Ahondar en el origen y trasfondo de la mística católica es sin duda, una tarea desafiante para cualquier católico -laico o religioso- que quiera conocer mejor de dónde viene la tradición mística de la Iglesia. Por ello, en este breve artículo, quisiera reflexionar brevemente sobre esta cuestión.
¿Por qué hablo de origen y trasfondo? Porque cuando se habla del surgimiento del Cristianismo, de la Iglesia católica y de su tradición mística, ambos conceptos tienden a confundirse. Y no es para menos, pues la frontera que los separa es sutil, pero enorme al mismo tiempo.
Tanto el Cristianismo como la mística católica que luego surgiría en su seno, tienen su origen en un acontecimiento: la revelación de Dios en la vida y la persona de Jesucristo, tal y como lo testimonian la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica.
El trasfondo por otra parte, es el contexto histórico, sociocultural y religioso en el que la mística católica comenzó a dar sus primeros pasos en las comunidades cristianas, en las que aquellos que vivían experiencias de profunda unión con Cristo emplearon el lenguaje y los marcos conceptuales disponibles para entenderlas y expresarlas.
Es fundamental no perder de vista estos detalles, pues no reconocer este origen divino del Cristianismo y la mística nos da como resultado una perspectiva de la fe cristiana que es modernista, relativista, materialista y racionalista, donde el Cristianismo y la Iglesia son reducidos a meras instituciones humanas, y la mística a meras experiencias psicológicas. Esta perspectiva -vale mencionarlo- es muy común hoy en día, inclusive entre varios católicos.
Es comprensible entonces que todas estas posturas intelectuales fueran ampliamente combatidas por la Iglesia Católica, pues en ellas Jesucristo es visto solo como un ser humano muy especial; un gran profeta y maestro espiritual, pero nada más.
Su vida, pasión y muerte en la cruz son reducidas a meros acontecimientos históricos, sin ninguna trascendencia, donde su resurrección ni siquiera es considerada, pues desde este punto de vista resulta un hecho imposible.
Por eso es importante reafirmar la realidad y la verdad de la revelación, en línea con lo testimoniado en la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. La revelación es un acontecimiento que se da en la historia humana, y por ello, puede ser entendido hasta cierto punto de manera racional, pero en última instancia sólo puede ser plenamente comprendido a través de la experiencia de la fe.
No se trata entonces, de una mera cuestión teórica, de fórmulas librescas, sino del reconocimiento de que la realidad de la vida encuentra su sentido y fundamento en el Dios inefable que se ha revelado en Jesucristo, como “promesa de un amor sin condiciones” (Kehl, 2002, p. 22).
Tal y como lo afirma el teólogo alemán: “Este reconocimiento de Dios no se agota en los enunciados de las fórmulas confesionales. Al contrario, se manifiestan concretamente en que el creyente se confía sin reservas a este Dios y se entrega a él en toda su actividad mundana, tanto “en la vida como en la muerte.” (p. 22).
Así, sentadas estas reflexiones de base, podemos sondear los dos trasfondos en los que la mística católica comenzó a desarrollarse.
El trasfondo griego: Platonismo y Neoplatonismo
De acuerdo con Velasco (2009), “mística” es una palabra que proviene del antiquísimo verbo griego myo, que significa “cerrar los ojos y la boca”, procediendo de ahí las palabras “misterio”, “arcano” o “mudo”. Está relacionado también con el adverbio griego μῠστῐκός, que a su vez nos refiere a los misterios, a algo que por lo general está oculto, no accesible con facilidad y que podría ir más allá de las palabras.
La mística católica posee un trasfondo griego, ello no es un secreto para nadie ni debería ser motivo de rechazo, como de manera desafortunada y errónea lo ha considerado la mayoría de la teología protestante, históricamente muy prejuiciada hacia la mística hasta la actualidad, con contadas excepciones.
El punto clave está en la forma en que se plantee la relación entre la mística católica, la Revelación de Dios en Jesucristo, que es el acontecimiento histórico a partir del cual se origina la fe cristiana, y el trasfondo griego y judío en el que este acontecimiento se da y se expresa en la historia, la sociedad y la cultura.
Origen y trasfondo son dos aspectos muy distintos, pero que por lo general se confunden. Lo anterior puede comprenderse mejor en el siguiente esquema:
Así, dichos elementos filosóficos y religiosos se pueden rastrear hasta la Antigua Grecia, donde destaca la figura monumental de Platón, quien sería una gran influencia posterior en místicos y teólogos de la talla de San Agustín o Pseudo Dionisio Areopagita.
Este último, durante el siglo V d.C. llegó a redactar De Mystica Theologia, el primer tratado conocido de Teología mística. Es una obra donde se da un encuentro entre lo mejor de la filosofía neoplatónica, y la revelación divina que el Cristianismo anuncia.
Tómese en cuenta que digo “místicos y teólogos”, pues como vimos en el artículo sobre la Teología mística, ambas actividades no estuvieron separadas sino hasta el siglo XVII; la manía de fragmentarlo todo es algo más común en nuestra época.
La influencia griega en la naciente mística católica fue importante; el griego no sólo era el idioma internacional para comunicarse -similar a como lo es hoy en día el inglés y en unos años lo será el mandarín- sino que la cultura griega, su arte, filosofía, ideas políticas y éticas, eran ampliamente influyentes en el mundo oriental y mediterráneo donde surgió el cristianismo.
Por ejemplo, una práctica espiritual tan conocida como lo es la contemplación remonta sus orígenes a las tradiciones espirituales platónicas y neoplatónicas, pero en el cristianismo estas llegaron a adquirir un significado y prácticas propias a la luz del encuentro con Cristo.
Los textos de Platón serían influyentes en el pensamiento de los Padres y Madres del desierto; aquellas personas que a partir del siglo IV d.C. abandonaron las grandes ciudades del Imperio romano para irse a vivir a la soledad, en medio del absorto silencio del desierto, llevando una vida como ermitaños, anacoretas o bien en comunidades monásticas, buscando el rostro del Dios inefable que se revela en Jesucristo.
Claro está, esto responde a un proceso de evolución histórica; no significa que hoy en día tengamos que irnos al desierto, a la jungla o a la montaña para buscar la presencia divina en nosotros. Aunque si es de reconocer, que, dadas las condiciones de vida tan frenéticas del mundo actual, donde nos hallamos tan saturados de información, el procurar espacios de retiro, de silencio y de solitud (que no es lo mismo que soledad) son necesarios.
Dichos espacios no sólo son necesarios para la vida de fe, sino también para una buena salud física y mental. Los antiguos maestros espirituales cristianos del desierto lo tenían claro: sin un silencio interior es casi imposible que el alma se abra a la presencia de Dios.
El trasfondo judío: la literatura apocalíptica
La mística católica también posee un trasfondo en el judaísmo, a través de la literatura apocalíptica y rabínica temprana, y que precisamente se corresponde con los raíces judías del cristianismo. Según McGinn (1991), a partir de la irrupción de Alejandro Magno y la llegada del período helenístico (332-167 a.C.), es cuando surge un rico intercambio cultural y religioso entre el judaísmo y la cultura helénica, sentando las bases para el posterior surgimiento de la mística judía y cristiana.
En este contexto, la importancia de la literatura apocalíptica es enorme, sobre todo en obras como el libro de Daniel, pues para ese momento plantea una nueva forma de entender la historia en una religión judía que no estaba unificada. Surge una nueva forma de comprender el papel de Dios en la historia y el devenir humano, así como una nueva forma de vivir la relación con Dios que más que representar una ruptura, es una evolución ulterior del pensamiento de la tradición profética y sapiencial.
Se comienza así a dar un viraje en la palabra de Dios proclamada de manera oral a la palabra establecida y fijada en el texto, lo que da origen a una literatura muy rica y variada en los tres siglos anteriores al surgimiento del cristianismo. Aparte del libro de Daniel, destaca también el libro de Enoc, uno de los más influyentes en la literatura apocalíptica y de revelación de este período, y curiosamente, el primero en hacer mención de una ascensión corporal al Cielo según nos menciona el académico estadounidense.
El libro del Cantar de los Cantares fue otro de los favoritos entre los místicos judíos y posteriormente entre los cristianos. Por ejemplo, Orígenes (184-254 d.C.), uno de los grandes padres de la Iglesia oriental, estuvo familiarizado con la tradición rabínica que consideraba al libro uno de los cuatro textos esotéricos reservados para estudiantes avanzados.
Es precisamente durante el siglo II d.C. que los cristianos por primera vez empiezan a usar la palabra “místico” para denominar a aquellos significados profundos en la lectura de los textos del Antiguo Testamento.
Durante este período y a partir del siglo V d.C. con San Gregorio Magno, San Benito de Nursia y otros, la mística alcanza un desarrollo importante, que vería su apogeo hacia la Edad Media, en la figura de personajes como Hildegarda de Bingen, San Buenaventura, San Bernardo de Claraval o San Bruno.
Muchas de las bases de la actual teología mística se gestaron en este período, que llega a su forma casi definitiva hacia el siglo XVI con los grandes místicos españoles: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, cuyas obras siguen siendo materia de estudio hasta hoy en día.
Sin embargo, y a manera conclusiva, es importante recalcar que el desarrollo de la mística católica no se quedó estancado en el siglo XVI con los místicos españoles; muchas son las figuras que podríamos mencionar en los siglos posteriores hasta nuestra época que nos demuestran que su desarrollo continúa hasta el presente.
Por tanto, conocer el origen y trasfondo de la mística en la Iglesia nos permite entender mejor las herramientas por medio de las cuales la revelación divina ha sido entendida y vivida a lo largo de la historia por numerosas personas.
Referencias bibliográficas
Kehl, M. (2002). Introducción a la fe cristiana. Salamanca: Ediciones Sígueme.
McGinn, B. (1991). The Foundations of Mysticism: Origins to the Fifth Century. EEUU: The Crossroad Publishing Company.
Velasco, J.M. (2009). El fenómeno místico: estudio comparado. Madrid: Editorial Trotta.
Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.
Al celebrarlos, la Iglesia catolica alimenta, expresa y fortifica su fe, siendo por eso los sacramentos una parte integrante e inalienable de la vida de cada catolico y fundamentales para su salvacion. Eso porque ellos confieren a los creyentes la gracia divina, los dones del Espiritu Santo, el perdon de los pecados, la conformacion a Cristo y la pertenencia a la Iglesia, que los vuelve capaces de vivir como hijos de Dios en Cristo. De ahi la gran importancia de los sacramentos en la liturgia catolica . sientan las bases de la vida cristiana: los fieles, renacidos por el Bautismo, son fortalecidos por la Confirmacion y alimentados por la Eucaristia
Saludos Thomas
Gracias por su compartir su reflexión. Efectivamente, por medio de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, es como Dios derrama sus gracias sobre aquellos que le buscan con pasión, y con perseverancia. Todos los santos -místicos muchos de ellos- coinciden en ese punto: frecuentar los sacramentos alimenta la vida espiritual, y conduce a una unión cada vez más íntima con el Señor.
Estimada Carolina
Muchas gracias por su comentario. Le animo a leer los otros artículos del blog, esperando que le sean igualmente provechosos para su vida espiritual.
Saludos cordiales