San Hilario de Poitiers: paladín de la Trinidad

San Hilario de Poitiers sigue siendo una inspiración para enfrentar las piedras en el camino hacia una fe auténtica, profunda y fundamentada en la verdad.


Nacido alrededor del año 315 d.C. y fallecido en el 367 d.C., el obispo de Poitiers, quien fue proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío IX en 1851, vivió en una época convulsa para la Iglesia católica.

El cuerpo místico de Cristo se hallaba herido por el arrianismo, una perniciosa herejía que negaba la divinidad de Jesucristo. Surgida con Arrio hacia finales del siglo III d.C., el arrianismo se resistía a desaparecer, a pesar de haber sido condenado en el Concilio de Nicea del 325 d.C.

Muchos fueron los obispos, sacerdotes y fieles que se vieron arrastrados por esta errónea cristología, condicionando así el ambiente pastoral en sus comunidades.

La crispación, el enfrentamiento y la confusión no se hicieron esperar entre quienes aceptaron las disposiciones de Nicea y quienes las rechazaron.

No era solo un asunto meramente intelectual; estaban en juego los fundamentos e integridad de la revelación, la fe y la salvación de las almas. En este sentido, la crisis vivida por la Iglesia en aquel momento se asemeja a la que se vive hoy en día.

¿Qué sucede cuando en la misma Iglesia existe un ambiente plagado de ideas contrarias a la verdad transmitida por Cristo y sus apóstoles?

Cuando es evidente la confusión y la ambigüedad doctrinal que lleva a desviarse del camino de la cruz y la resurrección. Aquí es donde el legado de San Hilario es tan necesario de recuperar hoy en día, pues fue un ardiente defensor de la Santísima Trinidad.

La fe trinitaria de San Hilario: forjada en las adversidades

La Iglesia no es ajena a las problemáticas del cambiante contexto sociohistórico en que se halla inserta, pero es menester recordar su divina fundación y asistencia perenne por parte del Espíritu Santo.

Por eso, en figuras como la de San Hilario de Poitiers podemos encontrar a un referente fundamental, pues se trató de un hombre entregado a la búsqueda y el conocimiento de la verdad.

En medio de las cambiantes condiciones políticas-religiosas entre la Iglesia y el Imperio romano, la fe trinitaria de los apóstoles era reafirmada y amenazada.

En medio de este clima, San Hilario conoció el Amor, y creyó en Él (Jn 4,16), un amor que se nos reveló en el Padre como el Eterno, en el Hijo como la Imagen y en el Espíritu Santo como el Don (De Trinitate 2,1).

Para San Hilario, la vivencia de este inefable misterio implicó no transigir con las posturas erróneas y heréticas de sus oponentes. Más bien practicó lo que Benedicto XVI reconocía como “el arte de conjugar la firmeza en la fe con la bondad en la relación interpersonal.” (2007, párr. 8)

Debido a esta dulce firmeza, y amor a la verdad de Cristo, fue condenado y desterrado de la Galia (hoy Francia) en el 357 d.C. por el Sínodo de Béziers, compuesto sobre todo por obispos arrianos.

Posiblemente hoy en día hubiese sido catalogado de fundamentalista, intolerante y cuanto calificativo se adjudica precipitadamente a quienes sostienen creencias firmes; a quienes viven lo que San Pablo llamaba la “locura de la Cruz” (1 Cor 1,18-23).

Empero, su regreso hacia el 361 d.C. le permitió reanudar una intensa actividad pastoral e intelectual. Así, influyó positivamente en el viraje de toda la Iglesia hacia la fe plena en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El Amor que es firme y dulce

¿Qué hubiese sido de la Iglesia sin hombres como San Hilario? O ¿qué hubiese sucedido si él y otros Padres de la Iglesia considerasen al arrianismo como otra forma de vivir la fe en Cristo? Distinta a la suya, pero “respetable” al fin?

La oscuridad y la confusión habrían terminado de extenderse por toda la Iglesia, desviándola del camino de Cristo y la fe transmitida por los apóstoles.

He ahí el problema teológico, filosófico y existencial de nuestra época posmoderna, pues en nombre de la diversidad -convertida en valor supremo- se acepta inclusive el error como una postura intelectualmente válida.

En hora buena y por gracia de Dios, San Hilario enfrentó desde una dulce firmeza a quienes querían cercenar la plenitud de la fe apostólica.

A pesar de constatar la insensatez de su tiempo, el obispo de Poitiers nos enseña que la verdad prevalece cuando es proclamada desde un amor a Dios que es firme, misericordioso y claro.

Un amor que es transparente, y que se revela al prójimo como incondicional en la búsqueda de su bienestar y plenitud. Por ello, el amor que proviene de Dios se mantiene siempre íntegro y resplandeciente frente a las distorsiones y las falsas interpretaciones de la realidad.

Referencias bibliográficas

Benedicto XVI. (2007). Audiencia general. Recuperado de: http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20071010.html

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