Del amor y el éxtasis: la mística en las mujeres

En la tradición de la Iglesia, conocer la experiencia mística en las mujeres es fundamental para comprender el misterio de Dios. Veamos mejor este detalle.


Tiene mucha razón la teóloga Felisa Elizondo (2004) cuando afirma que, en el ámbito de la mística y la espiritualidad, el sexo masculino o femenino en última instancia no tiene un rol determinante.

Conviene aclarar este detalle, para no incurrir en el pantanoso terreno de las discusiones políticas e ideológicas en torno a la cuestión del género. Discusiones que lamentablemente se han infiltrado también en la Iglesia católica, y que se han centrado en el acceso al poder de hombres y mujeres en los ministerios eclesiales, especialmente el sacerdocio.

Sin embargo, es esta una cuestión que vale recordarlo, ha sido suficientemente aclarada por el Papa San Juan Pablo II y por el mismo Francisco.

El ser hombre o mujer es, a fin de cuentas, algo irrelevante en lo que a la mística se refiere, pero sí considero que la riqueza y sublimidad del aporte de las mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia ha sido ejemplar.

Ha sido dinámico y vasto en lo que a la experiencia de unión con Dios se refiere, como también respecto a la teología espiritual. Elizondo lo señala muy bien: en las últimas décadas se ha venido recuperando cada vez más este maravilloso aporte para comprender nuestra relación con Dios.

Un aporte que es valioso en sí mismo. Y lo es porque en palabras simples, conocer la experiencia mística en las mujeres nos acerca a una experiencia más profunda de Dios. Una que discurre entre el amor y el éxtasis.

La presencia de las mujeres en la mística

Sí, es desafortunada y condenable la misoginia que se ha manifestado en varios períodos de la historia de la Iglesia. Porque no podría uno comprender la evolución de la tradición mística de la Iglesia sin las mujeres. Así de simple y claro.

No más podría comenzar por la Santísima Virgen. Ella es quien tiene el lugar más alto en el Cielo después de la Santísima Trinidad, inclusive por encima de los coros angélicos. Sí, hasta San Miguel Arcángel, el príncipe del ejército celestial es fiel servidor de la Madre de Dios.

Para la teología católica, María es la criatura más perfecta jamás creada por el Altísimo, para ser su madre y corredentora como Reina del Cielo. Posterior a María, e inspiradas por ella, numerosísimas han sido las féminas que han sido referentes fundamentales en el florecimiento de una tradición mística que hasta la fecha sigue resplandeciendo.

Esto nos lleva a reflexionar sobre las peculiares características de la experiencia de Dios desde la feminidad. Predomina en ella una fuerte dimensión emocional y carismática. Pero también destaca una sofisticada intelectualidad que se muestra repleta de los dones del Espíritu Santo.

Causa impresión y hasta estupor la capacidad de varias místicas para alcanzar profundos estados de intimidad con Dios. Son experiencias en las que se desbordan los éxtasis y una intensa vivencia del amor, en medio de grandes dolores, pero también de sublimes goces.

Bien lo plantea la teóloga belga Alice von Hildebrand en su bellísima obra El privilegio de ser mujer; el privilegio femenino es la capacidad para involucrarse plenamente en lo humano. Entre más nos sumergimos en lo más alto de nuestra naturaleza humana, más nos trascendemos a nosotros mismos para encontrarnos con el Dios inefable. Y en las mujeres, esto es más que evidente e inspirador.

La mujer mística: reflejo del poder de Dios

Fue en la Edad Media donde, junto al apogeo de la tradición mística y teológica de la Iglesia, comenzaron a surgir varias mujeres destacadas. Esto al punto de que como lo afirma la historiadora medieval Andrea Janelle Dickens (2009), se formó una tradición religiosa y literaria liderada por mujeres.

Sin embargo, no significa esto que haya una “mística femenina” contrapuesta a una “mística masculina”. Estas posturas son más fruto de excentricidades ideológicas que de realidades constatables del fenómeno místico. Como bien lo plantea la autora con base en algunas místicas de la historia, las mujeres místicas son únicas en su feminidad, pero también en esa humanidad que trasciende el sexo.

La mística atañe al fin último de nuestra fe católica. Y es un fin que abarca a hombres y mujeres por igual, y en el que miembros de ambos sexos han mostrado la grandeza de Dios.

Ciertamente hay algo único en la feminidad, que es transformada y elevada a lo más alto por esa vivencia mística de la fe. Dios se ha hecho ser humano para que el ser humano se hiciese dios. Es decir, para que pudiésemos divinizarnos al participar en la vida íntima de la Santísima Trinidad.

Y es precisamente esta la grandeza de la mujer mística en la Iglesia: su capacidad única para darse a sí misma; su sofisticada sensibilidad. Von Hildebrand nos apunta a la nobleza de la mujer como una “joya preciosa a la vista de Dios”.

Una en la que resplandecen la inteligencia emocional, la dignidad, belleza y sobre todo como lo insinúa la teóloga belga: su heroicidad para el sacrificio. En esa aparente debilidad y dulzura se halla Cristo, y es donde San Pablo afirma que está el esplendor del poder de Dios (2 Cor 12,9).

El amor extático hacia Cristo

No es casualidad que el Señor permitiese que una mujer, Santa María Magdalena, fuese la primera testigo de su gloriosa resurrección (Mt 28,1-5; Mc 16,1-5; Lc 24,1-10; Jn 20,1-2). La primera, junto a otras dos mujeres, en haber contemplado el acontecimiento más sublime del que se tiene y tendrá registro.

Un acontecimiento que nos muestra que las mujeres fueron las primeras en recibir el llamado a la nueva vida de la resurrección. Una vida movida por el amor extático y gozoso del Espíritu Santo como ha sido la tendencia en todas las místicas de la historia.

Amor que la Santísima Virgen experimentó durante su vida, y que está en el centro del misterio de su dormición y asunción a los cielos. Un amor que desborda lo imaginable, y que desde San Pedro y San Pablo, los mismos apóstoles tuvieron que aprender ardua y dolorosamente hasta dar la vida como ellas.

Un amor que nos llama a una vida superior, y del que incontables mujeres han dado testimonio en la historia de sus vidas. El amor de Cristo, que como Santa Gema Galgani decía: “¿Por qué sufriste por mí, querido Jesús? ¡Por amor! Los clavos, la corona, la cruz… ¡todo por mi amor!”

Referencias bibliográficas

Elizondo, E. (2004). La mística en femenino: imágenes de Dios en dos místicas medievales. En Velasco, J.M. (Ed.). La experiencia mística: estudio interdisciplinario. Editorial Trotta.

Dickens, A.J. (2009). The Female Mystic: Great Women Thinkers of the Middle Ages. I.B. Tauris.

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