Son pocos los católicos que conocen al Espíritu Santo, y menos los que, cada día, aprenden a dejarse inspirar por sus sublimes dones. Conozcámoslos entonces.
Mi intención es invitar a la autocrítica, como, sobre todo, a darnos la oportunidad de vivir nuestra fe de una manera siempre nueva. Es un hecho -quizás discutible- que el número de católicos que conocen y viven según el Espíritu Santo es reducido.
Tenemos a la Renovación Carismática Católica, y otros grupos afines en la Iglesia, pero en realidad si se le pregunta a la mayoría de católicos si saben quien es el Espíritu Santo y cómo actúa en la vida interior, pocos sabrán dar una respuesta teológica y vivencialmente fundamentada.
Se tiene la idea inclusive, de que son más bien otros cristianos como los pentecostales quienes más conocen y viven sus creencias según las inspiraciones del Espíritu que procede del Padre y del Hijo. Esto es más resultado de una exitosa campaña publicitaria que de una realidad espiritual constatable.
Sin embargo, este desconocimiento del Espíritu Santo no es propio de nuestra época; se remonta incluso a los inicios de la Iglesia. San Pablo se encontró con esta situación de ignorancia entre los cristianos de la Iglesia de Éfeso:
“1Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; 2les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.” (Hechos 19,1-2)
Así, el Espíritu Santo y sus dones son los grandes desconocidos, como lo planteó el gran teólogo español Antonio Royo Marín. Sin embargo, esto puede cambiar, si nos abocamos a encender nuestra vida, como un reflejo de las lenguas de fuego que se posaron sobre los Apóstoles en Pentecostés (Hch 2).
Tres cuestiones fundamentales para comenzar a vivir en el Espíritu Santo
Si uno lo observa, la práctica totalidad de la vida de los santos y los místicos estuvo avivada por el Espíritu Santo. ¿Cómo podemos también nosotros comenzar a abrirnos a sus inspiraciones y dinamismo sobrecogedor? Necesitamos comprender primero tres cuestiones.
- Es un dogma de fe que el Espíritu Santo existe y es consubstancial con el Padre y el Hijo. Es decir, es una persona divina, alguien con quien podemos relacionarnos. Sí, esto puede resultar obvio, pero a nivel experiencial requiere tiempo vivirlo. Es una realidad objetiva más allá de nosotros, por ello es un dogma de fe, pero la relación con el Espíritu Santo no es una experiencia basada en momentos, sino que es algo cotidiano, permanente, perenne.
- El Espíritu Santo es el aliento creador de vida. Y la vida, todo el tiempo está fluyendo, transformándose en su dinamismo de amor y misericordia. Así, en Él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28).
- Necesitamos centrar la atención en nuestro interior. Habiendo comprendido y aceptado por fe estas verdades, es entonces cuando podemos abrirnos a la experiencia de relacionarnos con el Espíritu Santo. Para esto, el primer paso es aprender a centrar nuestra atención en nuestro interior, más allá de nuestros pensamientos y emociones; ir a lo profundo de nuestras almas. Es lo que en la tradición mística de la Iglesia se ha llamado el recogimiento interior.
Si no hay recogimiento interior; si no hay serenidad y silencio en nosotros, difícilmente aprenderemos a identificar la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Este solo será un concepto vacío, y no la tercera persona divina con la cual podemos relacionarnos en el amor y la contemplación.
Los medios para vivir en el Espíritu Santo
En un artículo anterior abordé la importancia fundamental de mantenernos siempre en estado de gracia, sin pecados mortales. Esto se debe a que nuestra relación con el Espíritu Santo es permanente, cotidiana; y para que esa relación crezca necesitamos estar en gracia, serenos y silenciosos en nuestro interior.
La Iglesia en su Tradición ha dispuesto varios medios prácticos para vivir en la presencia del Espíritu. Entre los principales se halla por supuesto, la frecuentación de la Santa Misa.
No hay nada más sublime y sagrado que el santo sacrificio, por ello necesitamos asistir de manera consciente, centrando todo nuestro ser en la realidad sobrenatural que allí tiene lugar.
No en vano decía el Papa Pío XII que a los fieles nos conviene comprender que nuestro principal deber y nuestra mayor dignidad consiste en la participación en el Sacrificio Eucarístico.
El otro medio es la frecuentación de los sacramentos, especialmente el de la Penitencia y la Eucaristía. Son los medios que Dios mismo ha creado para que la gracia santificante del Espíritu Santo fluya en nosotros y nos transforme.
Otros medios son por supuesto, las mortificaciones: tanto las físicas, pero, sobre todo, las espirituales, interiores, aquellas que nadie ve, sólo Dios mismo.
Por otra parte, se encuentran las obras de misericordia, tanto las corporales y espirituales, pues nuestra relación con la tercera persona divina abarca también a nuestros semejantes; el amor siempre busca expandirse.
Pero, en última instancia, todos estos y otros medios se sintetizan en una constante vida de oración. Necesitamos orar, y orar mucho; de lo contrario, nos secaremos rápidamente como las ramas y las hojas que caen de los árboles. La oración es más que un hablar con Dios, es mantenerse siempre en su divina presencia, conectados, tan íntimamente unidos que somos una sola realidad.
Los dones del Espíritu Santo y su incidencia en la vida diaria
Nuestro día a día entonces debe orientarse totalmente hacia Dios, manteniéndonos en la presencia de su santo espíritu en lo que pensamos, decimos y hacemos. De esta forma, podemos conocer cuáles son sus dones.
El don del temor
El don del temor de Dios implica meditar en su justicia como en su misericordia, es el debido amor, reverencia y respeto al Altísimo que nacen en el alma de quien le ama sobre todas las cosas, y prefiere apartarse del pecado antes que ofender a Dios mismo.
Santa Teresa de Jesús (trans. en 2012) tenía ante esto una frase muy conocida, en la cual prefería ser ingratísima hacia el mundo que ofender a Dios en un solo punto.
Si rogamos al Espíritu Santo que nos inspire el don del temor, roguémosle para que nos infunda un profundo horror al pecado y sus consecuencias.
El don de fortaleza
El don de fortaleza se refiere según Royo Marín (2010), al “hábito sobrenatural que robustece al alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir” (p. 128).
Fundamentalmente, se refiere a cómo el Espíritu Santo nos da fortaleza para no abandonar la virtud, la cercanía y el amor a Dios aún en los momentos más difíciles, tiene que ver con el esfuerzo, y ser valientes (Jos 1:6-8).
Es en los momentos adversos, donde predominan la incertidumbre y el sufrimiento, donde se muestra el verdadero rostro de las personas. Un error frecuente es olvidarse pedir la asistencia del Espíritu Santo en dichas situaciones, pretendiendo afrontarlas solo con nuestras fuerzas.
Y es precisamente en esos momentos en los que más podemos orar interiormente al Señor para que nos dé la fortaleza de hacer su voluntad.
El don de piedad
El don de piedad es el afecto de la voluntad a Dios y a los seres humanos, y agregaría como algo muy pertinente, hacia toda la creación. Es infundido en nosotros para despertar a una realidad superior, como en todos los demás dones, siendo éste un don afectivo (Royo Marín, 2010).
El don de piedad no se refiere a practicar la santa religión católica con virtud e inspiración, sino también la justicia, sin la cual nuestras vidas no se orientarán a la voluntad divina. Pero más aún, sin justicia, una sociedad simplemente no puede subsistir.
El don de consejo
Por el don de consejo nos referimos sobre todo a la capacidad de intuir qué conviene hacer en ciertos casos con el propósito de alcanzar el fin último de las cosas, hallándose muy relacionado con la virtud de la prudencia.
Por ende, la precipitación y la impaciencia son dos pésimos hábitos contrarios al don de consejo, pero son hábitos comunes en nuestro mundo tan acelerado, y basado en la gratificación instantánea.
Para Royo Marín (2010), el don de consejo nos orienta al fin último de las cosas en todas las situaciones particulares de la vida cotidiana.
El don de ciencia
El don de ciencia se refiere a un conocimiento sobrenatural que procede de una ilustración especial del Espíritu Santo. Este don nos muestra y mueve a valorar el vínculo íntimo de todo lo creado con el fin último sobrenatural.
Así, no se refiere específicamente al conocimiento natural que los seres humanos alcanzamos por medio del raciocinio. Si bien no necesariamente lo excluye, sí lo trasciende. Es un conocimiento integral de todo lo creado, y su dimensión sobrenatural.
El don de entendimiento
El don de entendimiento, similar al de ciencia excepto en que el segundo juzga con claridad y rectitud las cosas, mientras que el primero sólo se reserva el de captar, comprender las cosas reveladas y las que tienen que ver con lo creado, con todo lo natural.
Son conocimientos basados en la intuición, infundidos por Dios mismo, por ende, es importante distinguir acá que no son producto de la inteligencia humana, sino don divino. Ambos, el don de ciencia y el de entendimiento, fomentan la virtud teologal de la fe.
El don de sabiduría
Y finalmente, el don de sabiduría, el más perfecto y excelente de todos los dones del Espíritu Santo, y el que lleva a su máxima plenitud el amor a Dios y a las personas, Royo Marín (2010) lo define de una forma sucinta:
El don de sabiduría es un hábito sobrenatural, inseparable de la caridad, por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía (p. 190)
Juan Pablo II, en una meditación dominical durante el rezo del Angelus, el 9 de abril de 1989, nos afirmó que el don de sabiduría es “luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios.” (L´Osservatore Romano, 1989). Este don, en tanto máximo don de Dios, está íntimamente ligado al don de la caridad, o el amor, en tanto máxima virtud teologal.
Retornar al interior para vivir en el Espíritu
Cada uno puede entonces, teniendo claro cuáles son los dones del Espíritu Santo, comenzar a cultivar una mayor vida interior. Nuestras sociedades nos mueven más bien a lo contrario: vivir hacia el exterior, constantemente distraídos y dispersos entre infinidad de estímulos e información.
Sin embargo, para relacionarnos con el Espíritu Santo, aprender a distinguir su presencia y dejarnos guiar por sus inspiraciones, necesitamos silenciarnos, aquietarnos.
Esto no implica pasividad ni apatía, sino todo lo contrario: se trata de estar plenamente conscientes, tanto que nos abrimos a la realidad sobrenatural, la cual justamente se sustenta en el Espíritu de amor que procede del Padre y del Hijo.
Referencias bibliográficas
De la Madre de Dios, E., Steggink, O. (Eds.). (2012). Santa Teresa de Jesús: obras completas. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
L´Osservatore Romano. (1989). Los siete dones del Espíritu Santo.
Royo Marín, A. (2002). Teología de la perfección cristiana. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos
Royo Marín, A. (2010). El Espíritu Santo. El gran desconocido. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos
Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.
Excelente exposición sobre cómo acojer la presencia del Espíritu Santo. De gran valor poder no solo conocer sino practicar este conocimiento, en un mundo tan polarizado.
Mil gracias por tan valiosa explicación.
Pax et bonum
Saludos don Gerardo
Muchas gracias por sus palabras. Me alegra que la reflexión le haya sido de gran utilidad. Aunque el mundo actual sea un ambiente tan difícil para una fe viva, el Espíritu Santo puede morar en nuestras almas cada día si aprendemos a abrirnos a su presencia; a sus inspiraciones. Muchas bendiciones.
Me pareció sumamente sustancioso y de mucho conocimiento el darnos a conocer mediante el como podemos enrumbarnos hacia una vida espiritual y reconociendo que es el interior nuestras almas y su regimiento, que inicia ese estilo de vida de unión con el espíritu santo atravez de la oracion y apoyados de sus dones