Tres notas fundamentales de la Teología católica

¿Qué distingue a la Teología católica de otras teologías cristianas? En este artículo veremos tres notas fundamentales que pueden ayudarnos a identificarla, para comprenderla mejor.


El mundo cristiano es vasto, como también debo decir, notablemente fragmentado. Lejos se está de lo anhelado por Cristo de que todos seamos uno, un solo cuerpo místico que es su Iglesia (Jn 17,20-26; 1 Cor 12,12-27).

Dicha situación de fragmentación se refleja también en la Teología. Por ello, no es infrecuente la confusión entre las personas que no están familiarizadas con la ciencia teológica, su objeto de estudio, sus métodos como también su lenguaje y formas de aplicarse.

Conviene recordar entonces tres características fundamentales de la Teología católica, para distinguirla de otras teologías cristianas que también habitan en el mundo.

Sus orígenes en la Tradición apostólica

Históricamente, la Teología católica surgió en un espacio eclesial definido por la adhesión a la persona de Jesucristo a través de los apóstoles y sus sucesores. Es decir, la Teología católica tiene a la fe de la Iglesia como su fuente, contexto y norma (Comisión Teológica Internacional, 2011).

De hecho, los primeros teólogos fueron grandes maestros espirituales: hombres y mujeres, santos y místicos, totalmente entregados a Cristo y a sus comunidades de fe. En los Padres de la Iglesia podemos apreciar cómo la teología llegó a ser una sofisticada herramienta para profundizar en las verdades de fe.

De esta forma, el reflexionar sobre Dios y todo lo relacionado con Él, en especial su revelación en Cristo es algo que los primeros cristianos en las comunidades apostólicas hicieron mucho antes de que se empezase a emplear formalmente el término “Teología” o “Teología católica”.

La teología en la Iglesia nació ligada a un propósito concreto: hacer inteligible el misterio de Dios y su revelación en la persona de Jesucristo.

Sin Revelación, vale decirlo, no puede haber teología, y sin fe en la revelación, la teología es palabra muerta, verborrea estéril. Se pierde de vista su objeto de estudio, su propósito y razón de ser.

En esto podría concederse que la Teología católica y las otras teologías cristianas tienen un punto en común; todas necesariamente parten de la Revelación como acontecimiento y realidad fundante.

La diferencia está en que la Teología católica se originó en las comunidades vinculadas a los apóstoles, testigos de Cristo muerto y resucitado.

Todas las demás teologías cristianas surgieron posteriormente en el transcurso de la historia, casi siempre a partir de una separación de la Iglesia católica.

La Teología católica como Scientia Dei

La Teología católica es Scientia Dei, es decir, ciencia de Dios. Pero esto conviene precisarlo, no es ciencia en el sentido moderno del término; es decir, como una disciplina que se rige por el método científico.

La teología es ciencia en tanto conocimiento sistemático, racional y sapiencial, cuyo objeto como hemos podido apreciar, es la revelación de Dios en Jesucristo tal y como la ha creído y transmitido su Iglesia.

Algo menos que esto sería caer en la ambigüedad y en las contradicciones, como suele suceder con algunas teologías contemporáneas; no tienen estructura ni armonía. La Comisión Teológica Internacional (2011) nos dirá que:

La teología trata de comprender lo que la Iglesia cree, por qué lo cree, y qué puede ser conocido sub specie Dei. Como scientia Dei, la teología aspira a comprender de manera racional y sistemáti­ca la verdad salvadora de Dios. (p. 8)

En este sentido, el hacer teología sería incompleto si no se integran la fe y la razón, algo que San Juan Pablo II aborda de manera elocuente en su Encíclica Fides et Ratio. Para hacer teología se parte de dos principios fundamentales: el auditus fidei y el intellectus fidei.

El primero se refiere a asumir los contenidos de la Revelación tal y como han sido transmitidos en la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia. El segundo, versa sobre el esfuerzo intelectual por comprender dichos contenidos para explicarlos, transmitirlos y hacerlos experiencia viva en las comunidades de fe.

He aquí lo hermoso: el quehacer teológico en la Iglesia posee una dimensión racional, pero también una dimensión contemplativa. La fe y la razón van intensamente unidas, abriéndose a un horizonte irreductible como lo es el misterio divino.

Las tres fuentes o pilares de la Teología católica

Como ya lo pudimos entrever, la Teología católica parte siempre de tres fuentes fundamentales: la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio eclesiástico. Si falta alguna, todo el edificio se viene abajo como un castillo de naipes.

La Sagrada Escritura, tiene por supuesto, la primacía. Pero es importante recordar que la fe católica, como en sí, la fe cristiana, no está basada solamente en la letra escrita. Cristo constituye la Palabra de Dios viva en quien la Escritura adquiere su pleno sentido.

Precisamente por esto conviene recordar que la Sagrada Escritura no se formó de la nada, sino dentro de la Sagrada Tradición, en la cual se constituyó como la Biblia.

La Tradición, en tanto transmisión del contenido de la Revelación o Depositum fidei, constituye la otra fuente para el quehacer del teólogo. De ahí que la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II afirme que Sagrada Escritura y Tradición “están íntimamente unidas y compenetradas” (N. 9)

El tercer elemento sería el Magisterio eclesiástico, conformado por el Papa y los obispos en comunión con él. Su función es como lo plantea la Dei Verbum: “interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida en nombre de Jesucristo.” (N. 10)

La función del Magisterio ha sido la que probablemente más críticas y malentendidos ha suscitado en el último siglo. Sin embargo, recomiendo ver la interesante analogía entre el Magisterio y un árbitro que plantea el obispo y teólogo estadounidense Robert Barron.

Sin el Magisterio, la correcta interpretación del depósito de la fe se habría perdido entre los conflictos, divisiones y hasta cismas que han marcado la historia de la Iglesia desde sus inicios.

La Teología católica presupone la fe

Teniendo estas tres características como referencia, puede contrastarse cuando una teología es auténticamente católica, y cuando podríamos estar frente a algo diferente. Desafortunadamente, al interior de la Iglesia católica han surgido varias formas de teología en los últimos 50 años que distan mucho de esa catolicidad.

Claramente existen más características distintivas de la Teología católica, pero considero que estas tres que hemos podido ver son indispensables. No obstante, y tomando en cuenta la crisis que han provocado fenómenos como el modernismo, el relativismo y el indiferentismo religioso, hace falta mencionar la más importante: la fe.

Para ser teólogo se necesita el don de la fe, aquel que solo puede provenir de Dios mismo. Esto significa que antes de ser teólogo, se es creyente, se es alguien que ha vivido una profunda conversión espiritual. Se es alguien que a diario se va entregando al amor de Cristo, en medio de dificultades y limitaciones, tanto propias como externas.

Uno de los teólogos católicos que mejor ha expuesto esto es San John Henry Newman. En su maravillosa obra El asentimiento religioso, publicada en 1860, nos explica la razonabilidad y certeza de la fe católica.

El teólogo católico es alguien que ha abierto el corazón y la mente a la presencia de Dios en la propia vida, y que ha asentido a su revelación en Jesucristo, tal y como Él la ha confiado a su Iglesia.

Referencias bibliográficas

Benedicto XVI. Comisión Teológica Internacional. (2011). La Teología hoy: perspectivas, principios y criterios. Recuperado de: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_sp.html

Pablo VI. Vaticano II. (1965). Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación. Recuperado de: https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html

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