Religión, psicología y sentido de vida: explorando nuevos caminos

Existe una relación clave entre el sentido de vida, la experiencia religiosa y la psicología, pero hace falta estudiarla más.

El presente artículo abordará la relación existente entre el sentido de vida, la experiencia religiosa y la psicología. Se verá a la persona como un ser integral, en su dimensión psíquica y espiritual para proponer un sentido a la realidad personal y social. En este empeño, tanto la psicología como la religión han acompañado al ser humano a dar respuesta a las inquietudes más profundas sobre sí mismo y el mundo que le rodea.

La experiencia religiosa en el ser humano

Al observar la historia de la humanidad, se puede comprobar que las personas y las distintas culturas han recurrido siempre a la religión. Todo para comprenderse a sí mismas y al mundo que les rodea. Esto para dar sentido a su existencia, por lo que se puede decir que el ser humano es un ser religioso. Un ser capaz de descubrir en su realidad finita la experiencia de lo infinito.

Como nos afirma el teólogo católico Lluís Duch, sobre la constitutiva religiosidad del ser humano:

«La experiencia religiosa puede ser calificada como una experiencia de apertura. La experiencia de apertura nos hace comprender de manera súbita un contexto, un complejo que antes se nos presentaba como caótico e inaccesible. En las experiencias religiosas se trata de experiencias que hacen aparecer nuestra situación en el mundo bajo una nueva luz; captamos nuevas posibilidades para comprender la realidad y para actuar en ella. Por eso, puede considerarse la experiencia religiosa una experiencia fundamental que determina nuestra vida posterior, porque nos permite penetrar en aspectos para nosotros esenciales que hasta entonces nos permanecían cerrados, irreconocibles y sin importancia.»[1]

Esta apertura le da al ser humano criterios de trascendencia para comprender la realidad y comprenderse a sí mismo. Por eso, la religiosidad es una experiencia de apertura, a algo que va más allá de su humanidad. De aquí surgen las religiones tratando de dar respuestas a las cuestiones radicales y fundamentales de la persona. Referente a la afirmación anterior el filósofo Raimon Panikkar nos dice que: “El objeto de la religión no es Dios, es el destino del hombre”[2], por lo que hablar de religión es tratar sobre el ser humano.

Al no encontrar respuesta en sí mismo a las cuestiones que le inquietan profundamente, el ser humano ha llegado a deducir la existencia de una realidad trascendente. Como menciona ampliamente el Concilio Vaticano II, en la Declaración Nostra Aetate:

“Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer, conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, la sanción después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos dirigimos?”[3]

En estas preguntas se esconde el sentido religioso del ser humano, el cual busca religarse a una realidad que de sentido a sus interrogantes más profundos. El teólogo Karl Rahner, habla de esta tensión entre finitud e infinitud presente en el ser humano: “El horizonte infinito del preguntar humano se experimenta como un horizonte que retrocede cada vez más lejos, cuantas más respuestas somos capaces de darnos.”[4]

La cultura actual y el sentido de vida

La sociedad actual enfrenta el fracaso del ideal ilustrado, el cual buscaba la verdad y el sentido únicamente por medio del uso de la razón, a través de la ciencia y la filosofía. El ser humano de la posmodernidad se da cuenta que la razón por sí sola no puede responder a sus inquietudes y necesidades existenciales, por lo que cae en un profundo desencanto de las promesas que planteaba la modernidad. En una entrevista que hacen al teólogo Lucas Magnin, comenta que cómo el fracaso del ideal de encontrar la verdad a través de la razón ha llevado al ser humano contemporáneo a no creer en la existencia de una verdad que sea posible de aceptar, pero si se cree en las emociones como verdad personal, razón por la que se ha vuelto individualista y desconfiado de las capacidades de la humanidad.

Con respecto a lo anterior, se puede decir que a partir del período de la modernidad inicia un proceso de secularización, donde el ser humano se aleja de la religión institucionalizada y parece olvidarse de Dios, pero en la posmodernidad se ven señales que hablan de un retorno a la religiosidad. Al respecto Joaquín García plantea que:

En lo que parece que lo religioso haya sucumbido a la profecía de la “muerte de Dios” (F. Nietzsche) o, cuando menos, al “eclipse de Dios” (M. Buber), al tambaleamiento de los cimientos sobre los cuales se había construido la sociedad (P. Tillich), la religión sigue siendo, a pesar de la crisis en que se hayan inmersas las estructuras y las formas tradicionales, un fenómeno vivo y dinámico[5]

Por lo que el ser humano de la cultura actual no es indiferente a su dimensión religiosa, a su capacidad de trascendencia y deseo de absoluto, aun cuando no sea consciente de éste, lo niegue o rechace como en el caso del ateísmo. Son distintas maneras de vivir la religiosidad, las cuales dan sentido a las realidades humanas.

El aporte de la psicología de la religión a la búsqueda de sentido

En el contexto de la posmodernidad surge la psicología de la religión. Su nacimiento se encuentra asociado a autores como Wundt, Starbuck, James, Leuba, Freud, Jung, entre otros. Se inicia así un acercamiento de la psicología al fenómeno religioso, con el objetivo de encontrar un punto de unión en la búsqueda de sentido del ser humano. Como menciona Antonio Ávila. Citando a A. Maslow, padre de la psicología humanista: “Estamos aprendiendo que el estado de existir sin un sistema de valores es patogénico. El ser humano necesita de una trama de valores, una filosofía de la vida, una religión o un sustitutivo de la religión de acuerdo con la cual vivir y pensar, de la misma manera que necesita la luz solar, el calcio o el amor.”[6]

Los principales exponentes de la psicología humanista se dan cuenta que la religión permea la existencia humana, su dimensión afectiva, racional, conductual, social y trascendente, por lo que la experiencia religiosa es capaz de llenar de sentido la existencia. Juan Martín Velasco, citado por García, menciona que: “la experiencia religiosa integrada en la propia estructura personal, deviene verdadera actitud, transformación del acto de experiencia al hábito, producto de una estructuración relativamente estable de todo el psiquismo, el cual toma posición frente al radicalmente otro, poniendo el juego todos los niveles de la conducta y todos los componentes intelectivos, emotivos, afectivos, motivacionales, operativos.”[7]

La psicología, al retomar la dimensión religiosa se da cuenta que esta influye fuertemente en la vivencia de sentido de las personas, gracias a la experiencia de pertenencia a una comunidad religiosa, a la respuesta de las preguntas existenciales y trascendentales, a un código moral que influye en la toma de decisiones y dirección en la vida, el significado ante las situaciones límite.

El ser humano y el sentido de la vida

El ser humano desde siempre se ha preguntado sobre el sentido de la vida, se ha formulado preguntas que le llevan a darse cuenta que él no puede ser el fundamento de sí mismo, sino que hay una realidad que le supera, de aquí el inicio de la experiencia religiosa, que se traduce en actitud de apertura que le hace comprenderse así mimo y a la realidad física y trascendente. De esta manera no se puede obviar ni negar la dimensión espiritual presente en el ser humano, por lo que religión y persona son dos caras de una misma moneda.

Esta dimensión religiosa quiso ser eliminada por la corriente de la ilustración y el positivismo, donde solo la razón y el conocimiento científico eran válidos y solo a través de ellos se alcanzaba la verdad; pero la historia nos demuestra que el ser humano es más que intelecto y la psicología ayudó a poner de manifiesto esta realidad. Con la psicología se inicia a estudiar al ser humano en su comportamiento, a descubrir qué lo impulsa a actuar y cuáles son sus motivaciones de fondo.

La psicología humanista da un salto y comienza a estudiar la religión como realidad que permea la vida del ser humano en todas sus dimensiones, por lo que no se puede negar o rechazar, todo lo contrario, forma parte de su estructura personal; eliminarla sería poner a la persona en una crisis de sentido, como se ha corroborado en el siglo pasado y en la actualidad, donde muchas personas han caído en la depresión, la desesperanza, el desamparo, y en el peor de los casos en el suicidio.

Referencias bibliográficas

[1] Lluís Duch, La experiencia religiosa en el contexto de la cultura contemporánea (Barcelona: Bruño, 1978), 979.

[2] Raimon Panikkar, El mundanal silencio (Barcelona: Ediciones Martínez, 1999), 63.

[3] San Pablo VI, Declaración Nostra Aetate sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas, 28 de octubre de 1965, N. 1.

[4] Karl Rahner, Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de cristianismo (Barcelona: Editorial Herder, 1989), 51.

[5] Joaquín García, “Sobre la experiencia religiosa: aproximación fenomenológica”, Folios, Segundo semestre de 2009, 116. http://www.scielo.org.co/pdf/folios/n30/n30a08.pdf

[6] Antonio Ávila, La psicología de la religión (Navarra: Editorial Verbo Divino, 5)

[7] Joaquín García, “Sobre la experiencia religiosa: aproximación fenomenológica”, Folios, Segundo semestre de 2009, 118. http://www.scielo.org.co/pdf/folios/n30/n30a08.pdf

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