«Muéstrame tu rostro»: Reflexiones sobre Éxodo 33:18-23

18Moisés dijo a Yahvéh: “Por favor, déjame ver tu Gloria”. 19Y Él le contestó: “Toda mi bondad va a pasar delante de ti, y yo mismo pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé. Pues tengo piedad de quien quiero, y doy mi preferencia a quien la quiero dar”. 20 Y agregó Yahvé: “Pero mi cara no la podrás ver, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.21Mira este lugar junto a mí. Te vas a quedar de pie sobre la roca y, 22 al pasar mi Gloria, te pondré en el hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. 23Después sacaré mi mano y tú entonces verás mis espaldas; pero mi cara no la podrás ver”.

En un artículo anterior, reflexionábamos sobre el encuentro de Dios con Moisés en Ex 3:1-6 y su profundo significado místico y teológico a partir de una analogía con la película “La llegada” (2016). En esta ocasión, y como continuación de las reflexiones mencionadas, quisiera referirme a otro texto del Éxodo que marca un punto crucial en la relación del ser humano con Dios, punto de inflexión en realidad, que en la cultura occidental pero también en la historia universal ha sido determinante.

Significado actual de Ex 33:18-23: el Dios escondido

El texto puede analizarse de varias maneras, pero se verá que puede ser un importante punto de convergencia entre las grandes religiones monoteístas, pero también con religiones como el budismo y el taoísmo, conscientes todas ellas de la inefabilidad del misterio último de la realidad y más allá de ella. Acá estamos ante un texto que nos alude a la posibilidad/imposibilidad del ser humano de conocer ese ser, misterio y fundamento último que los cristianos llamamos Dios:

“Cierto, tú eres un Dios oculto, el Dios de Israel, salvador”, nos dice el profeta Isaías (Is 45:15), texto que refleja a la perfección lo que el nuestro exuda en todas sus palabras; el misterio de Dios en sí mismo es algo vedado, delirio y deleite de profetas, místicos, teólogos, filósofos y hasta poetas a lo largo de la historia. Se mantiene incólume, como esperanza última para quien busca el sentido de este drama, muchas veces absurdo, en que vivimos. Analicemos los pasajes que lo componen:

18Moisés dijo a Yahvé: “Por favor, déjame ver tu Gloria”.

El clamor de Moisés es el de los que aman hasta el extremo, es manifestación de un clímax con fuertes rasgos místicos, si por mística entendemos una experiencia de ser conscientes de la presencia de Dios (McGinn, 1991), o una experiencia de profunda unión con Dios (Velasco, 2009), pues no podríamos afirmar con evidencia que Moisés fuese un místico propiamente tal, no hay respaldo para ello.

Pero no deja de ser cierto que la suya es una indescriptible unión con Dios, a la manera de tantos místicos que posiblemente se inspiraron en este texto. Veamos lo que dice San Gregorio de Nisa (trad. en 2015):

¿Quién podrá cantar todas las ascensiones de Moisés y sus encuentros con Dios de diversas maneras ocurridos? Sin embargo, un hombre tal, tan grandioso, de tan rica experiencia, que había llegado a la mayor intimidad con Dios, insaciable, pide suplicando siempre más: poder ver el rostro de Dios. (p. 155)

San Gregorio, justamente uno de los primeros y más importantes místicos del período patrístico, nos remite a la cumbre de la fe, que es amar a Dios por Él mismo. Nos deleitan el amor, la belleza y la bondad que vemos en el mundo cuando éste no está tan oscurecido, ¿cómo no amar entonces a Aquel que es la fuente de todas estas bendiciones?

Un amor sin condicionamientos espurios, sin intereses de ninguna especie, sino el conocimiento puro y desnudo que acompaña al acto constante de amar. Como afirma Pseudo Dionisio Areopagita (trad. en 2007): “El amor de Dios lleva incluso al éxtasis, al no dejar a los que aman ser de sí mismos” (p. 42). Entre más se conoce a Dios, más se le ama, más es la insaciabilidad, reflejada en tan sincera rogación de Moisés, lo que nos lleva al siguiente pasaje:

19Y Él le contestó: “Toda mi bondad va a pasar delante de ti, y yo mismo pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé. Pues tengo piedad de quien quiero, y doy mi preferencia a quien la quiero dar”.

La bondad divina, o Bien-Hermosura como le llama Pseudo Dionisio (2007), no tiene principio ni fin, sale al encuentro Dios mismo, buscando al ser humano:

Y, en honor a la verdad, hay que atreverse a decir también esto: que el mismo Autor de todas las cosas, debido a la sobreabundancia de Bien-Hermosura para con todas ellas, sale fuera de sí mismo por ser providente de todos los seres, y solamente le motiva su bondad, afecto, su amor. Por su poder infinito de permanecer en sí mismo y ser extático a la vez, desciende de su morada trascendente y separada de todo, hasta vivir en todo ser. (p. 42)

Dios mismo pronuncia su nombre, lo que en la tradición sacerdotal del Pentateuco significa la plena manifestación de su presencia, lo solicitado por Moisés (v. 18), la súplica es entonces para que se revele. Acá es importante tener presente que el Nombre eterno de Dios, fue revelado sólo a Moisés: “Yo soy el que soy”, o “Yo soy lo que yo soy” (Ex 3:13-14). El tetragrámaton, o el nombre de Dios, en hebreo יהוה, o en el alfabeto latino, YHWH, ha sido un enigma en el transcurrir de la historia, pues la pronunciación original es aún un misterio.

En el período posterior al exilio en el siglo VI a.C. el pueblo se restringió de pronunciar el nombre, por un temor reverencial a la santidad divina, sustituyéndolo por otras formas como אֲדֹנָיo Adonay, “Mi Señor”. Curiosamente las vocales de dicha palabra fueron implantadas en el tetragrámaton en el texto masorético, dando como resulta el incorrecto “Jehováh” (Tábet, 2008).

Empero, más allá de las diatribas filológicas y teológicas, es cuando llegamos a la siguiente parte que podemos comprender mejor la profundidad del amor a Dios, pues Él tiene piedad de quien quiere, y prefiere a quien le place (v. 19); estamos a su merced. Es una idea conflictiva con la mentalidad contemporánea, pretendidamente autosuficiente, a pesar de que el ser humano es “polvo y cenizas” (Gen 18:27).

La dignidad de la persona es un don divino, ¿qué sabemos nosotros? Nos da a entender el texto de Job 38:1-41. Somos sujetos de Su amor inconmensurable, pero es su voluntad y misericordia las que prevalecerán, por ende, veamos la traducción que hace la Biblia de Jerusalén de este pasaje:

19Él le contestó: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el Nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero”. (Ex 33:19, Biblia de Jerusalén, 2009)

La voluntad divina es el Bien mismo, la súplica de Moisés está contextualmente unida a la afirmación de su voluntad, y es continuada en la historia, por ejemplo, Lc 1:38:

38Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y él ángel la dejó y se fue.

María, así permitió y aceptó el inicio del plan de salvación a través de su divino hijo. Veamos cómo continúa esto en Mt 26:39:

39Él se adelantó un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú”.

Suplica también Jesús, el Hijo de Dios, en Getsemaní; ni el mismo Dios hecho hombre contradice Su voluntad, así vamos observando las confluencias que nos llevan al mismo tiempo, pues San Pablo más tarde nos dirá en Gal 2:20:

20Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí.

Esto sería bellamente expresado por Santa Faustina Kowalska (trad. en 1996); una mística polaca del siglo XX, en su Diario: “Te ruego, Jesús, dame fuerza para luchar, que se haga de mí según Tu santísima voluntad. Mi alma se ha enamorado de Tu santísima voluntad” (#1498, p. 541).

Podríamos analizar más textos, pero creo que la idea está sugerida: es el misterio de la voluntad divina, el amor mismo, la misericordia misma, los que trascienden nuestra existencia. Esto nos conduce al siguiente pasaje del texto:

20Y agregó Yahvé: “Pero mi cara no la podrás ver, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo”.

Sólo podemos ver a Dios en el Cielo, nos afirman tanto la teología católica como la tradición de la Iglesia; la visión beatífica de la que disfrutan quienes han amado a Dios con todas sus fuerzas (1 Cor 2:9), como lo afirma y demanda el primer mandamiento:

8“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Esto nos dice Jesús en Mt 5:8, un corazón sin doblez, sino transparente, es el que acerca al amor de Dios, a su presencia, ¿el corazón que todos poseemos a cada instante, con cada latido que es don divino, pero de lo cual no somos conscientes por el pecado?

Este pasaje del texto del Éxodo es evocador; como saca a relucir las contradicciones que a todos nos han quejado en nuestra vida, por el hecho de que Moisés, para este momento, ha ido más allá de los diez mandamientos que Dios previamente le había dado al pueblo (Ex 20:1-21).

No es que Moisés hubiese superado la Ley, sino que llegó al corazón de ésta, aquello para lo cual existe: para llevar a amar a Dios por Él mismo. Moisés fue más allá de la ley, sin negarla, ya en el mismo momento en que la recibió. Es lo mismo que Jesús afirma que vino a hacer, no abolir la ley, sino llevar al ser humano a su perfección (Mt 5:17).

Sin embargo, el rostro de Dios sigue vedado, cubierto por nubes (Ex 40:34-35), lo que recuerda la distancia al parecer infranqueable entre el ser humano y su indignidad, y la santidad y divinidad de Dios. La expresión del texto: “porque no puede verme el hombre y seguir viviendo…”, puede ser tanto literal como profundamente simbólica; moriríamos de gozo, abrasados por completo por la luz divina, por su Gloria.

Este santo temor es constante entre el pueblo de Israel (Ex 19:21; 20:10-20), pues hasta los mismos serafines, de quienes dice Pseudo Dionisio (2007), “son los más altos seres” (p. 126), y “situados inmediatamente en torno a Dios” (p. 126), se cubren su rostro ante Dios (Is 6:1-13).

Por más alto que llegase, Moisés, de quien se dice hablaba con Dios como se hace con un amigo (Ex 33:11), cara a cara se nos dice, aludiendo a tan querida intimidad, pero aun así no ve su rostro, su Gloria eterna. San Gregorio (trad. en 2015) nos expresa lo siguiente:

Aun cuando ya antes según la Escritura, había sido tenido por digno de conversar cara a cara con Dios. Nada le detiene en su deseo de las más altas realidades, ni en hablar con Dios como un amigo con su amigo ni de conversar con Él de tú a tú. (p. 155).

Esto nos lleva entonces, al último tramo del texto, donde abordaremos el cuidado de Dios por el ser humano.

Cuidado de Dios por el ser humano

21Mira este lugar junto a mí. Te vas a quedar de pie sobre la roca y, 22 al pasar mi Gloria, te pondré en el hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. 23Después sacaré mi mano y tú entonces verás mis espaldas; pero mi cara no la podrás ver”.

Un detalle que pasa a menudo en este texto es el cuidado de Dios por Moisés, que evoca el amor y el cuidado del Señor por toda su creación; podría haber arrasado a Moisés, pero le cuida y protege inclusive de su propio resplandor. Recuerda las palabras de Jesús sobre el cuidado del Padre por su creación, en especial por el ser humano (Mt 6:26-32).

No permite Dios que su misterio sea cruzado, sin embargo, Moisés, como Elías posteriormente, mantienen una intimidad especial con el Señor (Nm 12:7-8; 1 Re19:9-18), por ende, les concede esta petición en especial: de sobrevivir después de haberle contemplado cara a cara en esta vida.

Sin duda la contemplación de Dios a sus espaldas (v. 23) es una de las metáforas más evocadoras, reflejo de cómo es la relación con Él a lo largo de la vida, como, sobre todo, sintetiza de qué trata la fe. Larrañaga (1979) manifiesta lo siguiente:

En esta escena tan rústica y casi cómica queda admirablemente desvelado todo el misterio de la fe: mientras dure el combate de la vida no es posible contemplar cara a cara al Señor. Solamente será posible vislumbrarlo en algún vestigio fugaz, subiendo de los efectos a la causa, caminando por la vereda de las deducciones y analogías, entre penumbras, indirectamente, en una palabra, “por la espalda” (p. 87).

Cuando se llega al último versículo de tan rico texto (v. 23), se nos contrapone con la posibilidad o no de conocer a Dios en su esencia, una cuestión tratada a lo largo y ancho de la historia de la teología católica. Santo Tomás de Aquino (trad. en 2009), por ejemplo, abordó el problema, respondiendo de manera afirmativa ante quienes niegan que esto sea posible, pues el deseo natural de todo ser humano:

Pues, como quiera que la suprema felicidad del hombre consiste en la más sublime de sus operaciones, que es la intelectual, si el entendimiento creado no puede ver nunca la esencia divina, o nunca conseguirá la felicidad, o ésta se encuentra en algo que no es Dios. Esto es contrario a la fe (S.T. I, C.12, a.2).

Argumentando de nuevo, prosigue:

Pues la felicidad última de la criatura racional está en lo que es principio de su ser, ya que algo es tanto más perfecto cuanto más unido está a su principio. Además, es contrario a la razón. Porque cuando el hombre ve un efecto, experimenta el deseo natural de ver la causa. Es precisamente de ahí de donde brota la admiración humana. Así, pues, si el entendimiento de la criatura racional no llegase a alcanzar la causa primera de las cosas, su deseo natural quedaría defraudado. Por tanto, hay que admitir absolutamente que los bienaventurados ven la esencia de Dios (S.T. I, C.12, a.2).

Volvemos nuevamente a la afirmación de Jesús en Mt 5:8: son los bienaventurados los que verán a Dios, los que han perseverado en el combate espiritual en los recovecos y escondrijos de sus interioridades, de sus mundos y de su diario vivir, en sus relaciones con los demás, con aquello que más interpela. San Ignacio de Loyola decía que creer es ver a Dios en todo, la invitación entonces está abierta: amar a Dios mismo como nuestra máxima aspiración.

Referencias bibliográficas

Larrañaga, I. (1979). Muéstrame tu rostro: hacia la intimidad con Dios. Madrid: Ediciones Paulinas.

McGinn, B. (1991). The Foundations of Mysticism: Origins to the Fifth Century. EEUU: TheCrossroad Publishing Company.

Pseudo Dionisio Areopagita. (2007). Obras completas. (Martín, Teodoro, ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Santa Faustina Kowalska. (1996). Diario: la Divina Misericordia en mi alma.(Blycka, Eva, trad.). EEUU: Marian Press.

San Gregorio de Nisa. (2015). Semillas de contemplación: homilías sobre el Cantar de los Cantares. Vida Moisés: historia y contemplación. (Martín, Teodoro, ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos

Santo Tomás de Aquino. (Trad. en 2009). Suma de Teología. I parte, I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Tábet, M.A. (2008). Introducción al Antiguo Testamento: Pentateuco y Libros históricos. Madrid: Ediciones Palabra S.A.Velasco, J.M. (2009). El fenómeno místico: estudio comparado. Madrid: Editorial Trotta.

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