Creer o no creer: lo decisivo en la Resurrección

La resurrección de Cristo es el acontecimiento y el horizonte de realidad decisivo para cualquier cristiano, pues es el fundamento de nuestra esperanza en Dios.

Pero agregaría incluso, que es un evento decisivo para cualquier ser humano, independientemente de sus creencias o no-creencias. Cuando alguien se encuentra ante el conocimiento de que Cristo resucitó de entre los muertos, se halla ante una situación donde se hace necesario tomar una postura: si creer, o no creer.

Usualmente no se tiene una noción tan clara y vívida de lo que esto significa, por ello, retratémoslo en toda su crudeza:

Se trata de creer en las palabras y acciones de un hombre que proclamaba ser el Hijo de Dios. Un hombre que con su muerte en cruz trajo la salvación eterna de toda la humanidad por la expiación de sus pecados.

Un hombre que, después de haber sido brutalmente torturado y crucificado como un criminal, fue resucitado de entre los muertos por Dios mismo, glorificado y ascendido a los cielos.

Para más de uno, todo esto resulta chocante, y hasta escandaloso. No es casualidad que San Pablo lo afirmase con claridad: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.” (1 Cor 1,23)

Por eso para muchos, la otra opción es no creer, y considerar a Jesús un loco, un gran profeta o un ser humano muy especial. Uno que murió de manera lamentable en una cruz, desnudo, humillado y fracasado.

Desde los inicios, esta ha sido la desafiante pero definitiva realidad que se revela ante cualquier persona que conoce a Cristo y a su Iglesia.

Repetir la incredulidad de Santo Tomás sin recapacitar como él

San Pablo, de quien San Juan Crisóstomo decía que tenía un alma de diamante (Panegíricos 1,8), lo afirma de forma trascendental: “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.” (1 Corintios 15,14)

La Tradición de la Iglesia nos recuerda que todos y cada uno de los apóstoles murieron violentamente por su fe en Cristo resucitado. No es ni cercanamente razonable plantear que murieron por una experiencia de alucinación colectiva, una metáfora de la esperanza, o por una “renovada” concepción de Dios.

Todas estas son hipótesis que se han esgrimido en los últimos tres siglos para querer sustituir la verdad trascendente que nos revelan los hechos.

Hipótesis cuya única utilidad es mostrarnos la incapacidad del ser humano moderno para dilatar su pensamiento, como bien lo diría G.K. Chesterton. Para admitir de manera sensata y no por ello menos razonable, que esta vida trasciende lo que podemos conocer.

El erudito británico del Nuevo Testamento, N.T. Wright, lo resume de una manera elocuente en el siguiente vídeo:

La investigación bíblica como la discusión teológica en torno a la Resurrección ha sido muy rica en los últimos dos siglos, vale admitirlo. Pero es menester señalar los malabarismos lingüísticos en que se puede caer con tal de no conflictuar con la mentalidad contemporánea, marcada por la increencia.

Reducir la Resurrección a una simple metáfora, negando su historicidad, es ir en contra del sentido mismo manifestado por los Evangelios. Escritos que se basaron en los testimonios de testigos oculares que como dije anteriormente, llegaron inclusive a dar sus vidas por ello.

Ahora bien, si partimos de que la Resurrección es un acontecimiento histórico en el que lo mítico y lo metafórico se encuentran y se fusionan, estamos hablando de una forma más plena y curiosamente, más realista.

La fe en la Resurrección como acontecimiento transformante

El Señor sí se levantó de entre los muertos, y ello dio lugar a que a lo largo de los siglos, aquellos que han creído, empleen una inmensa riqueza de metáforas y símbolos para expresar tan sublime acontecimiento.

Así, la postura que se adopte ante la resurrección define profundamente la forma de ver la realidad, de ver a Dios y a los demás. Define quién es uno como ser humano, cuáles son nuestras mayores convicciones y cómo vamos a ser y estar en el mundo.

Por ello, no se trata sólo de una cuestión dogmática y abstracta, si bien posee estas dimensiones. Pero, utilizando al dogma como ejemplo, diría que se trata de aquello que da razón de existir al dogma; su fuente de sentido, su espíritu.

Todo nos remite en última instancia al Triduo Pascual. Los misterios que conforman nuestra fe alcanzan su culmen en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de un hombre que se reveló como el Dios hecho carne.

Por eso el teólogo y obispo Robert Barron expresa lo siguiente: “Todo se reduce finalmente a esto: si Jesús no resucitó de la muerte, el cristianismo es un engaño y una broma; si resucitó de la muerte, entonces el Cristianismo es la plenitud de la revelación de Dios, y Jesús debe ser el centro absoluto de nuestras vidas. No hay una tercera opción.” (2016, párr. 1)

Quien cree, se ve por eso, transfigurado hasta su misma esencia. Es la transformación del ser humano en y por Dios; en todo lo que piensa, dice y hace.

De la Resurrección a la Inhabitación Trinitaria

Nuestra vida como un todo, es cristificada -transformada en Cristo- y así, en la Santísima Trinidad. Todo lo que nos sucede es visto, entendido y aprendido desde un horizonte trascendente de sentido.

Es a lo que se refiere la doctrina de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma humana. Royo Marín (2002) lo expresa bellamente de la siguiente manera:

Ahora bien, por increíble que parezca esta afirmación, la inhabitación trinitaria en nuestras almas tiende, como meta suprema, a hacernos participantes del misterio de la vida íntima divina asociándonos a él y transformándonos en Dios, en la medida en que es posible a una simple criatura (Royo Marín, 2002, p. 60).

Ante una realidad semejante, palidecen las ideologías que circundan nuestro mundo, pues basta ver la historia para comprobar su naturaleza pasajera, cambiante y finita. Por tanto, es necesario desenmascarar la naturaleza terriblemente idolátrica que puede haber en quienes las exaltan como fines últimos.

Para el católico, como para cualquier cristiano, Dios Uno y Trino es el referente, cuya gracia y amor tocan todo aquello que va dando sentido a una vida. Es la fuente silenciosa e inefable que brinda un horizonte que pueda resistir los embates de la liquidez que caracteriza a la vida hoy (Bauman, 2000).

Las personas pueden adoptar actitudes muy distintas, algunas más cercanas a esa fuente de sentido último, algunas más lejanas y profanas.

Quienes decidimos creer, abrirnos y dejarnos transformar por el misterio de la Resurrección, nos podemos identificar con lo que San Pablo nos recuerda: “Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto sea perfecto” (Col 3:14).

Referentes bibliográficos

Barron, R. (2016). The Disturbing Fact of the Resurrection. Word on Fire. Recuperado de: https://www.wordonfire.org/resources/article/the-disturbing-fact-of-the-resurrection/5119/

Bauman (2000). Modernidad líquida. Sexta edición. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Chesterton, G.K. (2007). El pozo y los charcos. Madrid: EDIBESA.

Frankl, V. (1980). Ante el vacío existencial: hacia una humanización de la psicoterapia. Barcelona: Editorial Herder.

Royo Marín, A. (2002). Teología de la perfección cristiana. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos

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