Santo Tomás de Aquino: el místico olvidado

Santo Tomás de Aquino es probablemente el más grande teólogo cristiano de la historia, pero ¿era también un místico? Vale la pena sondear este detalle.


Su faceta como místico es la menos conocida, porque desafortunadamente, hoy en día tendemos a separar el saber teológico de la vivencia en el Espíritu.

El Aquinate era un genio teológico, sin duda, y su obra contribuyó a sintetizar lo mejor de la sabiduría occidental cristiana en su momento. En el tomismo vemos cómo el pensamiento greco-romano, judío y cristiano se funden en la Revelación de Dios en Jesucristo, sobre la que él desarrolla toda su obra teológica.

Sin embargo, no es común considerarle un místico; como un hombre cuya vida se haya visto transformada por el encuentro con el Señor. Y ello justamente responde a un gran desconocimiento de su obra, en la que podemos encontrar una teología que es a su vez mística; una reflexión sobre lo revelado por Dios que también es experiencia profunda de Él.

El teólogo: crisis y renovación de la civilización cristiana

Santo Tomás nació y creció en un ambiente medieval muy precario. Difíciles eran las condiciones de vida material y sanitaria en su momento para la mayor parte de la población en Europa.

Sin embargo, en medio de tantas limitaciones, se dio en la Iglesia una gran efervescencia intelectual y espiritual que se extendió a las sociedades. Fue la época en que se comenzaron a fundar las escuelas catedralicias, y luego las universidades; las cuales se multiplicarían en los siglos venideros.

Bajo el amparo de los Papas, hacia el siglo XIII en que vivió Santo Tomás, se crean establecimientos conocidos como Studium Generale, los cuales fueron centros de educación superior que recibían alumnos de todos los rincones del continente europeo. 

La Sorbona, fundada a mediados del siglo XII, fue entonces la primera universidad conocida, y a la que se incorporaría Santo Tomás partir de 1257.

Así, nuestro brillante teólogo y místico fue entre muchos, símbolo de una renovación intelectual y espiritual en torno a la teología y la filosofía. En su vida y pensamiento germinaron como en nadie más, los sarmientos de una fe unida a la vid: Cristo (Jn 15,5-8).

Aunado a este ambiente de despegue intelectual, se empezaron a recoger también los dulces frutos del legado de grandes hombres y mujeres como San Francisco y Santa Clara de Asís, así como Santo Domingo de Guzmán, entre otros.

Fundadores de las órdenes mendicantes, su heroico testimonio de fe vino a dar un aire fresco a una Iglesia que ciertamente lo necesitaba. El Papa se había convertido en el portador de un imponente poder religioso e imperial que logró dar cohesión y estabilidad a una Europa amenazada por su propia debacle, como también por la expansión musulmana. Pero hacía falta algo más importante.

El místico: testigo del despertar espiritual de toda la Iglesia

A pesar de ser el baluarte de la civilización cristiana ante los peligros internos y externos, la Iglesia veía como comenzaba a apagarse su vitalidad espiritual. Al igual que en el siglo IV d.C. con la legalización del cristianismo en el Imperio Romano, la Iglesia coqueteó mucho con el mundo.

Esto provocó que varios hombres y mujeres iniciaran un retiro de las grandes ciudades para irse a los desiertos, en busca del rostro de Cristo.

Así nace el monacato, que llevaría en sí la semilla espiritual que luego germinaría en la Iglesia durante los siglos XII y XIII. En medio de este despertar, y desoyendo los consejos de sus familiares y conocidos, Santo Tomás se enrolaría en la orden fundada por Santo Domingo.

Se consagraría entonces a dos fines: al cultivo del conocimiento de lo que en su época se llamaría la Sacra Doctrina, y a la experiencia viva de Dios, fuente de la Revelación y del quehacer teológico.

Pero Tomás supo muy bien que teoría y práctica constituyen una sola realidad, y es este uno de los rasgos distintivos de su vida; la búsqueda de la integralidad. Como bien lo plantea Torrell (2015), Santo Tomás conocía la mística, pero la entendía muy distinto a como hoy se lo hace.

Para él, la mística era por una parte, la realidad de Cristo y su cuerpo místico, la Iglesia, que constituyen una sola persona. Así, para Tomás, por medio del Espíritu Santo, Cristo y la Iglesia conformaban un solo organismo de gracia.

De igual forma, la mística era una forma de interpretar la Sagrada Escritura, herencia de los Padres de la Iglesia, que Tomás aplica y vive. Esto nos lleva a lo distintivo de su vida interior.

“Todo lo que he escrito me parece paja”: El encuentro decisivo con Cristo

Es en la vida espiritual de Tomás donde podemos comprender cómo se integran la reflexión teológica y la vivencia de la fe. Tres son los aspectos que destacan en su espiritualidad: una profunda devoción por el crucifijo, su memorable veneración de la Santa Eucaristía y finalmente, la integración de la oración con su trabajo teológico.

Esta vivencia de la fe que se vincula con la reflexión teológica alcanzó al final de su vida un apogeo dramático. Torrell (2015) nos relata cómo los últimos meses del Aquinate estuvieron marcados por constantes experiencias extáticas, donde hubo una que marco un punto de inflexión.

El 6 de diciembre de 1273, mientras celebraba la Santa Misa, vivió una experiencia mística: un encuentro transformante con el Señor. Los detalles de dicho evento no están del todo claros, pero sí sus efectos en Tomás, quien no pudo continuar escribiendo después de lo acontecido.

El Aquinate se vio sobrecogido por el amor inefable de Dios, y así, llegó a decir a su secretario: “Todo lo que he escrito me parece paja en comparación con lo que he visto.”  

Cesó entonces la composición de la Suma Teológica, su obra maestra, dedicándose los últimos cuatro meses de su vida a la contemplación del misterio de Dios, hasta que dejó este mundo el 7 de marzo de 1274 en la Abadía de Fossanuova.

Sin duda en su testimonio encontramos la prueba de que en la mística católica, el conocimiento y el amor son una sola realidad. Necesitamos por ello, volver a unir teoría y práctica; reflexión teológica y vivencia de la fe; contemplación y apostolado.

Ante un mundo movido por el antiintelectualismo y la sed de trascendencia, la Iglesia necesita la sabiduría de Cristo que resplandece en Santo Tomás. Todos la necesitamos, para así decir con él:

Non nisi teDomine (Nada más que tú, Señor)

Referencias bibliográficas

Torrell, J.P. (2015). Christ and Spirituality in Saint Thomas Aquinas. The Catholic University of America Press.

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