¿Qué es la mística católica? Algunas reflexiones
La mística es la dimensión más importante de la fe católica; su fin último. Pero comprender lo que es, y sobre todo vivirla, es un desafío.
A inicios de la década de los ochenta del siglo anterior, Karl Rahner blandió una de sus más célebres frases, llena de un profetismo perenne.
Para una época sedienta de una trascendencia que no huela a polvo, la frase irradia el frescor de aquello que se renueva a cada instante.
Vivimos llenos de incertidumbre, probablemente más que en ningún otro período de la historia, y de forma paradójica, también nos encontramos en el período donde se han logrado los más grandes avances en todas las áreas del quehacer humano: ciencia, tecnología, medicina, educación, política, economía, entre otras.
No obstante, la nuestra es una época ahogada por el consumismo, la abundancia de información inútil, así como por los extremismos políticos y religiosos. La violencia en sus distintas formas y la desigualdad socioeconómica impiden que dichos avances lleguen a todos, y sean para todos.
Predominan la apatía y el desencanto generalizado hacia la vida, y un rechazo cada vez mayor hacia todo aquello que sea sospechoso de ser religioso. Ante dicho panorama, el teólogo alemán, preocupado por la debacle en la vida espiritual de los católicos, lanzó una simple frase:
“Podemos decir, pues, que el cristiano del futuro será un místico, o no será cristiano”[1]
Ella constituye precisamente el lema que inspira a este blog, pues es una osada y necesaria exhortación. Sin embargo, ¿qué es la mística? ¿Qué significa esa palabra polisémica, enigmática como llena de frivolidades y sublimidades?
¡Qué necesario es que no sólo cada católico, sino también otros cristianos y en sí, cada ser humano, se hagan estas preguntas a sí mismos!
Porque hablar de la mística, o la experiencia mística como ya lo veremos, es hablar de aquello que es más importante para el ser humano. Aquello que es constitutivo de la experiencia de la vida, y para quienes son creyentes, de Dios.
La mística en la historia del cristianismo: sus tres significados
Antes de explicar qué es la mística católica, es necesario contextualizar algunos aspectos históricos y teológicos, porque las ideas que probablemente se tengan sobre ella han sido un producto desarrollado principalmente en Occidente.
Es un fruto que ha germinado en los más de 2000 años de cristianismo. Lo que mejor conocemos sobre la mística nos ha venido del cristianismo y su riquísima tradición espiritual. Pero es una tradición que lamentablemente es muy desconocida y malentendida en nuestra época, inclusive por muchos católicos.
En el cristianismo, la palabra “mística” ha sido utilizada en tres contextos: en la liturgia, en la lectura e interpretación de la Biblia, y en todo lo que se refiere a una especial forma de conocimiento de Dios[2].
En todos estos contextos el término era empleado como un adjetivo para calificar algo como “místico”; ya fueran objetos de culto o doctrinas. Pero es a partir de los siglos XVII-XVIII cuando empieza a dársele mayor importancia a la idea de que es un conocimiento de Dios.
Se recupera así lo que numerosos místicos habían venido repitiendo siglos antes: la mística es también una forma especial de vivir la fe. Este significado de la “mística” como conocimiento de Dios ha estado presente desde los inicios de la tradición católica.
Pero es en los últimos tres siglos cuando más relevancia ha adquirido; tanto en la Iglesia católica como en las Iglesias ortodoxas, así como también en la cultura, dada la progresiva secularización de las sociedades occidentales.
Así, dicho conocimiento de Dios supone un encuentro, una relación, y en sí, una experiencia, remitiéndonos entonces al término “experiencia mística”, muy en uso hoy. Es frecuentemente utilizado tanto por especialistas, como por mucha gente de a pie, y sobre el cual voy a reflexionar más adelante.
A partir del siglo XIX, empieza a darse un notable aumento de estudios sobre la mística en otras disciplinas, más allá de la teología cristiana. Se trata de investigaciones que se han multiplicado de manera profusa desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad.
La mística no es exclusiva del cristianismo
Es gracias a este corpus de investigación académica y sus valiosos aportes que muchos de nosotros hemos llegado a la conclusión de que la mística es un fenómeno humano universal, un “paradigma perenne” como afirma Díez de Velasco[3].
No es un fenómeno exclusivo del cristianismo, sino que también se halla presente en otras tradiciones religiosas y culturas, si bien con importantes e irrenunciables diferencias entre éstas.
De los tres usos que se hacían del término “mística” en el cristianismo, el que se refiere a un conocimiento experimental de Dios terminó prevaleciendo. No sólo es el que más presencia e importancia ha ido ganando en el imaginario social, sino también el que más se ha complejizado.
Esto debido a que se ha llegado a un consenso tácito, no siempre explícito, de que la mística se refiere solo a una forma de experiencia, y desde este significado se ha partido para estudiarla en otras tradiciones religiosas.
Sin embargo, la complejidad y ambigüedad que ha adquirido el término en las últimas décadas se debe también a esta ingente cantidad de investigaciones interdisciplinares.
Dichos aportes no son negativos, todo lo contrario, han brindado una amplitud de conocimientos que permiten comprender mejor la riqueza de nuestra fe católica. Pero en el mundo globalizado y diverso de hoy, suscitan el desafío de llegar a una mayor claridad sobre lo que es la experiencia mística.
La perspectiva comparativa vs la interna
¿En qué consiste la experiencia mística? ¿Cómo se da en cada tradición religiosa? ¿Cómo se da en otros contextos no-religiosos? Actualmente la confusión es mucha, y ello es admitido por la mayoría de los especialistas en el tema.
En una perspectiva más generalista y comparativa, que trata de construir una perspectiva de la mística a partir de las diferentes tradiciones religiosas, se corre el riesgo de que el resultado sea una ensalada de conceptos que es indigestible para cualquier mente seria.
Sin embargo, cuando la mística es entendida desde la tradición religiosa en la que tiene lugar, hay una mayor claridad, solidez y coherencia.
Por ello es oportuno no cometer el error de pensar que es un fenómeno puramente subjetivo; siempre hay un contexto con el que está en relación, si bien por otra parte, dicho contexto no es absolutamente definitorio.
En nuestras sociedades contemporáneas, por ejemplo, algunos sectores han comenzado a hablar también de una mística profana, no-religiosa, más propia de nuestra época secularizada.
Esta forma de mística profana ha sido promovida, por ejemplo, por la Psicología transpersonal, y estudiada por pensadores de diversa proveniencia. Abraham Maslow (1908-1970), Fritjof Capra (1939) o Ken Wilber (1949) son algunos ejemplos.
Pero esto, aunque interesante, no es un tema en el que me especialice, ni es un tema exento de críticas, muchas de los cuales comparto.
La mística católica: su riqueza y perennidad
Habiendo hecho este recorrido previo, podemos entonces hablar con mayor claridad sobre la mística en el cristianismo, específicamente en el catolicismo. En la historia de la Iglesia católica, la mística ha adquirido unas formas particulares de ser vivida y comprendida.
En el catolicismo existe un significativo nivel de sistematización teológica respecto a lo que es la mística y todo lo que atañe a la dimensión práctica de la vida espiritual, fruto de 2000 años de ininterrumpida tradición.
Empero, hay que evitar la tentación de pensar que la mística puede ser definida de manera definitiva. Dios en su inefabilidad, está más allá de cualquier definición que podamos construir, y ello se refleja directamente en el fenómeno místico.
No en vano existe en el catolicismo tan hermosa variedad de estilos y formas de ser vivida la mística, lo que denota que sus aspectos fundamentales son compartidos por las distintas escuelas de pensamiento teológico que conforman la Iglesia.
Así, la mística católica se refiere a aquellas experiencias en las cuales una persona vive una profunda intimidad con Dios, más allá de sí misma.
Se trata de una unión amorosa con el Señor, que trasciende la realidad cotidiana u ordinaria en que usualmente nos movemos. Cuando sucede, impregna todo de un sentido completamente nuevo y englobante.
Juan Martín Velasco las describe como: “experiencias interiores, inmediatas, fruitivas, que tienen lugar en un nivel de conciencia que supera la que rige en la experiencia ordinaria y objetiva”[4]
Esta descripción es un tanto más contemporánea, interdisciplinar, pero encuentra similitudes con lo que algunos teólogos como Poulain (1836-1919) y Lagrange (1877-1964) ya afirmaban a inicios del siglo XX.
El lenguaje siempre es insuficiente para explicar lo que se ha vivido, pero para propósitos de resumir, podemos afirmar que casi siempre se describe dicha unión como amorosa, plena o sublime.
Es fruto de la gracia de Dios
Sin embargo, no se vaya a pensar que es todo paz y amor, pues en estas experiencias se dan también momentos de una conturbadora incertidumbre, sufrimiento o demás realidades desagradables e inclusive aterradoras.
La unión con Dios es alcanzada no mediante el esfuerzo de la persona, sino por don y gracia de Dios mismo. Si bien la devoción, el esfuerzo y la constancia en la fe son importantes, apenas comporta un primer paso en la relación con Dios.
En los niveles avanzados, es el Espíritu Santo quien toma la iniciativa, pues la experiencia del misterio de Dios en Cristo es un don gratuito. Es fruto de su voluntad, la cual está fuera del control humano, remitiéndonos a las evocadoras palabras de San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gal 2:20).
Esta es una diferencia fundamental entre el cristianismo y otras religiones como, por ejemplo, el budismo. Los budistas enfatizan en que el estado de plenitud conocido como Nibbana es fruto del esfuerzo individual.
Se trata de que cada persona se dedique a alcanzar la liberación, a través del Óctuple Noble Sendero enseñado por Buda. Esta perspectiva, si bien contiene algunas variaciones en las distintas escuelas budistas surgidas a partir de la Theravada, es esencialmente la misma.
De esta forma, son varias las posibles formas de definir la mística católica. Pero una de las mejores definiciones viene de Santo Tomás de Aquino, quien la entendía como Cognitio Dei experimentalis o “conocimiento experimental de Dios”.
Se trata de experiencias vivas, que se suceden a un nivel interior y subjetivo, pero no se quedan ahí como una mera experiencia personal. La toma de consciencia sobre esta íntima relación con una realidad trascendente convierte de manera total a quien la vive.
Tanto la persona como su estilo de vida adquieren un sentido último, una plenitud que es inefable y que incide de manera permanente[5]. De ahí su sentido misterioso, siempre abierto y difícil de aprehender.
Es un conocimiento más allá de lo conceptual
Así, a lo largo de la historia, la experiencia mística en el catolicismo ha implicado un conocimiento de Dios más allá de lo meramente conceptual. Uno en el que se involucra la totalidad de la persona; asemejándose a la experiencia del amor.
Como los mismos místicos lo describen, es un conocimiento amoroso de Dios; una experiencia que es fruto de la gratuidad divina. Esto es indispensable para comprender el lugar apropiado de la mística en el catolicismo.
La mística no es un fin en sí misma, lo cual coincide con lo manifestado por todos los místicos a lo largo de la historia. González de Cardedal es claro en que la mística requiere estar en relación con las otras dimensiones que conforman la vida de fe cristiana[6].
Dimensiones como lo son lo doctrinal, lo litúrgico, lo institucional y lo comunitario. En este punto comparto su crítica a cierta fascinación aparentemente “renovada” por la mística y la espiritualidad en la era contemporánea.
Ambas han sido convertidas en un fin en sí mismas, en mero objeto de un sinnúmero de obras de autoayuda. Obras que más que brindar las herramientas para que las personas crezcan integralmente a partir de su relación con una realidad mayor a ellas mismas, vuelven presa a la persona de un solipsismo que es enajenante.
La mística implica abrirse a la realidad del amor de Dios, no se trata de convertir al individuo en el fin de la experiencia espiritual.
Es muy común la tentación de desgajarla del contexto histórico y religioso del cual forma parte, para convertirla en un producto de consumo individual, reflejando así la frivolidad que plaga a nuestras sociedades.
Por eso es frecuente ver libros que usan la palabra “mística” para nombrar la mezcolanza de conceptos y prácticas espirituales de varias tradiciones religiosas.
La mística está orientada hacia lo sobrenatural
Los grandes maestros espirituales de la Iglesia católica son unánimes en esto: la persona está orientada hacia una realidad sobrenatural, hacia la unión con Dios.
Basta citar a un místico contemporáneo, Thomas Merton, quien en su famosa autobiografía La montaña de los siete círculos, expresó lo siguiente:
“Si no seguimos más que nuestra naturaleza, nuestras filosofías, nuestro nivel de ética, acabaremos en el infierno. Eso sería un pensamiento desconsolador, si no fuese puramente abstracto. Porque, en el orden concreto de las cosas, Dios dio al hombre una naturaleza que fue ordenada a una vida sobrenatural. Creó al hombre con un alma que no fue hecha para llegar a la perfección dentro de su propio orden, sino para ser perfeccionada por Él en un orden íntimamente más allá del alcance de los poderes humanos”[7]
La fe es un salto al vacío, un caminar en la oscuridad con una confianza que se va volviendo absoluta. Para el padre Larrañaga, un importante maestro de la mística católica en lengua española durante el siglo XX, todo cristiano es un místico en potencia; se pueden disponer las condiciones para que dicha unión sea posible[8].
Pero hay que ser cuidadosos, no se trata de buscar una determinada experiencia, sensación o estado de consciencia. Como si así, automáticamente, Dios se plegara a nuestros deseos o imaginarios.
Ello no es el objetivo, y sería algo muy vulgar e irreverente hacia lo sagrado, sujeto a la charlatanería, como de hecho ocurre muchas veces. Recordemos: El místico o la mística buscan a Dios por sí mismo.
No es algo desconectado de nuestra realidad cotidiana en medio del mundo, sino más bien la experiencia profunda, sustanciosa y total de la realidad de la que formamos parte, a niveles incluso imperceptibles.
La mística católica en su relación con lo religioso
Se entiende entonces que, para muchos teólogos, filósofos, historiadores y demás especialistasa mística sea la forma más alta y profunda de experiencia religiosa. En el catolicismo, es la cumbre y el estado de vida al que aspira todo ser humano en su búsqueda del rostro de Dios.
Acá es necesario realizar algunas precisiones sobre la relación entre mística y religión, pues son muchos los malentendidos existentes.
Según Duch, lo religioso, más que tratarse de dogmas, rituales o cuestiones morales como muchos lo conciben, es aquello que nos remite a la pregunta por el sentido último de nuestra condición humana[9].
Desde inicios del siglo XX, Friedrich Von Hügel, en un denso y complejo estudio sobre Santa Catalina de Génova, una mística católica italiana, nos afirmó que existe una estrecha relación entre mística y religión.
Para el teólogo austríaco, existe en nosotros lo que Velasco llamaría una predisposición ontológica hacia algo que la mística desarrolla en su máxima expresión. Es un fenómeno que incluso puede darse en otros ámbitos del quehacer humano. En palabras del teólogo español:
“La existencia de esa apertura ontológica y de la consiguiente predisposición psicológica daría lugar a una estructura de la persona que se actualizaría de forma diferente ante esas realidades “análogas” que son las manifestaciones del Absoluto. Esto explicaría, pues, las semejanzas entre experiencias religiosas, estéticas, filosóficas, sin que ello supusiera una continuidad perfecta entre ellas”[10]
Reducir lo religioso a instituciones, autoritarismo, mera obediencia ciega a creencias, leyes o prácticas es una aproximación superficial y burda de la cuestión. Desafortunadamente es una percepción muy común entre la mayoría de las personas, incluso entre gente con una formación superior.
Las religiones son y abarcan mucho más, y en palabras de McGinn, la mística es uno de sus elementos fundamentales[11].
Redescubriendo la mística en su plenitud
Habiendo hecho este fascinante recorrido, creo que es muy provechoso sondear ahora en nuestros mundos interiores qué entendemos por “mística”. Conviene preguntarnos si hemos vivido experiencias que podríamos catalogar como “místicas”.
Valdría la pena inclusive, hacer una lluvia de ideas sobre aquello que emerge a la mente sobre esta palabra, pues ha sido muy manoseada en nuestras sociedades de mercado, al igual que la palabra “espiritualidad”.
Alrededor de ambos términos han existido y continúan vigentes muchos prejuicios, muchos malentendidos. Si bien no creo que nadie pueda tener la última palabra sobre un tema tan extenso -pues ni los más renombrados expertos han pretendido tal cosa- sí considero que es posible delimitar hasta un punto relativamente aceptable lo que es, y no es la mística.
Es una necesidad, dado el relativismo moral y filosófico de nuestra época, más generador de problemas y confusiones que de consensos para el bien común.
De lo que se entienda por “mística” o “experiencia mística” dependerá todo nuestro acercamiento a esta dimensión esencial del ser humano. Cuando la mística es auténtica, es una irrupción de lo divino en la cotidianeidad, reflejo de la presencia de Dios en nosotros, de su amor abisal, de lo absoluto.
Cuando no es auténtica, y ello es posible, es algo corrompido, posible manifestación de una patología mental, de delirios narcisistas, e incontables charlatanerías y embaucamientos. Ya lo decía San Jerónimo: “La corrupción de lo mejor, es lo peor”.
Por este motivo, es fundamental el estudio serio y la crítica-constructiva, para separar el trigo de la cizaña (Mt 13:24-30), puesto que esta dimensión mística de la fe católica es bastante desconocida, sobre todo entre los laicos.
Es considerada por lo general como inalcanzable, reservada para pocos; un elitismo que ha predominado en la historia cristiana respecto a esta dimensión de lo religioso.
Los testigos de la oscuridad luminosa
De lo anterior ha sido en parte culpable la misma Teología católica, como ya lo cuestionaba Rahner. Pero a la vez, y posiblemente ha sido por la misma oscuridad que rodea a la mística, y no es para menos.
No es una oscuridad en sentido peyorativo, sino una que alude a lo inexpresable por su sublimidad, tocando las fibras más íntimas de nuestro ser. Resulta inabarcable para el pensamiento humano, pues como vimos, la mística no puede ser totalmente definida ni controlada.
Aquel que se nos revela, nos desborda al mismo tiempo; Aquel que se ha revelado en la persona de Jesucristo, a la vez permanece siempre escondido (Is 45:15). En palabras de San Agustín: “Si lo comprendieras, no sería Dios”.
Numerosos son los testigos del misterio, pero sólo por mencionar algunos, en perspectiva histórica nos podríamos remontar a San Pablo y San Juan el Apóstol.
Encontramos también a Pseudo Dionisio Areopagita, hasta llegar a otros como Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274). Igualmente destacan San Francisco (1181-1226) y Santa Clara de Asís (1194-1253), San Juan de la Cruz (1542-1591) y Santa Teresa de Jesús (1515-1582).
En el último siglo, Santa Faustina Kowalska (1905-1938) y San Pío de Pietrelcina (1887-1968) son algunos de los más importantes testigos del misterio de Dios.
Resulta conmovedor a la vez que interesante cómo dentro de la misma Iglesia católica exista tan oceánica variedad de experiencias. Los testimonios de sus vidas son de lo más diversos y representativos; se encuentran no sólo místicos y místicas que llevaron una vida religiosa, sino que también en el laicado destacan varias figuras.
Tenemos por ejemplo a Santa Rosa de Lima (1586-1617), una mística latinoamericana, las beatas Ana María Taigi (1769-1837), Alexandrina María da Costa (1904-1955) o la sierva de Dios Elisabeth Leseur (1866-1914).
Reconocer lo distintivo de la mística católica para vivirla
Para Velasco, el místico o la mística procura vivir la unión amorosa con Dios en todos los ámbitos de su quehacer. Fruto de esa unión trascendental como misteriosa, emergen una serie de manifestaciones visibles a lo largo de la historia y en la persona misma[12].
Por ejemplo, destaca un tipo particular de lenguaje, cimentado sobre todo en la poesía, en una riquísima variedad de símbolos y metáforas que dan cuenta de la sublimidad de lo que se vive, pero que a la vez es insuficiente para explicarlo satisfactoriamente.
También se ha manifestado a través de lo que modernamente se ha llegado a conocer como estados alterados de consciencia, y en fenómenos que los estudiosos del tema han denominado como “fenómenos extraordinarios” (levitaciones, curaciones, visiones, entre otros).
También se ha manifestado en la formación de congregaciones religiosas contemplativas como los franciscanos, carmelitas, trapenses, entre muchas otras.
A nivel de la persona, se puede hablar de una transformación radical en la mentalidad y consciencia no sólo personales, sino en las relaciones hacia los demás. Esto nos alude a un cambio profundo en el estilo de vida, en los valores; Dios habitando cada vez más plenamente entre nosotros (Jn 1:14).
Se vive desde la gratuidad del amor, y no desde la posesividad; es entrar en otra dinámica de pensamiento, muchas veces contracultural.
En última instancia, es una forma de ser y estar en el mundo al alcance de todos los seres humanos, que puede adquirir una gran variedad de formas de expresarse.
Creo que en este punto podemos tener claridad sobre aquello a lo que se refería Rahner: es necesario no sólo que los católicos, sino también todos los cristianos, se aboquen a una forma de ser y estar en el mundo que sea reflejo de una profunda experiencia de unión amorosa con Dios[13].
Necesitamos una fe que sea vivida desde lo más íntimo del ser, y donde la totalidad de la persona se vea involucrada. Al fin y al cabo, los seres humanos buscamos un sentido, un Algo que religue e integre toda nuestra vida.
Siguiendo al gran escritor francés Henri Bergson, los místicos se nos revelan como modelos de humanidad, transparencia, y de la elevada dignidad del ser humano.
La mística, tanto en el catolicismo como en otras tradiciones religiosas, es la antítesis del fundamentalismo, de la intolerancia y de la violencia que tanto deterioro generan en nuestras sociedades.
Por tanto, extiendo una cordial invitación a profundizar más en esta dimensión de nuestra humanidad, que nos da la oportunidad de trascendernos en el amor.
Ya seamos católicos, cristianos de otras denominaciones, no-cristianos e inclusive no-creyentes, e independientemente de la forma en que la comprendamos, en una forma trascendente o no, la plenitud es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos. Eso podría ser un comienzo.
Referencias bibliográficas
[1] Karl Rahner, “Ser cristiano en la Iglesia del futuro”, Selecciones de Teología 21 (1982), 1.
[2] Juan Martín Velasco, La experiencia mística: estudio interdisciplinar. (Madrid: Editorial Trotta, 2004).
[3] Francisco Díez de Velasco, Mística en nuestro tiempo: una experiencia personal comparada (Madrid: Editorial Trotta, 2006)
[4] Juan Martín Velasco, El fenómeno místico: estudio comparado. (Madrid: Editorial Trotta, 2009), 23.
[5] Carlos Domínguez, “La experiencia mística desde la psicología y la psiquiatría”, en La experiencia mística: estudio interdisciplinar, ed. por Juan Martín Velasco. (Madrid: Editorial Trotta, 2004)
[6] Olegario González de Cardedal, Cristianismo y Mística. (Madrid: Editorial Trotta, 2015)
[7] Thomas Merton, La montaña de los siete círculos. (Méxido D.F.: Editorial Porrúa, 2009, 171)
[8] Ignacio Larrañaga, Muéstrame tu rostro: hacia la intimidad con Dios. (Madrid: Ediciones Paulinas, 1979)
[9] Lluís Duch, La religión en el siglo XXI (Madrid: Editorial Siruela, 2012)
[10] Juan Martín Velasco, El fenómeno místico: estudio comparado. (Madrid: Editorial Trotta, 2009), 31.
[11] Bernard McGinn, The Foundations of Mysticism: Origins to the Fifth Century. (EEUU: The Crossroad Publishing Company)
[12] Juan Martín Velasco, La experiencia mística: estudio interdisciplinar. (Madrid: Editorial Trotta, 2004).
[13] Karl Rahner, “Ser cristiano en la Iglesia del futuro”, Selecciones de Teología 21 (1982).
Máster en Estudios Teológicos y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Costa Rica. Creador y Director de la Academia Plenitud del Misterio. Ha brindado formación en numerosas áreas que abarcan desde la teología, la mística y la espiritualidad hasta la investigación científica. Como laico, esposo e hijo de familia, se dedica a desarrollar su vocación de servicio a las almas a través de una perspectiva integral.
Muy buena reflexión. Comenten más sobre este tema. Muy interesante.