo para sus propios fines espurios (Tito 1:10; 1 Tim 4:1-2; 2 Tim 3:6; 4:3), una situación que de hecho, no nos es muy ajena hoy en día.

Los apóstoles, entre ellos San Pedro y San Pablo, al sentirse próximos a su muerte, y ver cómo en las iglesias que iban fundando surgían falsos maestros que podían desintegrarlas, se ven en la necesidad de preservar su legado mediante una serie de instrucciones, y en la designación de sucesores que continuasen esa herencia, que es la herencia viva de Cristo mismo.

Aquí es donde nace la sucesión apostólica, que es la doctrina y práctica mediante la cual los obispos son los sucesores de la autoridad y el legado espiritual de los apóstoles. Se basa justamente en esta idea: los obispos son constituidos en testigos, a como los apóstoles lo fueron, de lo que ahora se conoce como el depositum fidei, o el contenido de la Revelación de Dios en Jesucristo.

La Iglesia tiene un gran desafío hoy en día y es el de justamente, mantener viva esa transmisión del fuego que es Cristo resucitado, en medio del vaivén existencial que corroe rápidamente cualquier sistema de creencias e ideas que se presente de manera coherente y perdurable.

Referencias bibliográficas

Aguirre, R., Rodríguez, A. (2000). Evangelios sinópticos y Hechos de los apóstoles. Cuarta edición. Navarra: Editorial Verbo Divino.

Bauman (2006). Modernidad líquida. Sexta edición. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Chesterton, G.K. (2007). El pozo y los charcos. Madrid: EDIBESA.

Brown, R. (1986). Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron. Bilbao: Desclee de Brower.

Congar, I. (1964/2004). The Meaning of Tradition. San Francisco: Ignatius Press.

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