¿Quién como Dios? Nadie como Dios

En la historia de la salvación destacan tres arcángeles, siendo San Miguel el principal de ellos como Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.

La alabanza de la Creación

¡Aleluya!

¡Alabad a Yahvé desde el cielo,

alabadlo en las alturas

alabadlo, todos sus ángeles,

todas sus huestes, alabadlo! (Sal 148, 1-2).

El salmo anteriormente citado, es conocido como la Alabanza de la Creación. En él se hace una descripción de cómo todo lo creado se une en elogios a su Creador y cabe destacar que los ángeles se encuentren citados en los primeros versículos de dicho salmo.

¿Pero por qué es tan importante su citación en este salmo y en la escritura bíblica? ¿Qué tiene que ver la humanidad con ellos? Y ¿Por qué la Iglesia los venera?

Estas y otras preguntas pueden surgir en nuestro ser cuando pensamos en estas creaturas, por lo cual se pretende hacer un recorrido sobre su naturaleza y misión. Se conocerá en especial a uno de ellos, cuyo nombre ha sido revelado en la Sagrada Escritura.

Partiendo de este pequeño versículo del salmo 148, es posible decir que los ángeles ante todo son creación de Dios Ellos le deben alabanza a su Creador y son seres que habitan en lo Alto. Son muchos, ya que “huestes” es un sinónimo de ejército. Ahondando un poco más de lo que ofrece el salmo, los ángeles son creaturas especiales como ya lo reza el salmo 8. En este se nos dice que Dios hizo al ser humano un poco inferior a los ángeles (Sal 8, 6).

Orígenes y significado del término “Ángel”

El término “ángel” proviene del griego γγελος que designa a un enviado. Sin embargo, en el Antiguo Testamento a estos seres se les denomina como מֲלְאָךְ (Mal´ak), término que procede quizá de la raíz árabe la´ka. Este significa “enviar a alguien con su misión”.

El sustantivo mal´ak tiene originalmente un sentido abstracto: el “envío” o el “mensaje”, pasando luego a tener un sentido concreto como lo es de “enviado” o “mensajero”[1].

Siguiendo esta línea etimológica, la designación de estos seres como envidados o mensajeros, viene dada probablemente por influencia babilónica. Así, la palabra “ángel” designa a espíritus supraterrenos, y designa primeramente no su esencia, sino su tarea al servicio de Dios[2].

Desde esta definición de los ángeles se puede afirmar que la existencia de un ángel es una realidad de fe. Sólo puede entenderse desde la fe, pues son seres espirituales o supraterrenos que no tienen cuerpo ni sexo. No obstante, su principal cualidad es que se designan así por su tarea al servicio de Dios pues son enviados. Por tanto, si los ángeles se desligan de Dios, pierden su sentido.

Otros nombres para los ángeles

Estas criaturas reciben otros nombres en la Sagrada Escritura como lo son “hijos de Dios” (Gn 6,2; Job 1,6; 2,1; 38,7; Sal 28 [29], 1; 88 [89], 7), los “santos” (Job 5,1; 15,15; Sal 88 [89], 6, 8), los “poderosos” (Sal 102 [103], 20)[3], entre otros. Su mención es común en la literatura bíblica y han acompañado la historia de la humanidad, por ejemplo:

  • En la vida de Abrahám; “El Ángel de Yahvé llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo” (Gn 22, 15). Este pasaje se remite cuando Abrahán (en su momento) iba a sacrificar a su hijo Isaac.
  • Junto al pueblo hebreo en el desierto: “El ángel de Dios, que iba delante del ejército de Israel, se desplazó y pasó a su retaguardia” (Ex 14, 19). La presencia del ángel de Dios se convierte en una guía, en protección de Dios hacia su pueblo.
  • En la vida del rey David: “Al alzar David la mirada, vio al ángel de Yahvé situado entre la tierra y el cielo, con una espada desenvainada en su mano, extendida contra Jerusalén” (Cro 21, 16).
  • En el anuncio del nacimiento de Jesús: “Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a un pueblo de Nazaret a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María” (Lc 1, 26-27).
  • La misión de José: “el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar a contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
  • Durante el nacimiento de Jesús: “De pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace»” (Lc 2, 13-14).
  • En la pasión de Jesús: “Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que lo confortaba” (Lc 22, 43).
  • En la resurrección de Jesús: “Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies” (Jn 20, 11-12).
  • En la Iglesia primitiva: “Pero el ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la cárcel, los sacó y les dijo: “Id, presentaos en el Templo y comunicad al pueblo todo lo referente a esta Vida”” (Hch 5, 19-20).
El arcángel San Miguel

A pesar de la abundante presencia de los ángeles en los relatos bíblicos, en pocas ocasiones se ha revelado el nombre de ellos. Uno es San Miguel, del hebreo מִיכָאֵל, Mi-kha-El, que se traduce como ¿Quién como Dios?

Los nombres de estos seres celestiales van en función de su misión y algunos han sido denominados arcángeles, ya que de acuerdo a la Sagrada Tradición, anuncian cosas de gran trascendencia se llaman arcángeles. Explica el Papa Benedicto XVI que: “Los tres nombres de los Arcángeles acaban con la palabra «El«, que significa «Dios». Dios está inscrito en sus nombres, en su naturaleza. Su verdadera naturaleza es estar en Él y para Él.[4]

De acuerdo con Seeman: “Miguel “es uno de los supremos jefes angélicos”[5]. Aunado a esto, según el libro de Tobías, son siete los arcángeles que están ante Dios.

El Arcángel San Miguel en la Sagrada Escritura

En la Sagrada Escritura el arcángel San Miguel es mencionado en tres libros: uno del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento. Se trata del libro de Daniel, la carta de Judas y el libro del Apocalipsis.

En el libro de Daniel, un primer texto afirma lo siguiente: “El príncipe de Persia me ha opuesto resistencia durante veinticuatro días, pero Miguel, uno de los Primeros Príncipes, ha venido en ayuda” (Dn 10, 13).

En un segundo texto, se expresa que: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que se ocupa de tu pueblo” (Dn 12, 1) Nótese que en el libro de Daniel se revela que el ángel -llamado príncipe-, es un protector que viene en la ayuda de los que son de Dios. Él no solo es príncipe, sino uno gran príncipe y está relacionado con los tiempos escatológicos.

Por su parte, en la Carta de Judas se afirma lo siguiente: “En cambio, el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra el juicio alguno injurioso, sino que dijo: «Que te castigue el Señor»” (Jds 1, 8-9).

En el Nuevo Testamento también se revela que Miguel se encuentra en una batalla contra el Diablo; aquí se le atribuye el nombre de arcángel y se le otorga un diálogo que resalta la misión de un ángel. Uno al que no le corresponde juzgar, sino, solo a Dios, limitándose San Miguel a cumplir la misión que Dios le encomendó: proteger a su pueblo.

Por lo anterior, Vásquez afirma que: “En la Carta de Judas 1,9 le llama ἀρχάγγελος”, es decir arcángel, nombrándolo como un ángel superior por orden de su misión. Miguel es citado cuando el pueblo de Dios está pasando momentos difíciles, ya que la Carta de Judas tiene como objetivo animar a los cristianos que se encontraban sometidos a las presiones de interpretaciones erróneas del mensaje de Jesús”[6] (Vázquez, 2019, p. 289).

La presencia de San Miguel en la liturgia a partir del Apocalipsis

En la celebración litúrgica de los arcángeles, el 29 de setiembre, el texto más conocido donde aparece San Miguel es en el Apocalipsis, que dice:

“Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no vencieron; y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. El gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo o Satanás, el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra junto con sus ángeles. Oí entonces una voz potente que decía en el cielo: «Ahora ya llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios, y su la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos le vencieron gracias a la sangre del Cordero y al Testimonio que dieron de palabra y obra, porque despreciaron su vida ante la muerte, Por eso regocijaos, cielos y los que en ellos habitáis. ¡Pero ay de la tierra y el mar!, porque el diablo ha bajado donde vosotros enormemente enfurecido, sabiendo que le queda poco tiempo” (Ap 12, 7- 12).

En esta perícopa, se muestra a San Miguel como el guerrero de Dios, pero este no lo hace solo, sino con más ángeles, liderados por él. Su lucha es contra el Diablo que también tiene ángeles a su lado. San Miguel junto a los suyos ha vencido, de modo que en el Cielo no hay presencia del mal ni de pecado, solo aquello que procede de Dios, sobre todo el amor.

Así entonces, la esencia de dicho texto está en el cántico litúrgico, en donde se revela que la lucha ha sido posible por la sangre del Cordero, quien ha podido abrir el libro con los siete sellos; aquí de nuevo San Miguel recuerda: ¿Quién como Dios?

Solo el Cordero degollado, Cristo, es el Señor de la historia, Alfa y Omega, creándose una relación entre San Miguel y Jesucristo. El arcángel revela que solo Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, puede salvarnos y vencer definitivamente el pecado. En su lucha se venció al mal, el cual no existe en el Cielo, pero aún en la Tierra hay maldad, porque no se ha realizado la segunda manifestación de Jesús, la Parusía.

La lucha de San Miguel contra el Dragón del Apocalipsis tiene una relación con el libro de Daniel, ya que el arcángel lo derrota. Según Pikaza: “Como estaba anunciado; entonces se levantará Miguel, el arcángel que se ocupaba de su pueblo…Entonces se salvará tu pueblo”[7].

En el Apocalipsis se revela que la lucha es ganada en Jesucristo; Él es quien vence. Fue una lucha esperanzadora para los momentos duros que vivía la comunidad cristiana y que sigue viviendo todo ser humano, pero tiene un triunfo en Jesucristo, el Cordero degollado.

San Miguel como signo de la defensa de Dios

San Miguel es signo de la defensa que Dios hace ante su pueblo cuando está pasando momentos de mucha tribulación, como ocurrió en el exilio a Babilonia y las persecuciones del Imperio Romano. Su nombre y función han sido uno de los pocos que se revelan en la Sagrada Escritura, junto a San Rafael y San Gabriel.

Al ser un ángel de Dios, es un ser espiritual sin corporeidad, y su nombre va directamente en función a la misión que Dios le ha solicitado. La interacción de los ángeles con los seres humanos es por la gracia, ya que sin ella no se conocería su intervención. Muchos son los ángeles de Dios y su mención es habitual en la Sagrada Escritura. Ellos que están al servicio de Dios, gozan de inteligencia y ante el misterio de la Encarnación se encuentran inferiores a los seres humanos por orden de la gracia.

Los ángeles de Dios pertenecen a la revelación que Dios ha querido hacer. Por ello Jesucristo le afirmó a Natanael: “Has de ver cosas mayores. Y añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»” (Jn 1, 50- 51). La presencia de los ángeles es un signo palpable de la ayuda que Dios da a sus hijos.

Por la Sagrada Escritura se puede afirmar que el ser humano se encuentra en una guerra espiritual constante. El Dragón descrito así en el Apocalipsis está buscando como hacer caer a los seres humanos. Él acusaba a los seres humanos ante Dios día y noche, pero en esa guerra la humanidad no está desamparada, pues San Miguel junto a otros ángeles están defendiéndonos constantemente del mal. San Miguel como la Iglesia le llama, es presencia de que Dios escucha el clamor de su pueblo y sale en su ayuda.

Referencias bibliográficas

[1] Michael Seeman, Mysterium Salutis II (España: Ediciones Cristiandad, 1965, 737).

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Benedicto XVI, “Homilía de su Santidad Benedicto XVI por la Concelebración Eucarística con la ordenación episcopal de seis presbíteros”, 29 de setiembre de 2007, https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070929_episc-ordinations.html

[5] Michael Seeman, Mysterium Salutis II (España: Ediciones Cristiandad, 1965, 744).

[6] Jaime Vázquez, Guía de la Biblia. Introducción general a la Sagrada Escritura. (Navarra: Editorial Verbo Divino, 2019, 289).

[7] Xavier Pikaza, Apocalipsis. (Navarra: Editorial Verbo Divino, 2010, 144).

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