Sobre la muerte del Papa Francisco: prudencia y oración
A raíz de la muerte del Papa Francisco, acaecida el 21 de abril del presente año, es importante puntualizar algunas cuestiones importantes.
No puedo evitar notar con tristeza o congoja la imprudencia en los comentarios de tantas personas sobre la muerte del Papa Francisco (1936-2025).
Comentarios que abundan en las redes sociales como en otros medios de comunicación. Es toda una fauna de reacciones, comentarios y artículos. Todos comprensibles en tanto reacción ante el fallecimiento de una figura clave para la Iglesia, como relevante en el panorama internacional.
Sin embargo, es menester hacer un llamado a la prudencia y al silencioso discernimiento. Esto lo planteo porque una buena parte de las reacciones a la muerte del Papa como a su figura oscilan entre dos grandes tendencias: el rechazo visceral, o la adulación desmesurada.
Son dos tendencias extremas a las que ningún católico sensato debería suscribirse. Muchos, por motivos ideológicos o por tendencias sectarias, han resbalado en el odio, el rechazo y la mezquindad. Esto es lamentable, máxime proviniendo de católicos.
No obstante, otros, movidos por la ignorancia o por una desproporcionada admiración, caen en el otro extremo. Evidencian una idealización de Francisco que raya en la canonización prematura o en la papolatría, algo igualmente cuestionable. Todo ello refleja no solo lo dividida que está la Iglesia católica, sino la confusión que reina en una buena parte del clero y los fieles.
Un pontificado diferente
El pontificado de Francisco, como su persona, fue en muchos aspectos radicalmente diferente al de sus predecesores. Si bien no emprendió ninguna reforma importante en la doctrina de la Iglesia, si brindó nuevas perspectivas para comprenderla y vivirla.
En este sentido, y a diferencia de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco confrontó y desafió todo un modelo de ser Iglesia. Lo puso en cuestión desde el principio de su reinado con sus gestos, pronunciamientos y documentos promulgados. Todo ello se condensó en la reforma sinodal que intentó emprender para transformar la estructura jerárquica de la Iglesia, herencia de siglos de tradición.
A lo anterior cabe agregar que Francisco posiblemente fue el Papa más mediático de la historia de la Iglesia. El nivel de exposición cotidiana que el Papa tuvo en sus palabras y acciones fue algo nunca visto. No viajó tanto como San Juan Pablo II, pero su alcance internacional se vio grandemente potenciado por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Ello nos lleva a considerar provisionalmente que Francisco fue un Papa innovador en su estilo pastoral, y esperanzador por su cercanía con la gente. Cercanía que transmitió siempre entre los más pobres y marginados de las sociedades, como también por su oportuna denuncia de las injusticias sociales. Encomiable fue también su oposición y denuncia de las guerras que azotan a este mundo; guerras que son fruto de un sistema económico que las necesita para perpetuarse.
Sin embargo, no podemos ignorar que fue también un Papa con una personalidad compleja, e impredicible. Hay que admitir también que sus declaraciones en ciertas cuestiones doctrinales fueron ambiguas y confusas; algo que hasta hoy es foco de la discusión.
Doloroso e incomprensible fue su conflicto con los sectores más conservadores y tradicionales de la Iglesia, quienes resienten sus duras medidas sobre todo en materia litúrgica. Este último punto sin duda fue la piedra en el zapato de su pontificado; una penosa contradicción con su estilo misericordioso, inclusivo y sinodal.
Ante todo la prudencia y la oración
Estas son por supuesto, solo algunas valoraciones iniciales de su legado; son valoraciones motivadas por una necesaria prudencia y sentido de realidad. ¿A qué me refiero con esto? A que el Santo Padre ha impactado profundamente a la Iglesia. Los efectos de su pontificado solo se apreciarán y ponderarán mejor con el tiempo, no ahora.
En nuestra nefasta cultura de la inmediatez esto es algo muy difícil de comprender, pues desde un punto de vista histórico, la Iglesia es una institución y una comunidad que cambia muy lentamente. Y es aquí donde cabe recordar algo esencial: la Iglesia nunca ha ido al ritmo que va el mundo, y no tiene por qué hacerlo. La Iglesia no tiene por qué adaptarse al mundo, ni mucho menos comprometerse con el espíritu de la época. No es parte de su misión, ni es su cometido, por más que así lo anhelen algunos sectores sociales, políticos y eclesiales de orientación progresista.
Por eso, el cómo se valore el pontificado de Francisco y muchas de sus iniciativas tomará tiempo. Requerirá mucho estudio y análisis. Doce años no se ponderan en un simple artículo, o en una publicación en redes sociales. Por más que algunas personas y medios de comunicación quieran insistir, ahora no es momento de lanzar juicios.
Ahora es momento de orar por el alma del Santo Padre, como él tantas veces nos lo pidió a todos. Es un acto de gran caridad y misericordia como es menester de todo católico orar por las almas de los fieles difuntos.
Es igualmente necesario rogarle al Señor por aquel que será el próximo sucesor de San Pedro. La responsabilidad será mucha en este momento histórico, pues el próximo Papa tendrá que guiar y unir a una Iglesia dividida y en crisis.

Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.