Religión y espiritualidad, ¿son tan diferentes?

Es evidente que hoy existe un renovado interés por la religión y la espiritualidad en las sociedades occidentales. Pero ¿en realidad ambas son tan diferentes?


Ciertamente se ha vuelto cada vez más común en nuestras sociedades el distinguir entre religión y espiritualidad como si de dos realidades opuestas se tratase.

Ahora muchos tienden a definirse como “espirituales, pero no religiosos”, como si fuese una marca de identidad; una que ha sido naturalizada por la sociedad.

Otros son religiosos por la inercia de la crianza, movidos más que todo por una costumbre que no se cuestiona ni se revitaliza. A veces, dentro de este grupo podría uno encontrar en unas pocas personas esa hermosa sinergia entre ser verdaderamente religioso y espiritual.

Por otra parte, para un creciente sector en Europa, Norteamérica y algunos países de América Latina, lo religioso o lo espiritual simplemente es algo indiferente.

Cada persona es un caso único, una historia de vida distinta de las demás. Pero de cierto es que son cada vez más los estudios y sondeos que nos muestran el predominio de esta distinción entre religión y espiritualidad.

¿Por qué se distingue la una de la otra? Y vale más preguntarse, ¿a qué podría deberse esta situación que a muchos resulta cómoda, a muchos confunde y a algunos nos resulta absurda y frívola?

En dos entregas anteriores, reflexioné con detalle sobre el significado de ambos términos, permitiéndonos analizar ahora por qué se les diferencia y hasta opone.

La secularización, la globalización y el retroceso de las religiones históricas

Schneiders (2003) nos afirmaba a inicios de siglo, que, con el decrecimiento de las religiones institucionalizadas en Occidente, la espiritualidad comenzó su ascenso. Llamo “religiones históricas” o “religiones institucionales” a aquellas cuyo rol ha sido determinante en la historia de Occidente, tales como el cristianismo y el judaísmo.

Teniendo esto presente, las aceleradas transformaciones socioculturales y tecnológicas del último siglo influyeron profundamente en cómo las personas dan un sentido a sus vidas.

Por una parte, fenómenos como la secularización han provocado que las religiones institucionales, conformadas por comunidades de fe altamente organizadas, perdiesen su influencia social.

Tristemente este ha sido el caso de la Iglesia católica en Europa, Norteamérica y algunos países de América Latina. Son cada vez más los estudios que nos revelan que la influencia de la Iglesia en la vida social, familiar y personal ha experimentado un espeluznante retroceso en el último medio siglo.

En varios países, el catolicismo ha llegado a convertirse en lo que Cipriani (2015) llama una “religión difusa”. Es decir, una religión que a nivel cultural sigue siendo importante en los primeros años de vida familiar de muchos niños, pero que desafortunadamente, la mayoría en su adultez no continúan de manera fiel y sostenida la fe de sus padres o sus abuelos.

Bader y Desmond (2006), Voas y Storm (2012), como también otros autores, plantean que la familia sigue ocupando un lugar fundamental a la hora de transmitir la fe a los hijos. Por ello, al darse estas rupturas en la continuidad generacional de la fe católica, fácilmente se allana el camino para una vivencia individualizada de aquello que se elige o no creer.

El descubrimiento de la pluralidad

En relación con lo anterior, tenemos también el fenómeno de la globalización, el cual ha venido a interconectar nuestro mundo de una manera impresionante. Pero esto también ha influido profundamente en la manera en que se cree, en cómo se vive o no se vive la fe.

El encuentro con otras religiones, sociedades y culturas es hoy en día una riquísima fuente de conocimiento para grandes sectores de la población. Las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) nos han abierto el camino para descubrir el mundo de manera profunda.

Así, la globalización nos conduce a una realidad altamente plural, cambiante y por ende relativa. Es una realidad social y cultural en la que la fe se reduce a ser una posición más ante la vida, una entre muchas otras.

Autoras como Hervieu-Leger (2005) nos afirman que en el mundo globalizado de hoy, el creer y formar parte de una comunidad religiosa es algo optativo, que depende de las inclinaciones personales de cada uno sin mayor consecuencia a nivel social y cultural.

Esto puede resultar desafiante, confuso y hasta conflictivo para quienes no continúan viviendo la fe católica de una manera consciente y devota, manteniendo una identidad claramente definida, que, si bien no es incapaz de escuchar otras voces, tampoco renuncia a aquello que es verdadero, esencial, y no negociable.

Esta situación no se da sólo entre los católicos, sino en todos aquellos que forman parte de las religiones históricas y organizadas. Religiones que en última instancia son comunidades que buscan mantener la continuidad de aquello que es verdadero y trascendente para ellas.

Religión y espiritualidad en perspectiva

Con todo lo anterior no afirmo que la secularización y la globalización sean las únicas causas del declive de una fe vivida según como ha sido transmitida por la Iglesia católica.

Pero sí es cierto que ambos fenómenos históricos han ido creando las condiciones para que muchas personas:

  1.  Ya no perciban ni sientan la importancia de formar parte de una religión organizada, con un sistema de creencias y con una tradición sostenida a lo largo de los siglos.
  2. Se vean impulsadas a buscar una forma de vida con un sentido de trascendencia que supla ese vacío dejado justamente, por las religiones tradicionales.

Así, podemos comprender mejor cómo el interés de varias personas, incluidas muchas que fueron bautizadas como católicos, está ahora dirigido por ejemplo a las espiritualidades de Oriente, cuyas tradiciones religiosas son de por sí milenarias.

Están por otra parte las llamadas espiritualidades laicas o no-religiosas, analizadas por Corbí (2007), entre otros autores que se han abocado al estudio del tema, o a la promoción de dichas espiritualidades.

Nos encontramos también con las espiritualidades que forman parte de la llamada “cultura de la transformación personal” (López, 2012). Esta resulta muy atractiva para muchos que buscan darle un mayor sentido a sus vidas sin sentir que forman parte de una tradición religiosa.

Hasta aquí podemos tener una perspectiva más clara sobre la situación en que nos encontramos y sobre dos de sus principales causas. Por eso quisiera tratar ahora esta separación que se hace entre religión y espiritualidad. Separación que, en sí, carece de sentido.

La profunda afinidad entre religión y espiritualidad

La espiritualidad al igual que la mística, son términos bellísimos; encierran lo mejor y más noble del alma humana que se abre a la presencia divina. Sin embargo, también son términos que son usados por quienes rehúsan vincularse a una religión, pero sí mantener un sentido de trascendencia en sus vidas.

En palabras claras, la espiritualidad es la dimensión trascendente y experiencial de lo religioso. Es la parte vivencial, práctica y profunda de toda religión, sin la cual esta se reduciría a mero dogmatismo, moralismo e institucionalismo.

De esta forma, la espiritualidad se refiere a todo el conjunto de actitudes y experiencias que comprenden nuestra forma de relacionarnos con Dios. La espiritualidad es la perla escondida dentro de la concha, y sin la cual esta sería sólo un fósil flotando en medio del océano. 

Es por decirlo así, el agua que fluye a través de un río, pero si observamos con detalle, notaremos que todo río posee siempre unos canales naturales que mantienen el agua en curso, y a la vez que la contienen, le dan dirección, sin empozarla.

Ahora bien, el detalle que tiende a ignorarse hoy es que la religión funge como esos canales naturales del río que mantienen a la espiritualidad fluyendo como el agua.

Una religión sin espiritualidad es un cuerpo sin alma, pero una espiritualidad sin religión es como un caballo desbocado; una chispa que puede devorar toda la casa. Una no se puede entender ni vivir plenamente sin la otra.

Por ello, la religión da una forma y estructura que permita comprender al conjunto tan complejo y profundo de experiencias que constituyen la espiritualidad.

En este sentido, la religión ayuda a articular de una manera coherente, sostenible y transmisible el propósito trascendente hacia el que se orienta toda espiritualidad. Ambas se hallan tan íntimamente interrelacionadas que separarlas no es más que una mera ficción acomodaticia, es síntoma del rampante individualismo que permea a nuestras sociedades.

Superando una falsa separación

Más allá del hecho de que no existe una real ni lógica separación entre religión y espiritualidad, el querer diferenciarlas es evidencia de la privatización de lo religioso que se da en nuestras sociedades.

En mi opinión, podemos distinguir religión y espiritualidad como dos dimensiones complementarias que constituyen la realidad trascendente en el ser humano. Se pueden distinguir para fines pedagógicos, cuando se enseña sociología o psicología de la religión, teología, educación religiosa o se practica la dirección espiritual.

Pero plantear dicha diferencia con el fin de separar ambos constructos es asumir un rechazo implícito e irracional hacia la religión. Un sesgo antirreligioso que es desafortunado, pues se aprecia inclusive en psicólogos, sociólogos, filósofos y demás profesionales con una educación superior.

Este rechazo hacia lo religioso por lo general se basa en una concepción superficial y estereotipada que reduce la religión a meras instituciones de poder, creencias asumidas por costumbre y demás clichés que evidencian una penosa falta de conocimiento sobre el tema.

Lo que sorprende en numerosas ocasiones es ver a católicos promoviendo esta separación entre ambas dimensiones. Consciente o inconscientemente, despojan a la fe de la dimensión mística y espiritual que le es inherente, exponiéndose a caer en un terreno pantanoso.

Sin el abono de la religión, la mística y la espiritualidad corren el riesgo de convertirse en conceptos superfluos y vacíos.

Termina ocurriendo que se habla de mística o espiritualidad sin saber realmente de qué se habla. Los términos se convierten en un cajón de sastre; todo cabe, hasta lo más excéntrico, pero no se distingue algo claro, dinámico y profundo.

El amor no fragmenta, unifica

Todo lo anterior sin duda es una situación desafiante para quienes intentamos mantener la perennidad de la mística y la espiritualidad católicas. Mi principal interés está centrado en cómo esto nos afecta como Iglesia, como comunidad de fe.

En el mundo moderno se da un fenómeno aparentemente paradójico: la cultura moderna es incapaz de proveer de referentes de sentido que trasciendan el cambiante ritmo de vida actual.

Se busca entonces trasplantar la dimensión místico-espiritual de lo religioso al terreno gris e infértil del mundo secularizado en que vivimos, pero sin el compromiso y exigencias que implican asumir una religión.

Por ello, para los católicos es necesario conocer, vivir y seguir fielmente la fe de la Iglesia que ha sido transmitida. Fe en la que fuimos criados por nuestros padres, abuelos u otras personas afines, y que posee una dimensión religiosa y místico/espiritual.

De lo contrario, todo se termina reduciendo a la preferencia, ocurrencias o gusto individual de cada uno, como de hecho se aprecia con mayor frecuencia. En palabras del Señor: “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir.” (Mt 12,25)

La Iglesia, a lo largo de más de dos milenios, ha ido articulando una fe que es íntegra, estructurada y a la vez dinámica. Una fe que en última instancia nace de una profunda experiencia del amor de Dios.

Amor que unifica, no divide ni fragmenta la vida en donde hace su morada. Por ello, recordemos las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.” (Jn 14,23)

Referencias bibliográficas

Bader, C., Desmond, S. (2006). Do as I Say and as I Do. The effects of Consistent Parental Beliefs and Behaviors Upon Religious Transmission. Sociology of Religion 67(3), 313-329.

Cipriani, R. (2015). Religión difusa en América Latina. Sociedad y Religión: Sociología, Antropología e Historia de la Religión en el Cono Sur 25(44), 269-278. Recuperado de: www.redalyc.org/articulo.oa?id=387242262011

Corbí, M. (2007). Hacia una espiritualidad laica: sin creencias, sin religiones, sin dioses. Editorial Herder.

López, J. (2012). Espiritual pero no religiosa: la cultura de la transformación personal. Ilu´ Revista de Ciencias de las Religiones 17, 77-99. Recuperado de: https://www.researchgate.net/publication/282022265_Espiritual_pero_no_religiosa_la_cultura_de_la_transformacion_personal

Hervieu-Léger, D. (2005). La religión, hilo de memoria. Barcelona: Herder Editorial.

Schneiders, S. (2003). Religion vs Spirituality: A Contemporary Conundrum. Spiritus: A Journal of Christian Spirituality 3(2), 163-185. Recuperado de: https://www.researchgate.net/publication/236797980_Religion_vs_Spirituality_A_Contemporary_Conundrum

Voas, D., Storm, I. (2012). The Intergenerational Transmission of Churchgoing in England and Australia. Review of Religious Research 53(4), 377-395.

1 comentario en “Religión y espiritualidad, ¿son tan diferentes?”

  1. Salud
    Paz y Bien
    Muy buena reflexión.
    Hace falta mucha gente joven que levanten la bandera de Jesúscristo, y que ayude a pensar a la gente en estos tiempos de globalización.

    El Señor te bendiga…y el Espíritu Santo te ilumine.

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