mística ascesis

Mística, ascesis y civilización del espectáculo

A través de la mística y la espiritualidad católicas aprendemos a vivir nuestra fe como una verdadera relación con el Dios inefable que nos ama. Una relación que en esta vida se basa en un diálogo íntimo, perfumado por los dones que el Espíritu Santo va derramando sobre nuestras almas.

¿Cómo alcanzar y mantener ese diálogo interior con el Señor en el mundo? Es la pregunta de oro para nosotros los laicos.

La respuesta más simple y profunda es que se trata de una lucha, nadie se mantiene despierto entregándose a la apatía o a la desidia.

Es un esfuerzo por cultivar una confianza en el amor del Dios eterno, que se va haciendo llama viva en el fragor de la batalla. Batalla por disipar en el alma todo aquello que impide la contemplación de tan inexpresable realidad en la vida cotidiana.

Por eso, quiero ofrecer esta reflexión crítica sobre nuestro mundo, pues tomar consciencia de la realidad en que nos encontramos nos permitirá trazar caminos.

Una mirada crítica pero transparente: las contradicciones de nuestro mundo

Vivir unidos a Cristo nunca ha sido fácil, pero a diferencia de épocas anteriores, hoy los obstáculos son otros: la dispersión mental ante tanta información y entretenimiento, así como los apegos enfermizos que son diagnosticados en muchos consultorios psicológicos.

Presenciamos también una violencia que se naturaliza en sus distintas expresiones como única forma de lograr cambios en nuestra realidad y en nuestras relaciones interpersonales.

Somos integrantes de unas sociedades imbuidas en una vorágine de consumo, entretenimiento masificado, superfluo hedonismo y espiritualidades light adaptadas a las propias necesidades y caprichos.

Muchas de estas espiritualidades se pueden resumir en un “pensamiento mágico-pendejo”, como lo afirmó en su momento el actor y escritor mexicano Odín Dupeyron.

Vemos cómo se fomentan formas de autocomplacencia sin ningún sentido de realidad. Por eso para muchos(as), el sólo escuchar sobre la mística y sobre todo, la ascesis, puede ser confundido con alguna retorcida forma de masoquismo.

Silas, el monje aberrado de la novela El Código da Vinci, por cierto llevada al cine, es sólo un ejemplo de esta percepción distorsionada de nuestra cultura sobre la vida espiritual católica.

Es una caricaturización por demás risible. Es lo rentable, a fin de cuentas, lo que sostiene a una importante industria que lucra con el silencioso y desesperante vacío interior que muchos padecen.

La mística y la ascesis desenmascaran lo profano

Se trata de sacralizar un sistema socioeconómico que cosifica a las personas, y perpetúa su situación de miseria, tanto material como espiritual.

Por supuesto, no niego que en la historia de la Iglesia se han dado excesos, por ejemplo, en la práctica de las diferentes formas de mortificación corporal y espiritual.

Pero contrario a la mentalidad imperante hoy en día que convierte la excepción en la norma, los casos de abusos y patologías mentales entre algunas personas religiosas no constituyen la esencia de estas prácticas, como de su propósito último.

Cierto prejuicio anti-religioso puede estar detrás de este rechazo hacia la mística y la ascesis. Pero es curioso notar que también se aprecian abusos similares en algunas prácticas seculares que son muy apreciadas en nuestra cultura.

Abundan los casos de sobre entrenamiento en el deporte, así como los abusos alimenticios que han llevado a varios atletas a padecer trastornos como la vigorexia, la bulimia o la anorexia.

Otro ejemplo lo encontramos en las extenuantes dietas a las que se someten muchas personas, con tal de alcanzar una perfección corporal que corresponda a los cánones de belleza dictados por la industria de la moda y el entretenimiento.

Trascender la ansiedad contemporánea

Los ritmos de trabajo por otra parte son agotadores para una amplia mayoría de personas; han sido de esperarse los crecientes índices de depresión.

Según la OMS, la depresión afecta a más de 300 millones de personas, constituyendo la principal causa de discapacidad laboral.

Le siguen los trastornos de ansiedad, que son padecidos por más de 260 millones de seres humanos, entre otras problemáticas de salud mental.

Su origen por supuesto, responde a varios factores, pero no hay duda que uno de ellos es el entorno tan disfuncional en que nos movemos.

A esto se le suma el aumento vertiginoso en el consumo de fármacos para acallar la raíz del problema de qué hacer con nuestra existencia, o cómo sobrevivir a la misma.

Es un círculo esclavizante de causa-efecto que constituye el engranaje de las sociedades de consumo, el cual se naturaliza, y es necesario para su funcionamiento.

Tanta morbosidad en torno a la ascesis es entonces, lamentable, pues irónicamente, comporta más mortificación y dolor el querer adaptarse a unas sociedades profundamente enfermas.

Muchos, conscientes de esta realidad, quizás se incomodan ante la misma, pero pocos reúnen el coraje para ir más allá de esos esporádicos cuestionamientos.

Ir más allá implicaría ser contracultural, como lo han sido tantos aventureros espirituales que quisieron seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias.

Aunque a muchos eso les costara un considerable ostracismo social, ello no fue impedimento para ser fieles a lo más íntimo de sí mismos.

De su testimonio y sabiduría en Cristo surgió el rico legado donde mística y ascetismo se vinculan. Así, nuestra fe se basa en una visión de la realidad que se opone a tanta frivolidad como la que impera en nuestras sociedades.

Querer ascender a Dios y dejarse ascender por Él

Teniendo en cuenta lo anterior, no abogo por un rechazo fanático o sectario de todo cuanto constituye nuestra época; sino de ser críticos y atentos. No se trata de irse a esconder a una catacumba, o a una montaña a pasar hambre durante 8-12 horas diarias para sentirse diferente.

El Señor da una vocación diferente a cada persona, y a cada uno, le pedirá amar en su propio contexto, pero amar, en última instancia.

Pero sí es necesario ser claros en que el seguimiento de Cristo implica una sobria y radical crítica al mundo. En Nuestro Señor, como en el testimonio de quienes le han seguido, descubrimos que el propósito de Dios puede florecer en cada uno de nosotros.

Sin embargo, en el caso de los místicos hallamos los ejemplos más sublimes de los milagros que puede hacer el amor de Dios.

Se trata de vocaciones especiales, que laten como reflejos de una vida a la que todos estamos llamados, en distintos contextos y caminos. No es casualidad que exista una gran diversidad de órdenes religiosas, sociedades de vida apostólica, así como otras organizaciones compuestas por monjes, clérigos o laicos.

Nuestras historias de vida, estructuras de personalidad y habilidades no son las mismas, pero común es la fuente de la cual todos bebemos: Cristo crucificado y resucitado.

Él es la revelación del Dios inefable y eterno, que asumió nuestra condición humana, nuestra estructura genética, carne y sangre, hasta las perplejidades y sublimidades de la existencia tan variopinta en que nos movemos.

De la ascesis a la mística: estar atentos

Isidro-Palacios (2002) afirma que la mística es la relación misma con la realidad, frase corta pero que tiene un denso contenido. Vivir a plenitud en la realidad implica estar en contacto con su fundamento último, y, por ende, surge la necesidad de renunciar y apartarse de todo aquello que no lleva a esa realidad última, plena.

Así, se entiende por qué casi todos los místicos y místicas de nuestra tradición hicieron énfasis, de una u otra manera, en la importancia de la penitencia, la disciplina, el sacrificio, y en el estar atentos.

Este estar atentos o despiertos es importante, pues nos remite a la cuestión del mal. No es casualidad que en muchos de ellos hay alusiones a Satanás, como al mal en el mundo, pues hacen eco de lo afirmado desde muy temprano en la tradición católica y cristiana en general: “Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pe 5:8).

Querer ascender a Dios y aprender a dejarse ascender por Él hasta las profundidades de su misterio no es un proceso fácil, cómodo ni letárgico.

“La vida del hombre sobre la tierra, es una constante tentación” nos dice Tomás de Kempis en La Imitación de Cristo.

Es un camino lleno de sombras, como también de sublimidades. Pero cuando se empieza a ascender a las cumbres, todos los místicos son unánimes: el amor, la esperanza y la paz son indescriptibles.

Referencias bibliográficas

Isidro-Palacios, J. (2002). ¿Cómo podrá sobrevivir la mística en la megalópolis moderna? En Martín Labajos, A., Barcenilla, J.J. (Coords). (2002). La mística en el siglo XXI. Centro Internacional de Estudios Místicos. Madrid: Editorial Trotta.

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