“Quítate las sandalias”: Reflexiones sobre Éxodo 3:1-6

1Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Trashumando con el rebaño por el desierto, llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. 2Allí se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego, en medio de una zarza. Moisés vio que la zarza ardía, pero no se consumía. 3Pensó, pues, Moisés: “Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza”. 4Cuando Yahvé vio que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza: “¡Moisés, Moisés!”. Él respondió: “Aquí estoy”. 5Le dijo: “No te acerques aquí; quítate las sandalias que llevas puestas, porque el lugar que pisas es suelo sagrado.” 6Y añadió: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. (Ex 3:1-6)

En un cineforo que tuve la oportunidad de presidir en el 2017 junto a un estimable colega, discutimos la película “La Llegada” (2016), un filme de ciencia ficción al que personalmente considero el mejor que se ha realizado en las últimas décadas. Pueden ver el prólogo en este enlace:

 Para quienes no han tenido la oportunidad de verlo, aparte de que se los recomiendo, comentaré brevemente la trama. La historia nos sitúa en un inicio cuando una docena de naves alienígenas ingresan a la Tierra, una de ellas situándose en una región rural del estado de Montana, ante lo cual el gobierno de los EEUU crea un equipo de expertos en distintos campos del saber, donde una de las científicas, la lingüista Louise Banks, es enviada junto al físico Ian Donnelly para establecer contacto con los visitantes alienígenas, tras el fracaso anterior de otros equipos en la misma tarea.

El resto de la historia discurre en los desafíos que ambos científicos enfrentan al intentar primero entablar un contacto más o menos inteligible con unos seres que no hablan, ni operan con los mismos esquemas de realidad que nosotros empleamos, y luego el de descifrar su complejo lenguaje una vez se logra una relativa y frágil conexión entre Louise y los dos alienígenas con los cuales interactúa, la cual se va fortaleciendo conforme evolucionan los acontecimientos, llegando a suscitar cambios profundos en ella como persona.

Todo esto se va sucediendo al mismo tiempo que estalla una crisis internacional por la presencia de las naves, dada la incertidumbre respecto a cuáles son las intenciones de los visitantes. Ante ello surge la amenaza de una guerra a escala global para expulsarlos, liderada por las principales potencias militares como China y Rusia.

El final de la historia, por supuesto, no lo contaré, la idea es que la vean. Pero si he de mencionar que el lenguaje de los “heptápodos” –como se les nombra- transforma completamente la percepción de la realidad y del tiempo de la protagonista, pudiendo moverse al mismo tiempo en el pasado, presente y futuro.

En este sentido, la historia del filme es particularmente realista en la forma en cómo se recrea la tensa atmósfera psicológica que rodea el encuentro entre el ser humano y una especie alienígena, completamente diferente en todo sentido, sumado a las dificultades de comunicación con una inteligencia superior como la que exhiben los visitantes.

Es acá donde precisamente entran nuestras reflexiones sobre el pasaje bíblico de Ex 3:1-6, pues a partir de la historia de la película surgen algunas preguntas: ¿cómo relacionarse y establecer puentes de comunicación con una inteligencia superior? ¿En qué formas se ve alterada y transformada la percepción y experiencia humana de la realidad a raíz de dicho encuentro?

Estas interrogantes son análogas a la conturbadora realidad que se describe en los versículos del texto bíblico, como a la intensa experiencia de Dios que vive Moisés. El filme muestra de manera muy elocuente la multiplicidad de complejas situaciones, perplejidades, incertidumbres, fracasos y limitaciones que compondrían la experiencia humana al intentar comunicarse con un otro, cuyas repercusiones a nivel psicológico, social y espiritual serían profundas e inclusive traumáticas.

Ahora bien, imaginemos esto en el encuentro con una inteligencia infinitamente superior, con el absolutamente Otro, en este caso, el Dios inefable y trascendente, como lo afirmaría Pseudo-Dionisio Areopagita. Claro está, la idea no es establecer un paralelismo entre los “heptápodos”, seres alienígenas de la historia, y Dios mismo. Por más evolucionados que sean, los primeros son seres contingentes y mortales, mientras que Dios, eterno e insondable en su misterio, trasciende toda realidad pensable, a la vez que está presente en ella.

Sin embargo, toda la teología de la revelación nos sumerge, entre otros aspectos, en torno a la cuestión fundamental de Dios que se revela a sí mismo al ser humano, un Dios que entra/irrumpe en nuestra historia, entablando una relación con nosotros cuya experiencia ha sido motivo de innumerables escritos a lo largo de más de dos milenios de cristianismo. Varios son los problemas que esto suscita en la mentalidad moderna, pues se ha despojado a Dios de su realismo, y con ello, se ha perdido consciencia de su carácter dialógico, personal, a la vez que trascendente.

Como lo afirma el teólogo Robert Barron (2015), Dios no es un ser entre otros, ni una causa entre las muchas causas contingentes, mucho menos un fenómeno cuya existencia o no-existencia podría ser determinada por el pensamiento científico, una concepción errónea que por cierto, es muy común en el llamado “Nuevo Ateísmo”.

Los temas del lenguaje, de la experiencia del encuentro y de la otredad que plantea La Llegada, más las diatribas experimentadas por los dos protagonistas del filme para comprender y aprender a comunicarse con los alienígenas a su modo, nos sitúa de manera análoga en el mismo ámbito de discusión respecto a cómo se da la relación del ser humano con un Dios personal (no en el sentido de que cada uno tiene su propio concepto de Dios).

Se trata de un Dios que es persona, en tanto entendemos que la persona es la más alta expresión del ser, y por ende, nos interpela, nos desafía, y nos hace salirnos de nosotros mismos: es el interlocutor por excelencia. Tener clara esta dimensión real y dialógica del encuentro con Dios es fundamental para comprender a profundidad el texto bíblico de Ex 3:1-6.

Uno de los filósofos que en mi opinión trabajó de forma más lúcida el tema de la relación con Dios es Martin Buber, judío, quien desde los presupuestos religiosos y filosóficos de su tradición toca varios puntos en común con el catolicismo sobre la dimensión dialógica, íntima, mística y real del encuentro entre el ser humano y Dios.

En su obra Eclipse de Dios, publicada a inicios de los ´50, Buber (2003) cuestiona cómo la filosofía moderna ha fomentado un proceso de objetivación por el cual Dios se ha terminado volviendo irreal para las sociedades y las personas de hoy en día, cuando más bien, Él sigue siendo el verdadero interlocutor del ser humano, cuya realidad, independiente y eterna, cuestiona a nuestra cultura, incapaz de tener algún sentido de trascendencia.

Su concepción de la fe, muy radical, plantea que ésta es ante todo “un adentramiento en la realidad, en toda la realidad, sin reducciones ni cortapisas”. (p. 37), muy cercano a la mística judía, especialmente jasídica, pero coincidiendo con los grandes místicos católicos.

El texto de Éxodo 3:1-6 y su significado para hoy

De esta forma, vamos desgranando el texto poco a poco, lleno de una gran riqueza espiritual en tan sólo unos cuantos versículos. La historia discurre en una realidad cotidiana: Moisés pastoreando las ovejas de su suegro en el desierto (v.1); una actividad ordinaria y familiar en la mayor parte del mundo conocido durante el siglo XIV a.C., la época donde por lo general se estima que vivió el líder israelita.

El monte Horeb, o la montaña de Dios, como el monte Sinaí y el monte Tabor más adelante en el Nuevo Testamento con la transfiguración de Jesucristo (Mt 17:1-13; Mc 9:2-13; Lc 9:28-36), nos recuerda la importancia que revisten las montañas a lo largo de la historia bíblica, tanto como sitios de peregrinaje, como de adoración y de retiro espiritual.

Es en la soledad y silencio de la montaña donde Dios entonces irrumpe en la realidad humana (v.2), manifestándose a Moisés, en lo que se conoce como una teofanía. Sin embargo, más allá de la percepción humana, el misterio de Dios permanece incólume, intocado, pues es el Ángel de Yahvé quien se aparece a Moisés, como enviado, también llamado Ángel de Elohim en Ex 6.11 y 15.

El texto enfatiza de manera interesante dos elementos: la invisibilidad y misterio de Dios, quien habla a través del ángel que se manifiesta en la zarza ardiente, y el hecho de que la zarza no se consumía. Dios habla a Moisés a través de su ángel, quien según Tábet (2008), en algunas interpretaciones del texto se considera que sería una expresión del Antiguo Testamento para referirse a Dios mismo en su teofanía, un recurso literario para reafirmar el misterio absoluto de Dios.

La zarza que no se consume y la perplejidad de Moisés (v.3) nos recuerda la dimensión milagrosa que rodea a la divinidad, dimensión que debo reconocer, es incómoda para la mentalidad contemporánea, alérgica a la idea de que la realidad se sustrae a los esquemas explicativos del método científico, pero por la misma rigurosidad hay que reconocer también que lo milagroso siempre se halla presente a lo largo de la Biblia.

En palabras de San Agustín: “Los milagros no son contrarios a la naturaleza, sólo son contrarios a lo que sabemos de la naturaleza”. Otra cuestión es por supuesto, cómo lo milagroso se entiende y asume en una sociedad del espectáculo como la nuestra, donde los abusos y excesos en nombre de la rentabilidad son patentes como insultantes; nada tienen que ver con el Dios que se revela en las páginas bíblicas. La zarza ardiente es luz divina, inextinguible; transforma al ser humano que entra en contacto con ella, trasciende su capacidad de entendimiento, y es también una imagen literaria que repudia dicha idolatría de la cultura actual.

Aquí es donde la exégesis de San Gregorio de Nisa, místico del siglo IV d.C. y uno de los tres padres capadocios, resulta particularmente enriquecedora a nivel teológico. En su obra Vida de Moisés, San Gregorio considera la luz de la zarza como la verdad misma, y es precisamente lo que nos lleva a los dos versículos siguientes (vv.4-5), centro de nuestras reflexiones.

Dios llama a Moisés de en medio de la zarza (v.4), y al momento en que él asiente, la advertencia de no acercarse es inmediata: el misterio de Dios nuevamente permanece velado, es imposible aproximarse. Pero es el siguiente pasaje el que -a mi juicio- muestra el clímax del momento:

5Le dijo: “No te acerques aquí; quítate las sandalias que llevas puestas, porque el lugar que pisas es suelo sagrado”.

Esta prohibición-exhortación, primero de acercarse a su presencia, y luego la de ordenarle a quitarse las sandalias, por la sacralidad que eternamente emana de sí, refleja la relación con Dios, totalmente otro: requiere un acto de obediencia, fruto de una confianza por parte del ser humano que por ser contexto-dependiente, se desarrolla en el tiempo, ya sea breve o prolongadamente, al punto de quitarse las sandalias.

Esta vez fue de inmediato, la realidad de la gracia divina ha irrumpido y es necesaria una respuesta del ser humano. Tomar el versículo de manera literal sólo mostraría una parte de la realidad del encuentro; es la exhortación a la interioridad del ser humano lo que conturba al lector despierto, quitarse las sandalias nos alude a realizar un acto de confianza radical en el Ser totalmente desconocido.

Quitarse las sandalias significa entonces dejar atrás todo el ropaje de nuestros conocimientos, preconcepciones, prejuicios, temores y estereotipos sobre la realidad, inclusive las mismas imágenes que podríamos tener de Dios, todas ellas reflejos imperfectos de su realidad absolutamente trascendente.

Leerlo es una cosa, hacerlo es otra, en la realidad, llevar a cabo un acto así podría equivaler a locura, pues significa despojarnos de todo lo que sabemos para movernos en la realidad, no hay otro camino. Uno se quita las sandalias confiando a ciegas, dejándose llevar a una realidad superior, más allá de uno mismo y de lo explicable; ante la presencia de Dios hay que tener el alma desnuda, receptiva a una comunión amorosa cuya intimidad abarca toda la vida de la persona. Al lugar sagrado no se puede entrar con ruido en el alma.

Aunado a esto, la interpretación de San Gregorio (trad. en 2015) sobre este versículo es magistral como evocadora:

Pies calzados no pueden subir a la altura donde se ve la luz de la verdad. Hay que descalzar los pies del alma, despojarnos de las pieles terrenales con que nuestra naturaleza se revistió al principio cuando nos hallábamos desnudos por no cumplir lo que Dios manda. A la desnudez espiritual sigue el conocimiento de la verdad, manifiesta por sí misma. Conocemos plenamente lo que somos cuando la mente se purifica de las ideas que tiene sobre lo que no es (p. 222).

Esta dimensión mistérica, relacional y sustentada en una confianza de Moisés en Dios, de quien se dice hablaba con Él como con un amigo (Ex 33:11), posee también una dimensión contemplativa. Sí quitarse las sandalias equivale despejar el alma de todo el andamiaje conceptual que hemos aprendido a lo largo de la vida para interpretar la pequeña porción de realidad en que nos movemos, análogas son las palabras de Jesús en Mt 6:6 sobre la oración íntima a Dios:

6“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.

Quitarse las sandalias y cerrar la puerta del aposento son imágenes que corren paralelas, nos llevan al mismo punto: para entrar en un diálogo amoroso con el Señor, es necesario dejar atrás el mundo no sólo externo, sino sus reflejos en nuestras almas, sus imágenes y ruido en nuestras mentes. Para orar, hay que entrar en el lugar sagrado de nosotros mismos.

Entramos ya en la práctica y realidad de la contemplación; iniciativa del ser humano pero en última instancia don de Dios, su independencia permanece inexpugnable, no depende de nosotros, lo nuestro es un acto de absoluta confianza, y ya con eso es sumamente difícil para la mayoría de personas.

En este sentido, el místico estadounidense Thomas Merton decía que la contemplación es encontrar el punto en uno mismo donde se está ahora y aquí mismo siendo creado por Dios, en línea con el pensamiento tomista, pero que a la vez encuentra paralelos en la exhortación de Santa Teresa de Jesús (trad. en 2012) a una oración de quietud. El español en que fue escrito es del siglo XVI, por si alguien cree encontrar errores ortográficos en la cita:

Es cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz u ponerla el Señor con su presencia –como hizo el justo Simeón-, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma –por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores- que está ya junta cabe su Dios, que, con poquito más, llegará a estar hecha una mesma cosa con El por unión (p. 362).

Dice muy acertadamente el adagio popular que el ser humano le teme a lo que desconoce, ¿y quién más desconocido que Dios mismo, incapaz de ser comprendido totalmente en el misterio de su Ser? Nuestro Dios es un Dios escondido (Is 45:15).

A esto nos lleva el último versículo, que no hace sino reafirmar la concepción judía y cristiana sobre la trascendencia de Dios, sostenida también por el Islam en su propio contexto; es Dios que se revela indicando su relación con los patriarcas bíblicos a lo largo de varias generaciones: Abraham, Isaac y Jacob (v.6), lo cual es retomado por Jesucristo mismo para enfatizar que Dios es Dios de vivos, de quien Él es la revelación misma (Mt 22:31-33).

Analogías entrecruzadas

González de Cardedal (2015), en un excelente libro sobre la mística en el cristianismo, aborda justamente esta cuestión:

Dios no tiene historia en sí mismo, no es tiempo, no es sucesión sino eternidad abarcadora en el instante de todo nuestro tiempo, presencia entera e inmediata a sí mismo. Pero Dios ha querido tener destino con nosotros, vivir nuestra historia, convertirla en la suya desde dentro, y se ha encarnado. (p. 44)

A este respecto, Buber (2003) entra nuevamente en escena, para quien el Dios de Abraham trasciende toda idea que se pueda tener sobre Él, pensarlo como idea equivale a perderlo, como de hecho nuestra cultura lamentablemente lo ha ido olvidando entre tanto ídolo, ruido y distracción: “Quien empieza con el amor, sin haber conocido previamente el temor, adorará a un ídolo que él mismo se ha forjado y al que resulta fácil amar, pero no al verdadero Dios, quien ante todo es temible e incomprensible” (p. 66).

La de Buber es una visión profundamente enraizada en la concepción mosaica, de la que Jesucristo mismo es encarnación y realidad viviente. Él es el rostro mismo del Dios de los Padres, que revela su plan de salvación desde la eternidad, prefiguración de lo presente. Por supuesto, esto desafía nuestro entendimiento, pero tal vez encuentre un interesante eco en el lenguaje con que los heptápodos se mueven en un estadio superior de la realidad, al cual la protagonista de la película tiene acceso al momento de aprenderlo. Tal vez esa analogía nos ayuda un poco.

Es acá donde quisiera retomar esta analogía con el encuentro mostrado en la película entre los seres humanos y los heptápodos. Como lo dije al inicio, La Llegada es de hecho una de las pocas –sino la única película- que recrea de manera muy realista la tensa atmósfera psicológica de dicho encuentro: si encontrarse con un ser de otro mundo en el universo contingente resulta aterrador e incierto, ¿cuánto más será el encuentro con el Dios absoluto trascendente al universo mismo?

En la Biblia se hallan varios episodios donde la revelación de Dios suscita una experiencia psicológica atravesada por una mezcla de terror, asombro, esperanza y éxtasis, testimoniada y re-testimoniada a lo largo de la historia por numerosos místicos y místicas. No por casualidad, en la última sección del texto que nos convoca, Moisés se cubre el rostro, “porque temía ver a Dios” (v.6), muy en sintonía con el texto de Éxodo 33:18, el cual nos llevará a otra reflexión donde continuaré este seductor tema.

Referencias bibliográficas

Barron, R. (2015). Exploring Catholic Theology: Essays on God, Liturgy and Evangelization. EEUU: Baker Academic.

Buber, M. (2003). Eclipse de Dios. Salamanca: Ediciones Sígueme.

González de Cardedal, G. (2015). Cristianismo y mística. Madrid: Editorial Trotta.

San Gregorio de Nisa. (2015). Semillas de contemplación: homilías sobre el Cantar de los Cantares. Vida Moisés: historia y contemplación. (Martín, Teodoro, ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos

Santa Teresa de Jesús. (2012). Obras completas. (Efrén de la Madre de Dios, Otger Steggink, eds.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Tábet, M.A. (2008). Introducción al Antiguo Testamento: Pentateuco y Libros históricos. Madrid: Ediciones Palabra S.A.

2 comentarios en ““Quítate las sandalias”: Reflexiones sobre Éxodo 3:1-6”

  1. Yelitza García

    Me gustó mucho su disertación y revelación de verdad que hizo reflexionar mucho y tomar decisiones para ayudar a otros

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